A ese palacio, por cierto, acudió en su día la chusma para sacar de él a María Antonieta y a Luis XVI y hacerles volver a la realidad. La realidad era París, donde las panaderías estaban desabastecidas y los alimentos resultaban inaccesibles para las clases media y baja.
Obligada por sus súbditos, la pareja real abandonó el dulce retiro de caza y celebraciones nocturnas y se dirigió a las Tullerías.
Ahí empezó todo.
Aquí, sin embargo, no ha empezado nada, ni siquiera han empezado a cenar.
Tampoco están solos, como sugeriría el decorado.
Fíjense en la multitud de informadores que aparecen en el espejo redondo de la pared de enfrente.
Significa que fueron a Versalles para hacer creer al personal que el palacio y las flores del centro de la mesa eran la realidad.
Pero la realidad se hallaba a kilómetros de la foto con la que se pretendía escenificar una alianza inexistente.
De hecho, Rajoy y Gentiloni (de espaldas al objetivo y quizá a Europa) tendrían que haber comido aparte, y el menú del día.
El menú del día es lo que se come en España desde hace años debido a las órdenes del norte.
La imagen transmite la impresión de que no hay ricos ni pobres cuando la brecha entre unos y otros, en los países de origen de los mandatarios, no hace otra cosa que crecer.
Bueno, al final, parece que cenaron, ignoramos si a dos velocidades, y que dieron una rueda de prensa en la que no dijeron nada.
La cuenta nos la pasarán a usted y a mí.
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