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Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
29 abr 2017
Edimburgo, la gran fiesta escocesa......... Javier Montes
El
vibrante festival de artes escénicas cumple en agosto 70 años. La ciudad
vieja más el ensanche georgiano del siglo XVIII conforman una elegante
ruta urbana.
Monumento
al filósofo escocés Dugald Stewart, completado en 1831, en la ladera de
Calton Hill, desde donde se contempla el centro de Edimburgo y su
castillo. Maurizio Rellini
La Atenas del norte: ese, ni más ni menos, ha sido el apodo de Edimburgo
desde mediados del siglo XVIII. Al principio fue más bien una idea
romántica, y pronto una profecía autocumplida: los jóvenes aristócratas
escoceses habían sido de los primeros en seguir la moda del Grand Tour, y
como buenos prototuristas de lujo dedicaban un año o dos a cultivarse
visitando las ruinas de Italia y Grecia (también sus teatros, tabernas y
prostíbulos) antes de volver a la capital de Escocia para casarse con
el mejor partido posible y sentar la cabeza. Traían en su equipaje grabados y vistas de los grandes monumentos clásicos, selfies
al óleo con majestuosos paisajes romanos de fondo, ánforas y
antigüedades más o menos antiguas y muchas ideas heroicas sobre las
glorias del pasado.
Ventanas del Parlamento de Escocia, de Enric Miralles, en Edimburgo.Richard Taylor
Y se daban de bruces con una vieja ciudad medieval apiñada bajo el
castillo decrépito y a lo largo de su Royal Mile, sin alcantarillas ni
plazas ni paseos, estrangulada por murallas roídas y barrancos
convertidos en vertederos. Había perdido su Parlamento autónomo en 1707,
y la aristocracia y las élites habían huido de su insalubridad y su
inadecuación a las nuevas formas de vida urbana que la Ilustración iba
imponiendo en las grandes capitales de Europa. Así que en 1766 el consejo municipal convocó el concurso para construir
un ensanche que permitiera a la Auld Reekie (la Vieja Apestosa) medirse
en pie de igualdad con Berlín, Turín o Londres, le devolviese el
esplendor clásico de la mítica Edina romana que quizá nunca fue y en
cualquier caso le diese el lustre de una nueva Atenas. La idea caló al
calor del nacionalismo escocés y coincidió con una generación ilustrada
de vecinos que incluía a filósofos, economistas o arquitectos como David
Hume, Adam Smith o Robert Adam. Y el éxito fue tal que un siglo después
otro escocés ilustre, Stevenson, decía lleno de ardor patriótico que
“Edimburgo es lo que París debería ser”.
.
javier belloso
Walter Scott, a lo grande
La verdad es que desde entonces los edimburgueses tienen muy a gala
el cosmopolitismo, el europeísmo y el interés por las artes de una
ciudad que cuenta con museos y colecciones botánicas de primer orden,
que mima una universidad pública situada entre las mejores del mundo y
con un campus de primera categoría, que alzó un gigantesco monumento a
Walter Scott (dicen que el mayor del mundo dedicado a un escritor), que
dio a su estación central, Waverley, el mismo nombre que titula una de
sus novelas, y que este agosto celebrará la septuagésima edición de un
festival de teatro que es casi como el Cannes de los escenarios.
Escaparate de la sastrería Walker Slater, en la calle Victoria de Edimburgo, un clásico de los trajes de 'tweed'.Alan WilsonAlamy
El Festival Internacional de Edimburgo (y su cita paralela más
alternativa, el Fringe) es una buena razón para visitar en su mejor
momento anual esa vieja Edimburgo transformada en nueva Atenas. Y el
ambiente de aquel furor clasicista de la Ilustración escocesa se respira
muy bien por las calles del New Town planeado en 1766 por James Craig,
el joven arquitecto escocés que ganó el concurso municipal para la
ampliación. Es un conjunto excepcional de arquitectura georgiana que no
ha cambiado prácticamente desde mediados del siglo XVIII. El contraste
con el caserío contrahecho de la Old Town (la Ciudad Vieja) no puede ser
mayor: calles dibujadas con tiralíneas, plazas amplias, fachadas de
severa piedra gris y una gélida elegancia neoclásica. Los ventanales son
amplios para dejar pasar la mayor cantidad posible de codiciada luz
solar, y es una suerte, porque permite fisgar a pie de calle los azules,
rosas y pistachos apastelados de los frescos y las molduras que cubren
los techos de las plantas nobles. Poca cosa más podían hacer los edimburgueses que se animaran a pasear
en el XVIII por este barrio sin ser vecinos: el New Town (la Ciudad
Nueva) era un barrio de gente rica, y los soberbios jardines que lo
amenizan, como los que corren paralelos a Queen Street, eran y siguen
siendo particulares, protegidos por verjas y cancelas que solo abren las
llaves del pequeño puñado de afortunados propietarios. Los gastos de
comunidad para pagar al ejército de jardineros que mantiene
impecablemente segado el césped tentador y prohibido deben ser, desde
luego, igual de disuasorios.
Jóvenes jugando al rugby en Fettes College, en Edimburgo.Peter DenchGetty
Por suerte el National Trust, tan presente (e ibéricamente
envidiable) en todo Reino Unido, ha comprado, restaurado y abierto al
público una de las aristocráticas townhouses (viviendas en
varias alturas) que rodean la joya del barrio: Charlotte Square, con
fachadas clásicas trazadas impecablemente por el gran Robert Adam. Al
visitar la Georgian House, en el número 7, uno entiende por qué los
nobles escoceses e ingleses se rifaron a Adam y pelearon por conseguir
que diseñase sus mansiones campestres y sus palacios urbanos. No solo
renovó y aligeró el lenguaje ornamental algo pesado del palladianismo
tardío inglés, también ideó interiores que combinaban las necesidades
simbólicas de las estancias públicas con los dormitorios y gabinetes
privados a todo confort. Lo más interesante de la visita, en realidad, quizá sea el recorrido
por las cocinas y zonas de servicio, que hacen entender la inmensa
cantidad de ingenio y mano de obra necesarias para hacer funcionar como
un reloj el mecanismo de precisión que era una casa aristocrática de la
época. Ojo, también es inmenso el ejército de voluntarios jubilados e
informadísimos que esperan a la vuelta de cada esquina para impartir
generosamente su conocimiento al visitante desprevenido.
ampliar fotoLa taberna The Royal Mile, en la calle del mismo nombre, cerca del castillo de Edimburgo.Luis Davilla
El New Town fue todo un éxito, y cuando su primera fase se quedó
pequeña aún pudo aprovechar el terreno disponible a espaldas de
Charlotte Square para lucir las tres espléndidas plazas engarzadas que
forman Moray Estate (Moray Place, Ainslie Place y Randolph Crescent
hacen que se suceda un gran círculo, un óvalo impecable y una majestuosa
media luna que conforman uno de los paisajes urbanos más conseguidos y
originales de la Europa ilustrada). El Instituto Francés, en Randolph
Crescent, es uno de los pocos edificios abiertos al público que permiten
hacerse una idea de los interiores originales, con su noble escalera
central dando acceso a las plantas.
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