El secretario de Estado de Cultura cambia de cargo y deja detrás una gestión de fracasos.
Con la salida de José María Lassalle (Santander, 1966) de la Secretaría de Estado de Cultura
queda claro —por si hacía falta alguna demostración empírica al
respecto— que saberse de cabo a rabo todo John Locke, todo Isaiah
Berlin, todo Stefan Zweig, todo Ernst Jünger y todo Raymond Aron no
garantiza un 10 en el examen.
En el examen de la gestión política, queremos decir.
Así que, resumiendo: la evaluación de Lassalle como pseudoministro de
Cultura en la legislatura recién fenecida (porque esas y no otras son
las figuras vergonzantes que el Partido Popular instauró hace tiempo
como opciones políticas para administrar un sector que aporta en torno
al 3% al PIB y ocupa a medio millón de personas: un pseudoministerio, un
pseudoministro y un superministro, el de Hacienda, actuando como un
cancerbero para que nadie se mueva) se lleva un suspenso como una
catedral.
El alumno Lassalle era, probablemente, el primero de la clase.
Pero a menudo al primero de la clase, sabido es, le suele caer alguna que otra toba.
A él le han caído infinidad.
Del propio mundo de la cultura, por inacción, empecinamiento y falta de compromiso en la defensa del sector.
De Cristóbal Montoro por la sospecha perenne de que la Cultura solo sabe ser pedigüeña.
Del ministro/halcón José Ignacio Wert, con quien Lassalle se llevó fatal desde el principio, y que recibió una beca de lujo en forma de vacaciones pagadas en París gracias a haberse cargado 2.000 empresas culturales de este país amén de haber soliviantado a alumnos, padres y profesores.
Y ahora este doctor de Filosofía del Derecho recibe la toba suprema del ministro/superviviente Méndez de Vigo, que le ha señalado la puerta de salida (la trasera, para ser más exactos).
Es curioso, lo de Méndez de Vigo. Cuando Rajoy le nombró ministro en junio de 2015 como recambio de Wert y ante lo que se antojaba una fecha de caducidad cuasi inmediata corría por los mentideros madrileños de la alta gestión cultural esta bromita en forma de apodo:
“El ministro del cuarto de hora”.
Pero resulta que va durando un poquito más y que, por si fuera poco, además ahora es portavoz del Gobierno.
A eso se le llama un insospechado valor en alza.
Lassalle prometió —y esto era la estrella absoluta en el programa electoral del PP en materia cultural— una Ley de Mecenazgo.
Esa ley debía contrarrestar no solo los efectos devastadores del 21% de IVA (el más alto de la zona euro), sino también la progresiva desinversión pública en el sector.
Pero a la vuelta del verano de 2014, Lassalle ya dejó claro que no habría ley o que, como mucho, quedaría diluida en la reforma fiscal del Gobierno.
El segundo gran fracaso de Lassalle atiende al nombre oficioso de el gran fiasco del canon digital.
Poco después de su llegada al cargo en diciembre de 2011, el Gobierno decidió que la compensación a los creadores culturales por copia privada debía proceder de las arcas del Estado y no de las empresas tecnológicas, y la cifró en cinco millones de euros. Hasta entonces las entidades de gestión de derechos de autor percibían unos 115 millones.
No solo el Consejo de Estado avisó a Cultura de que el cambio de normativa sería contrario a la normativa europea.
Posteriormente, en efecto, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea declaró ilegal la medida.
La guinda llegó el pasado día 12, cuando el Tribunal Supremo tumbó el proyecto al considerar “inaplicable” el canon digital con cargo a los Presupuestos Generales.
Lassalle, un hombre de cultura metido a político, no se ha entendido ni con el mundo de la cultura ni con el de la política. Culpable de logros no conseguidos y de chapuzas normativas, sí. También víctima propiciatoria de todo un estilo de hacer política cultural por parte de la derecha española, el que se cimenta en la desidia cuando no el desprecio.
Pero Mariano Rajoy —especialista en premiar a los caídos en acto de servicio— y Soraya Sáenz de Santamaría —verdadera madre espiritual de José María Lassalle en la política española— le dan ahora otra secretaría de Estado: la de Sociedad de la Información y Agenda Digital.
Se ve que el fiasco del canon no debió de serlo tanto para el Gobierno…
En el examen de la gestión política, queremos decir.
El alumno Lassalle era, probablemente, el primero de la clase.
Pero a menudo al primero de la clase, sabido es, le suele caer alguna que otra toba.
A él le han caído infinidad.
Del propio mundo de la cultura, por inacción, empecinamiento y falta de compromiso en la defensa del sector.
De Cristóbal Montoro por la sospecha perenne de que la Cultura solo sabe ser pedigüeña.
Del ministro/halcón José Ignacio Wert, con quien Lassalle se llevó fatal desde el principio, y que recibió una beca de lujo en forma de vacaciones pagadas en París gracias a haberse cargado 2.000 empresas culturales de este país amén de haber soliviantado a alumnos, padres y profesores.
Y ahora este doctor de Filosofía del Derecho recibe la toba suprema del ministro/superviviente Méndez de Vigo, que le ha señalado la puerta de salida (la trasera, para ser más exactos).
Es curioso, lo de Méndez de Vigo. Cuando Rajoy le nombró ministro en junio de 2015 como recambio de Wert y ante lo que se antojaba una fecha de caducidad cuasi inmediata corría por los mentideros madrileños de la alta gestión cultural esta bromita en forma de apodo:
“El ministro del cuarto de hora”.
Pero resulta que va durando un poquito más y que, por si fuera poco, además ahora es portavoz del Gobierno.
A eso se le llama un insospechado valor en alza.
Lassalle prometió —y esto era la estrella absoluta en el programa electoral del PP en materia cultural— una Ley de Mecenazgo.
Esa ley debía contrarrestar no solo los efectos devastadores del 21% de IVA (el más alto de la zona euro), sino también la progresiva desinversión pública en el sector.
Pero a la vuelta del verano de 2014, Lassalle ya dejó claro que no habría ley o que, como mucho, quedaría diluida en la reforma fiscal del Gobierno.
El segundo gran fracaso de Lassalle atiende al nombre oficioso de el gran fiasco del canon digital.
Poco después de su llegada al cargo en diciembre de 2011, el Gobierno decidió que la compensación a los creadores culturales por copia privada debía proceder de las arcas del Estado y no de las empresas tecnológicas, y la cifró en cinco millones de euros. Hasta entonces las entidades de gestión de derechos de autor percibían unos 115 millones.
No solo el Consejo de Estado avisó a Cultura de que el cambio de normativa sería contrario a la normativa europea.
Posteriormente, en efecto, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea declaró ilegal la medida.
La guinda llegó el pasado día 12, cuando el Tribunal Supremo tumbó el proyecto al considerar “inaplicable” el canon digital con cargo a los Presupuestos Generales.
Lassalle, un hombre de cultura metido a político, no se ha entendido ni con el mundo de la cultura ni con el de la política. Culpable de logros no conseguidos y de chapuzas normativas, sí. También víctima propiciatoria de todo un estilo de hacer política cultural por parte de la derecha española, el que se cimenta en la desidia cuando no el desprecio.
Pero Mariano Rajoy —especialista en premiar a los caídos en acto de servicio— y Soraya Sáenz de Santamaría —verdadera madre espiritual de José María Lassalle en la política española— le dan ahora otra secretaría de Estado: la de Sociedad de la Información y Agenda Digital.
Se ve que el fiasco del canon no debió de serlo tanto para el Gobierno…
No hay comentarios:
Publicar un comentario