Renée Zellweger puede hacer con su aspecto lo que le venga en gana. La que realmente chirría es la propia Bridget Jones.
Es verdad: el rostro de Renée Zellweger en Bridget Jones' Baby
está plastificado. Se parece más a Sylvester Stallone que a sí misma.
Y
es legítimo debatir, como se ha hecho esta semana hasta el cansancio,
si una mujer debe ser esclava de la juventud hasta el grado de
momificarse.
Sin embargo, eso es una opción de la actriz. Zellweger
puede hacer con su aspecto lo que le venga en gana.
La que realmente
chirría es la propia Bridget Jones. Especialmente, su modelo de mujer.
Como escrito por Jane Austen, el personaje de Bridget
sigue atrapado en el siglo XVIII.
Incapaz de vivir sin un hombre a su
lado, se somete a cualquier humillación o ridículo que pueda facilitarle
alguna forma de compañía masculina.
Su única concesión al nuevo milenio
es su libertad para hablar de los miembros viriles, eso sí, siempre
poniéndoles un nombrecito infantil como "marionetas".
Un amigo de Bridget es un homosexual tratando de
adoptar un niño.
Y a su alrededor se manifiestan las Femen a pecho
descubierto.
Sin embargo, ciega a su entorno, para ella solo existen dos
tipos de hombres: el sexy egoísta o el soso noble.
Esta vez, el casting
ha cambiado a Hugh Grant para disimular que vemos la misma película por
tercera vez.
Pero el sueño de Bridget sigue siendo, como en las
entregas anteriores -y como en la Edad Media-, que dos príncipes azules
peleen por ella.
En su primera película, era un personaje casi
feminista: una mujer de verdad, que no se avergonzaba de ser de carne y
hueso.
Sin embargo, 15 años después, su filosofía de vida necesita mucho
más bótox que su cutis.
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