Domingo 22 de enero de 2017
El político visitó la zona en traje de faena, como puede apreciarse, y de vuelta al despacho comenzó a urdir una de las historias más siniestras de las últimas décadas para sacudirse de encima los sesenta y dos muertos
(ahora con letras), víctimas de un cacharro conducido por pilotos que, además de inexpertos, llevaban trabajando 22 horas (veintidós) de forma ininterrumpida.
El suceso, que habría hundido a cualquier persona decente, catapultó la carrera de Trillo, que así se llama, y al que ustedes recordarán también porque fue el responsable de la toma de un pedrusco, de nombre Perejil, habitado por cuatro cabras y una anciana, hecho que él mismo refirió para la posteridad con un lenguaje digno de los viejos tebeos de Hazañas bélicas.
Aquí lo tienen, colocándose bajo el paraguas antes de que llueva, quizá dándole vueltas ya a cómo culpar a otros de su negligencia criminal.
Debió de hacerlo bien, muy bien, porque el PP lo premió con una Embajada de amor y lujo, la de Londres.
El Consejo de Estado, 13 años más tarde, ha venido a certificar la ignominia que comenzó ahí, donde la foto.
A ver con qué lo premiamos ahora.
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