Chanel, Louis Vuitton y Miu Miu dan el do de pecho en la última jornada de desfiles de la Semana de la Moda de París.
Chanel, Louis Vuitton y Prada
son tres de las locomotoras del lujo. Una industria que el 2016 facturó
1,5 billones de euros —400.000 millones de euros más que el PIB
español—, pero que se enfrenta a una crisis estructural.
Tras varios lustros en los que el crecimiento de las marcas superaba el 10% anual, estos porcentajes comienzan a caer hasta la mitad, según advierten expertos como los de la consultoría The Boston Consulting Group.
Entre las principales razones de esta desaceleración está la retracción del mercado chino.
Ya no compra con la compulsión de hace unos años y, lo que es más preocupante: ningún otro país emergente puede igualar su capacidad de consumo a medio plazo, según aseguraba en una entrevista a este periódico el vicepresidente ejecutivo de Hermès, Guillaume De Seynes.
El
sector se está viendo obligado a reestructurar sus estrategias y
expectativas. Por eso hoy más que nunca, que una colección resulte
fallida o un bolso en cuyo lanzamiento se han invertido millones fracase
constituye un problema mayúsculo. La frivolidad es un lujo del pasado.
Esta temporada la presión por mantener los beneficios de tiempos opulentos se siente sobre la pasarela.
En la de Chanel, Karl Lagerfeld ha decidido hacer este martes un alarde apoteósico de la grandeur de la casa francesa en el último día de desfiles de la Semana de la Moda de París.
El Kaiser ha construido un cohete de unos 50 metros de alto en el Grand Palais.
Tras presionar el enorme botón rojo de ignición y, ante una audiencia boquiabierta, el transbordador despegó echando humo y chispas.
Se trataba, claro, de una simulación, pero la misión se había completado: conquistar las redes sociales a la velocidad de la luz. Orbitando alrededor de esta imbatible campaña de márketing, la colección.
Como no podía ser de otra forma, la temática era espacial: abrigos que mezclan lana y tejidos metalizados, vestidos de punto de lúrex, botas bajas con purpurina y una suerte de capas rígidas a medio camino entre mantas térmicas y papel de embalaje que conferían a las modelos el aspecto de una virgen sideral.
Frente a la complejidad de la puesta en escena, las siluetas resultaban sencillas y relajadas, con cierto aire años sesenta, la década de la carrera espacial.
Cuando el hombre llegó a la luna, Lagerfeld tenía 36 años.
Pero su propuesta —donde también hay un interesante trabajo de superposiciones— no ha caído en la nostalgia del retrofuturismo. Junto a la plataforma de lanzamiento, el alemán solo mira hacia delante.
Mensaje transmitido: Houston, Chanel no tiene ningún problema.
Louis Vuitton no se quedó atrás y organizó su desfile dentro del museo del Louvre.
Entre esculturas clásicas y bajo la cúpula de cristal del hall de Cour Marly, Nicolas Ghesquière ha desplegado una colección que busca confrontar la delicadeza de la lencería con la aparente tosquedad de materiales tratados técnicamente y piezas urbanas y agresivas.
El show comenzó con un increíble juego de luces que se proyectaban sobre las paredes del espacio y entre las obras de René Frémin comenzaron a surgir los chaquetones de patchwork de distintas pieles, abrigos masculinos de neopreno y cuero abrazados a la cintura por cinturones, minifaldas de lana cortadas a tijera.
Ha destacado el trabajo de investigación en tejidos con tweeds y sedas plastificadas en piezas clásicas en encaje.
También las camisas de siluetas masculinas.
Miuccia Prada ha invocado los años veinte y setenta para ofrecer una visión exagerada del glamour.
Todo en el desfile de Miu Miu, su segunda marca, ha resultado excesivo.
El pelo fue el hilo conductor: apareció primero en abrigos desmesurados y después en el cuello de gabardinas de plástico transparente y en las poderosas hombreras de sus anoraks deportivos.
También en gorros, botas de esquimal y maravillosas sandalias que la diseñadora italiana declina en práctico raso
. El punto con estampados de televisiones, teléfonos, manzanas y gatitos da forma a pantalones de campana y jerséis de cuello alto, rematados con abalorios dorados.
Los sensuales vestidos de seda se decoran con gigantescas flores y, en su versión larga, con pequeños cristales bordados a modo de lunares.
La bisutería también es grandilocuente, con colosales cinturones y collares.
Pero en el ejercicio irónico que Prada ha formulado este martes, más fue sinónimo de mejor.
Moncler construyó su colección en torno al abrigo, su
pieza estrella, que para el próximo otoño invierno transita del
chaquetón de leñador al plumífero estampado con pequeñas flores.
La mezcla de tejidos clásicos como el tweed y la lana con materiales tecnológicos define una estética donde se cruzan Brokeback Mountain y La casa de la pradera.
Tras varios lustros en los que el crecimiento de las marcas superaba el 10% anual, estos porcentajes comienzan a caer hasta la mitad, según advierten expertos como los de la consultoría The Boston Consulting Group.
Entre las principales razones de esta desaceleración está la retracción del mercado chino.
Ya no compra con la compulsión de hace unos años y, lo que es más preocupante: ningún otro país emergente puede igualar su capacidad de consumo a medio plazo, según aseguraba en una entrevista a este periódico el vicepresidente ejecutivo de Hermès, Guillaume De Seynes.
Esta temporada la presión por mantener los beneficios de tiempos opulentos se siente sobre la pasarela.
En la de Chanel, Karl Lagerfeld ha decidido hacer este martes un alarde apoteósico de la grandeur de la casa francesa en el último día de desfiles de la Semana de la Moda de París.
El Kaiser ha construido un cohete de unos 50 metros de alto en el Grand Palais.
Tras presionar el enorme botón rojo de ignición y, ante una audiencia boquiabierta, el transbordador despegó echando humo y chispas.
Se trataba, claro, de una simulación, pero la misión se había completado: conquistar las redes sociales a la velocidad de la luz. Orbitando alrededor de esta imbatible campaña de márketing, la colección.
Como no podía ser de otra forma, la temática era espacial: abrigos que mezclan lana y tejidos metalizados, vestidos de punto de lúrex, botas bajas con purpurina y una suerte de capas rígidas a medio camino entre mantas térmicas y papel de embalaje que conferían a las modelos el aspecto de una virgen sideral.
Frente a la complejidad de la puesta en escena, las siluetas resultaban sencillas y relajadas, con cierto aire años sesenta, la década de la carrera espacial.
Cuando el hombre llegó a la luna, Lagerfeld tenía 36 años.
Pero su propuesta —donde también hay un interesante trabajo de superposiciones— no ha caído en la nostalgia del retrofuturismo. Junto a la plataforma de lanzamiento, el alemán solo mira hacia delante.
Mensaje transmitido: Houston, Chanel no tiene ningún problema.
Louis Vuitton no se quedó atrás y organizó su desfile dentro del museo del Louvre.
Entre esculturas clásicas y bajo la cúpula de cristal del hall de Cour Marly, Nicolas Ghesquière ha desplegado una colección que busca confrontar la delicadeza de la lencería con la aparente tosquedad de materiales tratados técnicamente y piezas urbanas y agresivas.
El show comenzó con un increíble juego de luces que se proyectaban sobre las paredes del espacio y entre las obras de René Frémin comenzaron a surgir los chaquetones de patchwork de distintas pieles, abrigos masculinos de neopreno y cuero abrazados a la cintura por cinturones, minifaldas de lana cortadas a tijera.
Ha destacado el trabajo de investigación en tejidos con tweeds y sedas plastificadas en piezas clásicas en encaje.
También las camisas de siluetas masculinas.
Miuccia Prada ha invocado los años veinte y setenta para ofrecer una visión exagerada del glamour.
Todo en el desfile de Miu Miu, su segunda marca, ha resultado excesivo.
El pelo fue el hilo conductor: apareció primero en abrigos desmesurados y después en el cuello de gabardinas de plástico transparente y en las poderosas hombreras de sus anoraks deportivos.
También en gorros, botas de esquimal y maravillosas sandalias que la diseñadora italiana declina en práctico raso
. El punto con estampados de televisiones, teléfonos, manzanas y gatitos da forma a pantalones de campana y jerséis de cuello alto, rematados con abalorios dorados.
Los sensuales vestidos de seda se decoran con gigantescas flores y, en su versión larga, con pequeños cristales bordados a modo de lunares.
La bisutería también es grandilocuente, con colosales cinturones y collares.
Pero en el ejercicio irónico que Prada ha formulado este martes, más fue sinónimo de mejor.
La mezcla de tejidos clásicos como el tweed y la lana con materiales tecnológicos define una estética donde se cruzan Brokeback Mountain y La casa de la pradera.
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