Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

4 mar 2017

¿Era un Chanel?....................................... Elvira Lindo

Jackie Kennedy es uno de los personajes femeninos menos interesantes de la historia.

 
Fotograma de la película Grey Gardens

Acabo de leer que se ha puesto en venta Grey Gardens, la mansión en la que vivieran la tía de Jackie Kennedy, Edith Bouvier Beale, y su hija Little Edie. 
Podría ser mía por 20 millones de dólares (19 millones de euros). Pero no, no me interesa.
 Está en los Hamptons, a tomar por saco, y yo no conduzco. 
Sus paredes encierran, reconozcámoslo, una de esas historias que disfrutan periodistas y profesionales de la salud mental.
 Se trata de la locura compartida de una madre y una hija que abandonaron todo cuidado de la casa y dejaron que la naturaleza entrara en ella.
 Cuando el encargado del departamento de Sanidad, alertado por un vecino, se presentó una mañana de 1971 en la mansión, quedó impresionado: la vegetación había penetrado en los salones, que estaban cubiertos de musgo y hojarasca, y detrás de los muebles habían construido su madriguera mapaches, zorrillos, gatos, pájaros y culebras.
 Las dos excéntricas mujeres vivían en ese ambiente gótico como si tal cosa y sobrevivían milagrosamente al entorno infecto, poseídas por una fusión de los espíritus de Blanche Dubois y Baby Jane, envueltas por el polvillo que amarillea a las muñecas antiguas.
 Fue la sobrina Jackie quien cargó con los gastos de limpieza, aunque al poco tiempo las mujeres volvieron a dejar crecer la hierba.
Los hermanos Maysles, periodistas, se camelaron a las damas y de esa relación surgió un extraordinario documental, Grey Gardens (1975), donde se mostraba la patológica dependencia emocional de la pareja.
 Pero la cultura pop, que engulle y transforma cualquier material de desecho, convirtió a las Edies en personajes de culto, y años más tarde serían interpretadas por Jessica Lange y Drew Barrymore en una película notable, aunque cuando la realidad decide ponerse loquísima no hay ficción que consiga superarla.
 Luego llegó una millonaria neoyorquina, compró la casa, le devolvió el esplendor del XIX y recibió a artistas que respiraban maravillados el aire fantasmal que, a pesar de la reforma, no había desaparecido del todo. 
Eran las Edies esos personajes excéntricos que toda familia aristocrática suele tener en el catálogo, ya se sabe que el rancio abolengo posee una tendencia al desparrame, aunque el dinero luego todo lo encubra.
 La tía Edith fue, desde luego, más interesante como personaje que la sobrina Jackie, tan tiesa y controlada siempre. Se diría que cada una de ellas padeciera un trastorno en un extremo diferente de la misma patología.

 La venta de la mansión de las Edies me ha hecho pensar en Jackie, la película, que vi hace unos días y con la que sentí un profundo aburrimiento desde el minuto dos.

 O el tres.

 Aun compartiendo con críticos y amigos mi admiración por Natalie Portman, que concede al personaje humanidad y mundo interior, no puedo dejar de pensar que Jackie es uno de los personajes femeninos menos interesantes de la historia.

 A no ser, claro, que midamos su interés en conceptos estéticos. Entonces sí. Jackie, como su marido, proyectó la imagen creada por el fotógrafo oficial del presidente, Jacques Lowe, que los retrató como a una pareja fascinante, atractiva, distinta, moderna, entrañable, icónica.

 Te puedes pasar una tarde de domingo mirando las fotos de este matrimonio que parecía feliz aunque durmiera en habitaciones separadas desde su desembarco en la Casa Blanca. Quiere una navegar en esos barcos, tomar el sol en esas playas de juncos salvajes, lucir los vestidos Givenchy, Dior y Chanel, y esas enormes gafas de sol negras, los sombreritos a juego con la chaqueta, y los elegantes zapatos de tacón bajo.

 Admira una el cuerpo huesudo, bien formado, de las chicas de buena familia, que han dedicado más tesón y lloros a su delgadez que a lo que había dentro de su cabeza.

 

Lo que sabemos es que mientras Jackie se entretenía decorando la Casa Blanca, su marido el depredador se lanzaba a las faldas de cualquier mujer que anduviera cerca: de las becarias a la pobre Marilyn, a la que destrozó un poquito él y otro poquito su hermano. Pero eso no parecía alterar el ánimo de Jackie, que creía que su estatus la colocaba en un orden superior al del resto de las mujeres. La película trata de eso, del gusto por las formas de la decorativa Jacqueline, que comienza modernizando la Casa Blanca y acaba con su última gran producción: el entierro del marido, el famoso paseo por las calles de Washington acompañada por sus pobres niños, que formaron parte del fúnebre pero hermoso espectáculo.
La sala está llena y me pregunto qué se nos ha perdido aquí, rindiendo tributo a una mujer sin interés. 
Yo he pagado mi entrada, desde luego, por Portman, pero de paso tengo que aguantar el discurso de este señora que dice cosas muy poco interesantes en un tono shakesperiano. 
¿Estamos aquí por los vestidos, por la atracción hacia esa época, para llorar un poco el asesinato del presidente? Llorar es bonito en el cine. 
Soy muy partidaria. Pero ni cuando veo a Jackie con el vestido manchado de sangre se me humedecen los ojos. ¿Era un Chanel?

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