Carmen Machi y Bárbara Lennie conversan sobre el arte de la interpretación ante su retorno a los escenarios con sendas obras dolientes
Madrid
Sabe que ya no hay vuelta atrás. Bárbara Lennie entra en peligro desde la mañana de la representación, obsesionada por buscar ese equilibrio que le permita estar, al mismo tiempo, libre y amarrada. Tras un tiempo centradas en el cine, Carmen Machi y Bárbara Lennie regresan al teatro con dos funciones –Juicio a una zorra y La clausura del amor- con las que ya han saboreado las mieles del éxito.
Lo hacen con mayor serenidad, aseguran, pero nunca con certeza.
Lo hacen con mayor serenidad, aseguran, pero nunca con certeza. Pero, es ahí, en ese lugar peligroso y emocionante, como siempre al borde de un precipicio, donde encuentran la grandeza de su oficio.
Las dos candidatas al Goya a la mejor actriz por La puerta abierta (Machi) y María (y los demás) (Lennie), conversan sobre el arte de la interpretación.
Durante las próximas semanas, el escenario del Teatro Pavón Kamikaze albergará los dos montajes.
Carmen Machi clamará en solitario el derecho de la bella Helena de Troya, una mujer vilipendiada, a contar su propia historia en Juicio a una zorra, escrita y dirigida por Miguel del Arco.
Bárbara Lennie e Israel Elejalde, en un cuerpo a cuerpo sobrecogedor, pondrán palabras al desgarro del desamor en La clausura del amor, con dramaturgia y dirección de Pascal Rambert.
“El público da miedo e impone porque tiene unos derechos absolutos, soberanos", dice Machi
El peligro está ahí porque es tu cuerpo y tu palabra los que tienen que transmitir y contar, pero también es un lugar en el que uno posee todo el dominio, lo que no pasa en el cine.
En el teatro, el actor marca la pauta, para bien o para mal, tiene el rácord emocional y se sube al caballo desde el principio, manejando las riendas.
En el cine, eso es imposible.
En teatro todo lo tocas, todo lo vives de manera inmediata.
Todo lo que a uno le ocurre interiormente sobre el escenario lo arroja al espectador al instante.
Es un juego impagable de placer.
Tengo la sensación de que cuando hago cine, trabajo con otra tensión porque hay que estar pendiente de muchas cosas que están fuera de ti.
Cada día, uno tiene que recuperar lo que hizo el día anterior, visualizar lo que sintió y encontrar al personaje de nuevo.
El teatro te permite componer al personaje de principio a fin en una función”, explica Carmen Machi.
Su compañera, después de las risotadas y la alegría inicial del encuentro, ha escuchado atenta las palabras de la protagonista de Juicio a una zorra.
“Entiendo lo que dice Carmen y lo comparto.
Cuanto más ruedas, más te das cuenta de lo complejo que es el cine a muchos niveles.
La función del teatro la tienes ahí, en la cabeza, pero la película la tienes que imaginar.
En cine es muy difícil reencontrar la emoción y el viaje que hizo tu personaje el día anterior.
En el cine se desvanece todo muy rápido.
Lo duro del teatro es que te desnuda por completo, estás en plena exposición.
Si tu voz, tu cuerpo o tu alma no te acompañan, el medio es mucho más despiadado que el cine”, reflexiona Lennie.
Ambas tienen la sensación de vuelta al hogar cuando pisan un teatro.
“Es nuestra cuna”, dice Machi. “Es un baile maravilloso que interpretas con el espectador”, añade Lennie.
Porque el público es el que completa el trabajo del actor.
“El público da miedo e impone porque tiene unos derechos absolutos, soberanos.
La ceremonia de ir al teatro la comienza el espectador, la continúan los actores y la remata de nuevo el espectador.
El público te va guiando la función con sus silencios.
Tienes que ir cambiando para captarlos si se han ido o retenerlos si los tienes contigo” explica Machi, mientras que Bárbara Lennie asegura que es como un hilo invisible pero muy poderoso.
“Es como un caballo con una personalidad potente que intuye como es el jinete que está allí arriba con las riendas.
No es un juego de dominios, pero sí de sinergias.
Hay días que es muy duro porque no hay manera de llevar al público contigo.
Te das cuenta enseguida, es tangible e inmediato”.
Se saben dos afortunadas, con las agendas a reventar de trabajos y proyectos, en un oficio inestable y siempre amenazador.
Machi quiere creer que es Dios quien concede a los actores el don de la interpretación, para satisfacer esa necesidad imperiosa de sacar a la luz el universo interior de cada uno de ellos, de protegerse detrás de los personajes para encontrar la calma.
Lennie, por su parte, habla del misterio de un oficio que hay que vivir con completa entrega.
“Lo necesito, me vertebra y me genera mi identidad”.
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