El último premio Cervantes repasa su carrera y habla de Barcelona, de sus grandes éxitos, las modas literarias, la censura, la dimensión humorística de su obra y de Marta Sánchez.
Barcelona
Ahora pasa más tiempo en Londres que en Barcelona, pero ha vuelto a su ciudad natal para pasar la Navidad. Sentado en la cafetería del Museo Marítimo, el escritor parece más abrumado por las fiestas que por los honores.
En 2015 se cumplieron 40 de su debut como novelista con La verdad sobre el caso Savolta.
Ese mismo año publicó en Seix Barral, su editorial de siempre, El secreto de la modelo extraviada, su última novela por ahora, otra disparatada peripecia del detective loco nacido en 1979 con su segunda obra: El misterio de la cripta embrujada. Hay un Mendoza serio y un Mendoza humorístico.
PREGUNTA. Es imposible encontrar a alguien que hable mal de usted. Para los jóvenes es un gamberro; para los mayores, un caballero. ¿Usted qué se siente?
RESPUESTA. Ninguna de las dos cosas, pero no me parece mala combinación. Si eres solo un gamberro, eres un indeseable. Si solo eres un caballero, eres un muermo.
P. Todos lo clasifican como escritor de humor, incluso el jurado del Cervantes. ¿Se identifica con la etiqueta?
R. Tengo que asumirlo: he hecho una parte de mi obra no ya con humor, sino claramente humorística, o sea, planteada para hacer reír. No de humor, de risa. Creo que a través de mí el jurado del Cervantes ha querido reconocer una vertiente de la literatura que hasta hace poco se consideraba de segunda fila.
P. La tradición española está llena de chistes y, a la vez, de reparos hacia el humor.
R. Es cierto. De hecho, la literatura de humor española ha sido fundacional. La literatura de humor inglesa nace cuando leen el Quijote y la picaresca.
La francesa, porque leen a Cervantes y a Quevedo.
Los dos son corrosivos, los dos tienen lectores devotos.
P. ¿Cómo se explica entonces ese desdén?
R. Quizá porque somos dados al chiste, al juego de palabras y a la risa en el bar identificamos el humor con lo relajado. Eso ha provocado olvidos en el canon contemporáneo de escritores muy valiosos.
P. ¿Por ejemplo?
R. Mihura, Jardiel. Mihura está a la altura de muchos escritores dramáticos. Sin embargo, parece que es para el domingo por la tarde, cosa de chiste.
P. ¿Le gustan los chistes?
R. Mucho. El chiste es algo extraordinario, un minirrelato con sorpresa.
El chiste y el juego de manos me fascinan. El trabajo lo pone el receptor, que se deja llevar por el engaño. Es la esencia misma de la ficción.
P. ¿Tiene alguno favorito?
R. Alguno, pero no te lo voy a contar [se ríe]. Los cuento muy mal.
P. El chiste malo también es un género.
R. Claro, solo con decir “te voy a contar un chiste”, el que escucha empieza a reírse. Esa complicidad es estupenda. Ojalá la literatura tuviera esta rapidez de comunicación.
P. ¿No tiene miedo de que se lean como de humor sus libros serios?
R. No es un temor, es la realidad.
Hay gente que me ha dicho que se ha reído mucho con un libro que yo he escrito totalmente en serio.
A veces me veo como esos actores cómicos que quieren hacer un papel dramático y, nada más aparecer, la gente se ríe.
P. ¿Alguna vez ha pensado cómo habría sido su carrera si en lugar de empezar a publicar con La verdad sobre el caso Savolta hubiera sido con El misterio de la cripta embrujada?
R. Sí, pero no hay respuesta. El Savolta es la primera novela que publiqué, pero antes había escrito cosas que intenté publicar y, por suerte, me rechazaron.
Y eran de humor. Me metí en el Savolta porque también me interesaba la novela de gran calado.
P. ¿Es cierto que quemó esas primeras novelas?
R. Sí, claro. Para no tener tentaciones o que las tuviera alguien. Pensé: “Si me muero tal vez lo publican y quedo muy mal” [se ríe]. Las quemé para favorecerme a mí mismo y a los posibles lectores.
P. A veces, sin embargo, ha abandonado una novela y la ha retomado luego. La ciudad de los prodigios, ¿no?
R. La empecé porque yo continuaba con el mismo estilo del Savolta, entre novela histórica y memoria colectiva, pero el Savolta se me fue de las manos.
Pensé que era un libro que iba a pasar más o menos inadvertido y de repente… Salió en 1975, murió Franco y aquello creó una expectativa respecto a la segunda novela que me paralizó.
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