Y vestido, por cierto, de traje, corbata y zapatos negros bien pulidos.
Hay un contraste inexplicable entre su elegancia y las prendas que cuelgan de la pared.
La disposición de los bancos, así como la mesa y la silla que se aprecia parcialmente en el primer plano de la imagen, sugieren que se trata de un sitio de estar.
Pero de estar en qué postura.
Desplacen la vista, si no, al conjunto de cuerdas y cadenas que parecen preparadas para una sesión de sado-maso.
Ve uno distraídamente la imagen en el periódico, y pasa de página,
porque lo hacemos todo deprisa deprisa, siempre en busca de lo de
detrás, pero cuando ha llegado ahí, a lo de atrás, se dice: coño, en esa
foto ocurría algo.
De modo que retrocede, vuelve a observarla y
comprueba, en esta ocasión de manera consciente, que algo no encaja.
Pero no encaja con la normalidad con la que no encajan los materiales de
los sueños. ¿Jung leía normalmente en una mazmorra medieval repleta de
símbolos como los que adornan las paredes? No es todo: fíjense en el
manojo de llaves depositadas sobre la mesa.
¿Qué espacios abisales
abrirán?, nos preguntamos.
Y después se nos ocurre el pie de foto que
habríamos escrito nosotros: “Carl Gustav Jung, vestido para recibir, lee y fuma en el fondo de su subconsciente”.
Ahora ya podemos pasar de página.
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