El cantante celebra sus 60 años de vida y 40 de carrera con su primer disco y concierto acústico' para la MTV.
Nadie es nada para juzgar a nadie.
Y menos por un encuentro de 20 minutos con un ídolo de masas en el mejor cuarto de un hotel de lujo durante una sesión de entrevistas de promoción en la que todos formulamos las mismas preguntas y todos obtenemos las mismas respuestas.
Sin embargo, a ojo de buena cubera, cabe reseñar un par de novedades en el aspecto, la mirada y la actitud de Miguel Bosé respecto a otro par de encuentros mantenidos hace cuatro años con el mismo personaje en similares circunstancias.
Digamos que Bosé —la estrella—, porque así gusta de autodenominarse para diferenciarse de Miguel —el hombre— ha perdido peso, ha ganado empatía con el de enfrente y su armadura parece haber cedido algún milímetro cúbico.
“Me miro al espejo cada día y me siento el mismo, pero si tú lo dices será cierto”, concede, cordialísimo, el escaneado a ojímetro. “Engordo y adelgazo como un acordeón desde los 47 años, tengo buenos y malos días como todos, y la coraza consistía y consiste en hablar de lo que quiero y no de lo que no quiero”, concluye, interpelado al respecto.
Y a fe que esto último es absolutamente cierto.
Y menos por un encuentro de 20 minutos con un ídolo de masas en el mejor cuarto de un hotel de lujo durante una sesión de entrevistas de promoción en la que todos formulamos las mismas preguntas y todos obtenemos las mismas respuestas.
Sin embargo, a ojo de buena cubera, cabe reseñar un par de novedades en el aspecto, la mirada y la actitud de Miguel Bosé respecto a otro par de encuentros mantenidos hace cuatro años con el mismo personaje en similares circunstancias.
Digamos que Bosé —la estrella—, porque así gusta de autodenominarse para diferenciarse de Miguel —el hombre— ha perdido peso, ha ganado empatía con el de enfrente y su armadura parece haber cedido algún milímetro cúbico.
“Me miro al espejo cada día y me siento el mismo, pero si tú lo dices será cierto”, concede, cordialísimo, el escaneado a ojímetro. “Engordo y adelgazo como un acordeón desde los 47 años, tengo buenos y malos días como todos, y la coraza consistía y consiste en hablar de lo que quiero y no de lo que no quiero”, concluye, interpelado al respecto.
Y a fe que esto último es absolutamente cierto.
Miguel Bosé,
ya se ha visto, está de un humor excelente, pero no se sale un
milímetro del guión que ha venido a interpretar en esta ocasión
concreta.
Llega nimbado por el aura de los muy divinos, posa diez
minutos para cuatro escogidos fotógrafos frente a un mural con el logo
del producto que viene a vendernos —su nuevo disco, su primer acústico,
un Unplugged para la
colección de la MTV — y se marcha a conceder un número equis de
entrevistas como esta en medio de un revuelo de asistentes susurrándose
solícitos por sus pinganillos las idas y venidas del jefe.
Así que he aquí a Miguel Bosé,
la estrella, 60 años cumplidos, con sus ojos miel subrayados con lápiz
negro, sus exquisitos huesos dibujándole la calavera y su personalísima
voz tomada por el constipado que le ha pegado alguno de sus cuatro hijos
—Diego, Tadeo, Ivo y Telmo, de entre 4 y 6 años—, que le esperan en su
casa de Panamá, adonde se mudó desde Madrid hace tiempo para no tener
que separarse tanto de ellos durante sus frecuentes viajes por
Latinoamérica.
Por ellos son las prisas. Ellos son ahora, dice, su prioridad absoluta.
Y ha sido ahora, con cuatro hijos, 60 años de vida y 40 de carrera, cuando Bosé se ha visto “maduro, seguro y a punto” para desenchufarse.
Para transformar en “orgánico” el sonido “informático” que es su marca.
“Hubo ocasiones antes, pero tenía miedo.
Temía perder mi identidad.
Solo cuando Nicolás Sorin, mi productor desde Cardio, me sugirió caminos, y perdí la obsesión por comparme conmigo mismo fue cuando estuve listo”, explica.
El resultado, un vídeo y un disco grabado en mayo en México, tardó aún año y medio en concretarse.
El tiempo necesario para cuadrar su agenda, la de los invitados —Juanes, Pablo Alborán, Maná—, y la producción exacta de cada tema, desde Nena a Bandido o una nueva bachata de Juan Luis Guerra, a gusto del jefe.
Se le ve satisfecho con el producto.
No hay mucho tiempo para hablar del resto. “Claro que me interesa la política.
A pesar de los descorazonamientos, esta no deja de ser mi patria, y nunca dejará de serlo.
Me duele lo que pasa.
Pero me temo que, por mucho interés que tengas, esto no tiene remedio.
La situación es extrema. Pero no solo aquí, sino en todo el mundo. El sistema no funciona, hay que resetearlo.
Desde los barones hasta los príncipes se tienen que ir a la mierda. Y nosotros tenemos que reaccionar.
No somos inocentes, nosotros lo hemos permitido.
El cambio pasa por la conciencia ciudadana y un activismo profundo, diario y constante”.
Su prioridad, sin embargo, no deja de asomar la cabeza.
Hay un momento en su concierto desenchufado en el que advierte al público de que no sabe si aguantará la próxima canción sin que la emoción le rompa.
Se trata de Estaré, el tema que compuso cuando su hijo Tadeo, alumbrado como sus hermanos mediante gestación subrogada, le preguntó cuándo volvería de un viaje y al Miguel padre se le cayeron los palos del palio del Bosé artista.
“Quería explicarles que, si quieren sentirme, cuando no esté con ellos, o cuando deje de estar, no tienen más que cerrar los ojos y buscar en su corazón. Pero también por qué están aquí.
Son hijos de padre soltero, hijos del deseo.
Que entiendan que los tuve porque deseé mucho tenerlos. Si ves a Diego caminar, soy yo.
Estoy en sus células. Mi memoria estará en sus células”, te dice, mirándote a los ojos, y, aunque te haya dicho poca cosa, te vas tan contenta de que Miguel Bosé te haya dejado cinco minutos más de los que estaban agendados.
Por ellos son las prisas. Ellos son ahora, dice, su prioridad absoluta.
Y ha sido ahora, con cuatro hijos, 60 años de vida y 40 de carrera, cuando Bosé se ha visto “maduro, seguro y a punto” para desenchufarse.
Para transformar en “orgánico” el sonido “informático” que es su marca.
“Hubo ocasiones antes, pero tenía miedo.
Temía perder mi identidad.
Solo cuando Nicolás Sorin, mi productor desde Cardio, me sugirió caminos, y perdí la obsesión por comparme conmigo mismo fue cuando estuve listo”, explica.
El resultado, un vídeo y un disco grabado en mayo en México, tardó aún año y medio en concretarse.
El tiempo necesario para cuadrar su agenda, la de los invitados —Juanes, Pablo Alborán, Maná—, y la producción exacta de cada tema, desde Nena a Bandido o una nueva bachata de Juan Luis Guerra, a gusto del jefe.
Se le ve satisfecho con el producto.
No hay mucho tiempo para hablar del resto. “Claro que me interesa la política.
A pesar de los descorazonamientos, esta no deja de ser mi patria, y nunca dejará de serlo.
Me duele lo que pasa.
Pero me temo que, por mucho interés que tengas, esto no tiene remedio.
La situación es extrema. Pero no solo aquí, sino en todo el mundo. El sistema no funciona, hay que resetearlo.
Desde los barones hasta los príncipes se tienen que ir a la mierda. Y nosotros tenemos que reaccionar.
No somos inocentes, nosotros lo hemos permitido.
El cambio pasa por la conciencia ciudadana y un activismo profundo, diario y constante”.
Su prioridad, sin embargo, no deja de asomar la cabeza.
Hay un momento en su concierto desenchufado en el que advierte al público de que no sabe si aguantará la próxima canción sin que la emoción le rompa.
Se trata de Estaré, el tema que compuso cuando su hijo Tadeo, alumbrado como sus hermanos mediante gestación subrogada, le preguntó cuándo volvería de un viaje y al Miguel padre se le cayeron los palos del palio del Bosé artista.
“Quería explicarles que, si quieren sentirme, cuando no esté con ellos, o cuando deje de estar, no tienen más que cerrar los ojos y buscar en su corazón. Pero también por qué están aquí.
Son hijos de padre soltero, hijos del deseo.
Que entiendan que los tuve porque deseé mucho tenerlos. Si ves a Diego caminar, soy yo.
Estoy en sus células. Mi memoria estará en sus células”, te dice, mirándote a los ojos, y, aunque te haya dicho poca cosa, te vas tan contenta de que Miguel Bosé te haya dejado cinco minutos más de los que estaban agendados.
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