Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
11 feb 2017
Las sorpresas del ADN...................................... Boris Izaguirre
Quizás este sea el año en el que más fundiremos realidad con ficción.
Ivonne Reyes, en el desfile de Roberto Torretta.
Diego Puerta Cordon Press
De un tiempo para acá, tengo la sensación de vivir dentro de un capítulo de House of Cards,
la serie de Netflix sobre una pareja presidencial estadounidense, los
Underwood, adictos al poder y sus conflictos. Capítulo tras capítulo van
tejiendo una trenza de acusaciones, escaramuzas, rumores contra sus
adversarios. Esta semana, sin ir más lejos, un rumor en Francia puso
contra las cuerdas a otro de sus candidatos presidenciales, Emmanuel Macron, acusándole de ser homosexual y de llevar una doble vida. Una subtrama típica en House of Cards
y que cada vez llevamos con más normalidad en la vida real. La prensa
especuló sobre si no estaría la mano de Putin detrás de esto, igual que
en House of Cards, donde hay un presidente ruso atlético, seco y
malísimo, justo como nos imaginamos a Vladímir. Quizás este sea el año
en el que más fundiremos realidad con ficción. Por
eso siento que vivo dentro de un capítulo de esa serie. Y, cuando
salgo, me encuentro con el lío de la paternidad del hijo de Ivonne Reyes
y el escándalo por las joyas robadas durante la gala de los Goya, que ha quedado en una parodia de esa película clásica de Martes y Trece, El robobo de la jojoya. En cuanto al hijo de Ivonne, ella siempre ha defendido que el papá es
Pepe Navarro, pero unas pruebas de ADN, contrastadas con otro hijo del
presentador y captadas por un detective privado gracias a un tenedor,
han salido negativas y eso nos sume más en el debate: ¿Quién es el papá
del hijo de Ivonne?
De un tiempo para acá, tengo la sensación de vivir dentro de un capítulo de House of Cards,
la serie de Netflix sobre una pareja presidencial estadounidense, los
Underwood, adictos al poder y sus conflictos. Capítulo tras capítulo van
tejiendo una trenza de acusaciones, escaramuzas, rumores contra sus
adversarios. Esta semana, sin ir más lejos, un rumor en Francia puso
contra las cuerdas a otro de sus candidatos presidenciales, Emmanuel Macron, acusándole de ser homosexual y de llevar una doble vida. Una subtrama típica en House of Cards
y que cada vez llevamos con más normalidad en la vida real.
La prensa
especuló sobre si no estaría la mano de Putin detrás de esto, igual que
en House of Cards, donde hay un presidente ruso atlético, seco y
malísimo, justo como nos imaginamos a Vladímir. Quizás este sea el año
en el que más fundiremos realidad con ficción. Por
eso siento que vivo dentro de un capítulo de esa serie. Y, cuando
salgo, me encuentro con el lío de la paternidad del hijo de Ivonne Reyes
y el escándalo por las joyas robadas durante la gala de los Goya, que ha quedado en una parodia de esa película clásica de Martes y Trece, El robobo de la jojoya. En cuanto al hijo de Ivonne, ella siempre ha defendido que el papá es
Pepe Navarro, pero unas pruebas de ADN, contrastadas con otro hijo del
presentador y captadas por un detective privado gracias a un tenedor,
han salido negativas y eso nos sume más en el debate: ¿Quién es el papá
del hijo de Ivonne? La noticia del ADN discordante ha pillado a Ivonne en la espiral de Gran Hermano Vip
en busca de un poco de ADN televisivo. Sus “compañeros” en ese encierro
también están fascinados con las siglas del ácido desoxirribonucleico y
no hablan de otra cosa. Muchos recuerdan cómo era la pareja en los
noventa. Y yo también, coincidí con ellos en un restaurante madrileño
que ocupaba la antigua sede del NODO del franquismo y del que había tomado prestado su nombre, no su ADN, para convertirse en el sitio más in
de la ciudad entonces. Allí, Ivonne y Pepe tonteaban, se reían, se
daban de comer cuando entramos Javier Sardà y yo. El tiempo se paralizó,
porque en esos años Sardà y Navarro representaban dos caras enfrentadas
del entretenimiento televisivo. Ivonne, tan venezolana como yo, rompió
el hielo con su risa, desparpajo y curvas.
La reina Letizia. JuaJo MartínEFENos sentamos en mesas muy separadas en aquel maravilloso
restaurante con un ADN decorativo que recombinaba el minimalismo con el disseny. Una vez que se fueron Ivonne y Pepe, alguien dijo: “Esos no es que
tengan peligro, es que van a terminar fatal”. Me asustó tanta
clarividencia y me persigue la culpa de no haber llamado a Ivonne para
advertirla, pero es que sigo muy a rajatabla no comentar los novios de
mis amigas. Al igual que el uso de extensiones, forma parte de mi
catálogo de cosas que no entiendo y no juzgo. El ADN nos rige y el de la reina Letizia pareciera querer expresarse a través de sus peinados. Así como Isabel Pantoja
cuenta y opina sobre sí misma con sus canciones, la Reina nos hace
saber de ella por los pelos, que es donde el ADN salta más a la vista. Esta semana estrenó dos trenzas horizontales en un lado de su real cabeza,
confirmando que, después de 40 años de inmovilismo capilar, la reina
Sofía nunca modificó su peinado, ahora estamos en una etapa de cambio
permanente. Un rizo de novedades. Un nuevo ADN. En el sistema de trenzas
de la Reina vemos un leve homenaje a Pocahontas, un reconocimiento
(merecido) a los primeros pobladores de Norteamérica. Un mensaje
encriptado pero crítico con las políticas excluyentes de la Administración de Trump. A una corona, dice mi marido, hay que interpretarla. Igual que la actuación de Lady Gaga en la Super Bowl. Gaga, que ha trenzado una bella amistad con Donatella, se vistió de
Versace y saltó sobre el espacio del estadio de Houston para
conquistarlo igual que los astronautas estadounidenses con la luna. Creo
que nos hablaba de configurar un nuevo ADN. Quizás para sumarse a esta
fiesta del ADN, aparecieron Tom Jones y la ex de Elvis, Priscilla Presley, cogidos de la mano. Una nueva pareja descalabrante, parte de un tiempo en el que lo que necesitas no es amor sino sorpresas.
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