/ No sabiendo los oficios, los haremos con respeto. / Para enterrar a los muertos / como debemos, / cualquiera sirve, cualquiera…, menos un sepulturero”.
He ahí unos versos de León Felipe que describen la expresión monótona con la que los lectores y en cierto modo sepultureros de la prensa diaria observamos este tipo de fotografías antes de pasar la página en dirección a las farmacias de guardia o a la lista de los fallecidos ayer en nuestra ciudad.
Nada nos impresiona ya ni nos conmueve.
A veces, en la tele, cuando van a mostrar unas imágenes duras, los locutores advierten de que pueden herir la sensibilidad de algunas personas. ¿Escuchamos la advertencia? Sí, al modo en que escuchamos las instrucciones de la azafata en el avión.
Detengámonos un momento en esta imagen de un barrio de Alepo bombardeado
por sus amigos y por sus enemigos, por sus bienhechores y por sus
malhechores.
Fíjense en los edificios sin piel.
Reparen en el conjunto
de cascotes de lo que en su día fue una calle por la que la gente se
dirigía a comprar el pan y en la que quizá los niños jugaban al balón.
Traten de adivinar adónde habrán ido a parar las personas que habitaban
esas viviendas de las que apenas queda su esqueleto.
No se pierdan al
individuo diminuto de la derecha, el único ser vivo de este paisaje
urbano y quizá miembro de los que atacaron el barrio para salvarlo.
Y
ahora busquen en la Wikipedia la palabra ONU.
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