Sylvia Plath fue una leona que luchó hasta donde pudo por sus sueños. La edición completa de sus diarios deja al descubierto el proceso que la llevó a suicidarse.
Después de años en que los diarios de la estadounidense Sylvia Plath eran inencontrables
en castellano, la editorial Alba se ha decidido a publicar la versión
íntegra de los mismos, restaurada por Karen V. Kukil.
De la primera edición (The Journals of Sylvia Plath, The Dial Press, 1982) fue responsable el marido de la escritora, el poeta Ted Hughes, y la traducción la publicó Alianza en 1996.
Era una edición relativamente expurgada, de la que se habían suprimido algunos pasajes y dos de los últimos cuadernos de la autora (escritos entre 1957 y 1959).
En el prólogo, Hughes reconocía haber destruido un tercero, el último escrito antes de morir, para evitar que sus hijos pudieran leerlo y también porque “en aquellos días yo consideraba el olvido como un elemento esencial de mi supervivencia”.
Sin embargo, poco antes de morir, en 1998, el poeta retiró los sellos de dichos cuadernos depositados, como el resto del legado, en el Archivo Plath del Smith College, institución que tuvo a la escritora como estudiante y después como docente y que adquirió todos sus papeles.
De acuerdo a todo ello, la responsable del archivo preparó la edición completa de los diarios (The Unabridged Journals of Sylvia Plath; Anchor, 2007) que ahora comentamos, en la estupenda versión de Elisenda Julibert.
enda versión de Elisenda Julibert.
El texto recorre la vida adulta de la escritora, desde los 18 años,
cuando es una estudiante de literatura inglesa, hasta seis meses antes
de morir.
De la primera edición (The Journals of Sylvia Plath, The Dial Press, 1982) fue responsable el marido de la escritora, el poeta Ted Hughes, y la traducción la publicó Alianza en 1996.
Era una edición relativamente expurgada, de la que se habían suprimido algunos pasajes y dos de los últimos cuadernos de la autora (escritos entre 1957 y 1959).
En el prólogo, Hughes reconocía haber destruido un tercero, el último escrito antes de morir, para evitar que sus hijos pudieran leerlo y también porque “en aquellos días yo consideraba el olvido como un elemento esencial de mi supervivencia”.
Sin embargo, poco antes de morir, en 1998, el poeta retiró los sellos de dichos cuadernos depositados, como el resto del legado, en el Archivo Plath del Smith College, institución que tuvo a la escritora como estudiante y después como docente y que adquirió todos sus papeles.
De acuerdo a todo ello, la responsable del archivo preparó la edición completa de los diarios (The Unabridged Journals of Sylvia Plath; Anchor, 2007) que ahora comentamos, en la estupenda versión de Elisenda Julibert.
enda versión de Elisenda Julibert.
Todos conocemos los hechos más relevantes de su vida (el
matrimonio con Ted Hughes, su novela Campana de cristal, los inquietantes poemas de Ariel),
pero sobre todo sabemos que murió de una forma dramática.
Todas las
muertes lo son, pero apoyar la cabeza en el horno de la cocina abriendo
la espita del gas con 30 años y dejando a dos hijos pequeños en la casa
es algo que conmueve a cualquiera.
No hemos dejado de pensar en lo que
pudo ocurrir para que una mujer tan joven, intelectualmente brillante y
bellísima tomara aquella decisión
Y este es un interés implícito en los diarios de Plath: ahí tenemos la
oportunidad de leer y comprender el proceso interior que la condujo a la
muerte.
Lo primero que me ha sorprendido esta vez es su inteligencia
abrumadora, de la que ella es consciente muy pronto, pero que no sabe
cómo conjugar con sus otras aspiraciones y necesidades (por ejemplo, con
el sexo y su fuerte necesidad de un hombre junto a ella).
Es una mujer formada en los años cincuenta, los años del new deal
americano, de muchachas con vestidos vaporosos y collares de perlas que
sueñan con niños sonrosados y pastel de cerezas. Piensan en casarse y,
solo por ello, ser felices a la nueva manera propuesta por Roosevelt
para luchar contra los efectos de la Gran Depresión.
Ella quiere eso
ansiosamente, pero también quiere escribir y publicar y ser reconocida
como escritora.
Su cabeza es un estilete que muy pronto comprende los
inmensos intersticios que se abren en sus sueños.
“¿Por qué diablos se
nos acostumbra de pequeños a un mundo de color de rosa si no es así?”,
se pregunta ya en las primeras páginas de su diario.
Una lectura
apasionante si estamos dispuestos a zambullirnos en la vida mental de
una mujer con un gran talento introspectivo.
El diario tiene varios puntos de inflexión: el primero, cuando sufre un tratamiento de electrochoque después de su primer intento de suicidio.
Solo tiene 19 años y aquello marca su escritura.
Se vuelve más grave y
aparece por primera vez la devastación interior con la que convive.
El
segundo, cuando conoce a su marido y su vida cambia por completo (“dijo
mi nombre, Sylvia, y de un soplo barrió el desierto que ocultan mis
ojos”).
El tercero, cuando descubre a su apuesto marido en el campus del
Smith College (llevan dos años casados) coqueteando, entusiasmado, con
una estudiante, y su frágil mundo se viene abajo. Unas páginas
extraordinarias (a partir de la 526), implacables: “Aquí termina mi
vida”.
Terminaría, en efecto, tres años después, con el intento
desesperado de formar una familia
. El cuarto punto de inflexión tiene
que ver con el durísimo psicoanálisis que emprende de la relación con su
madre.
Ahí Sylvia Plath muestra toda la tristeza facetada de su vida.
Demasiados conflictos para una persona de su sensibilidad
. Tenía que
romperse.
Su diario muestra claramente el conflicto de una mujer que
desea vivir una vida amorosa plena y al tiempo centrarse en su carrera
como escritora.
Su poderosa libido sexual, sobre la que Plath escribe
hasta que se casa, la lleva a pensar que es un aspecto muy delicado en
una joven tan atractiva como ella: puede contribuir a su triunfo o a su
fracaso. Su entrega a los hombres será su baza más poderosa o su peor
defecto
. “En 10 años lo sabremos”, escribe. “O seré dama, o seré tigre”.
No fue ni una cosa ni otra, Sylvia Plath fue una leona que luchó hasta
donde pudo por sus sueños, por una vida perfecta.
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