Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
18 sept 2016
Grosería nacional impostada.............................................................................Javier Marías
Si atendemos a su cine, a sus programas de televisión y radio, a su
prensa escrita, España es el país peor hablado de cuantos conozco.
HACE POCO me escribió un señor de noventa y ocho años, que, entre otras
cosas interesantes, llamaba mi atención sobre el hecho, para él
desazonante, de que en EL PAÍS aparecieran cada vez más tacos y
expresiones soeces. Y me adjuntaba tres recortes en los que se podía
leer la más bien inocua fórmula “de puta madre”. Pensé que el señor era
quisquilloso debido a su edad avanzada, aunque por el resto de su carta
no parecía mojigato en modo alguno y se confesaba antiguo republicano
durante la Guerra y la dictadura. No era de derechas ni beato, en suma,
de los que se escandalizan al oír “cabrón” o “mierda”. Su comentario,
sin embargo, me ha llevado a fijarme más, no sólo en este periódico; y
lo cierto es que, si atendemos a su cine, a sus programas de televisión y
radio, a su prensa escrita, España es el país peor hablado de cuantos
conozco.Tanto, y con tanta diferencia sobre Inglaterra, Estados Unidos,
Francia e Italia (cuyas lenguas entiendo, y puedo juzgar en
consecuencia), que acaba por dar la impresión de ser algo más bien
artificial e impostado, casi forzado. Como si quienes están cara al
público quisieran dárselas de “duros” mediante el abuso de lo que antes
se conocía como palabras “malsonantes”. Y no debe de ser azaroso que
éstas se oigan y lean más en boca y letra de mujeres que de hombres.
Quizá porque hoy hay bastantes mujeres afanosas por mostrarse así,
“duras”, tanto o más que los varones.
Todos soltamos algún taco en privado; y en público, aunque menos. No hay que ser puritano ni cabe escandalizarse a estas alturas
El recurso es tan vetusto como Camilo José Cela (de cuyo nacimiento
se cumple el centenario), quien ya en los años cincuenta del siglo XX se
dedicó, para hacerse el “transgresor” y como gracia de la que carecía, a
soltar groserías en toda ocasión y circunstancia, exhibicionismo puro. Recuerdo la risa que eso le daba a mi madre, que lo había conocido de
jovencito atildado, cursi y florido, casi siempre con guantes aunque la
estación no los pidiera. No cabe duda de que fue un pionero de la
zafiedad que hoy impera en España, y en eso (ya que no en su literatura)
en verdad creó escuela. Una escuela rara, anómala, y –no hace falta
decirlo– de ingenio escaso y pobreza léxica. Se ha sabido que la pareja de un líder político se pasó la última
sesión de investidura lanzando tuits a mansalva, según se desarrollaba.
Al parecer la señora es persona instruida, médica de profesión, pero
obviamente se apuntaba a la competición de “dureza” mencionada: “Se
están pasando por los cojones lo que nos pase”; “Peleítas de nabos,
básicamente”; “Jódanse ustedes y dejen de jodernos a nosotras”, son
algunos de sus breves análisis de lo que ocurría en el Congreso. Y sí,
en este periódico he leído cosas parecidas, sobre todo entre
columnistas. Yo mismo he recurrido ocasionalmente a ellas, creo que de
muy tarde en tarde. Todos soltamos algún taco en privado; y en público,
aunque menos. No hay que ser puritano ni cabe escandalizarse a estas
alturas, pero la insistencia y la profusión causan hartazgo y suenan
voluntaristas, ya digo, todo menos espontáneas. En la vida real las
personas no hablan así (bueno, quizá políticos y empresarios
chanchulleros sí), no todo el rato. No hablan como en la mayoría de
películas y series españolas, con su superabundancia de tacos, ni como
en los reality shows, cuyos personajes, sabedores de que tienen público, lo acribillan a bastezas y mal gusto. Ni siquiera se libran de ello quienes hoy se consideran los individuos más beatíficos del mundo, a saber, los animalistas. Entre ellos, dicho sea de paso, hay pésimas personas que celebran con
jolgorio y violencia verbal la muerte de un torero o un cazador, y de
paso se la desean a toda su parentela. Ignoran una de las reglas básicas
de los “bien nacidos”, por utilizar una expresión anticuada y sin
apenas sentido: a los muertos se los deja en paz, sobre todo cuando
están recién muertos, por mucho que en vida se los haya odiado o que nos
hayan dañado a propósito. Semanas atrás, un cazador se mató al caer por
un barranco. Nunca he tenido simpatía a quienes practican la caza
superflua, aunque tampoco me olvido de que esa fue una de las primeras
actividades “naturales” de los humanos –y de todos los animales
carnívoros e insectívoros, y de éstos lo sigue siendo, qué remedio–. Algunos animalistas se han despachado de este modo: “Ojalá todos los
cazadores se mueran”, “Un hijo de puta menos”, “Que se joda, así de
claro”; en seguida la zafiedad, en seguida el taco para que se vea lo
“duros” que somos, a la vez que bondadosos, compasivos, tiernos y
virtuosos. Ha dicho Savater que los animalistas se creen que los
animales son personas disfrazadas. No me parece, porque por éstas, por
las personas, demasiados de aquéllos sólo demuestran inclemencia y odio,
si hacen algo que ellos condenan o les llevan la contraria. En algo sí
aciertan: los animales, en efecto, son mucho mejores que sus defensores
fanáticos. No suelen tener mala sangre ni están capacitados para ser
soeces.
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