Martínez de Pisón nos deja otra excelente novela, 'Derecho natural', sobre el deterioro de las relaciones en un hogar.
Las novelas de Ignacio Martínez de Pisón
suelen tratar de familias: es decir, de la coerción del grupo y de las
resistencias (o los pactos) de los individuos que lo componen, o del
deterioro del conjunto y del paralelo esfuerzo de alguno de sus miembros
por salvarlo.
La última de sus narraciones, La buena reputación, de proporciones y andadura tan tolstoianas, se acercaba al primer modelo.
Carreteras secundarias y Dientes de leche, como la presente novela, Derecho natural, andan más cerca del segundo.
Pero esta nueva novela está narrada en primera persona y la implicación
del protagonista con lo que cuenta es mayor: Ángel Ortega es quien
persevera fiel pero enfadado ante un padre que aparece y desaparece de
la escena familiar, como el histrión egoísta, sentimental e inútil que
es; Ángel es quien sostiene a su madre, Luisa, tan pronto crédula como
sorprendentemente llena de recursos y rencores; es quien vela por un
hermano cleptómano y por dos hermanas que sobreviven como pueden en esta
familia de orates.
Y todavía halla capacidad de sacrificio para
proteger a un primer amor de preadolescente, Irene, que nunca ha sido
correspondido y naufragó en los vericuetos de la heroína.
La vida es
compleja y, como cavila en una ocasión, es que “la vida cambia el
sentido del relato, depende de dónde le pongas fin. ¿Cómo se resume una
vida?”.
Corren los años setenta y ochenta, en Barcelona y en Madrid, y no son casuales ni el título de la novela, que apela a la vieja disciplina del derecho natural, que dio sentido universal a la norma moral, ni el hecho de que Ángel curse la carrera de leyes y forme parte de un departamento universitario de Filosofía del Derecho.
Ha vivido un tiempo en que los
ideales del derecho tenían poco que ver con el ejercicio de la justicia y
en la que también los individuos esquivaban la responsabilidad de sus
actos.
No es el caso de Ángel —que tiene más o menos la edad de su
inventor— porque jamás elude nada y siempre está al pie del sobresalto:
es el hombre que se hace cargo de la debilidad de todos y que comprende
incluso que la estrambótica historia de sus padres “había sido una
historia de amor anómala, intrincada, tortuosa, pero historia de amor al
fin y al cabo”.
Como siempre, una novela de Martínez de Pisón se apoya en un universo de
referencias materiales cargadas de emotividad.
A la galería de
automóviles de otras novelas —el Citroën Tiburón de Carreteras secundarias o el Simca 1200 de El tiempo de las mujeres
— hay que añadir ahora la furgoneta Siata, que una empresa
hispanoitaliana montaba sobre los bastidores del modesto Seat 600.
A
tantas músicas pegadizas, el Romancillo de mayo que Joan Manuel
Serrat hizo sobre un poema de Miguel Hernández y que la familia Ortega
ha convertido en signo de identidad doméstica. Como sucede con tantos
otros objetos icónicos: aquellas cámaras fotográficas Werlisa, por
ejemplo, que tenían un nombre extranjero pero fueron el orgullo de la
industria de Vic.
También abundan los trabajos inverosímiles y los
negocios pintorescos que casi nunca dan para vivir: pocos lo son tanto
como los que componen el currículo de Ángel Ortega, padre: actor en spaghetti-westerns
y en películas de miedo, guionista frustrado, agente de colocación de
artistas y, aunque lo sepamos desde las primeras y maestras páginas de
esta novela, imitador del cantante Demis Roussos, bajo el seudónimo
delator de Big Demis.
Bajo toda la novela parece filtrarse la melodía dulzona y la voz cálida
del cantante, cuyas carnes copiosas coronaban unos cabellos de nazareno y
cobijaba aquella suerte de hopa de sumo sacerdote de la cursilería.
En
el epílogo de Derecho natural, el verdadero cantante se nos
aparece y su imitador disfruta —poco antes de morir— la posibilidad de
cantar a dúo con él.
A vueltas del humor —que alguna vez recuerda los
efectos del cine mudo— y de la piedad más sobria, entre el afecto por
sus personajes y la responsabilidad de quien está escribiendo un trozo
de la historia suya y de muchos otros, Ignacio Martínez de Pisón nos ha
dejado otra excelente novela.
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