Llevar un libro de Kafka en el bolsillo garantizaba el éxito social y sexual. Las cosas han cambiado.
En el año 1964, el historiador e intelectual americano Richard Hofstadter ganaba su segundo premio Pulitzer con El antiintelectualismo en la vida americana,
en el que retrata una tendencia social al desprestigio de las
humanidades y de la actividad intelectual.
El autor se pregunta cuáles son las consecuencias de esta inclinación, que, afirma, cambia la ciencia, las artes y las humanidades, por la distracción ociosa o el culto a la ignorancia.
La obra se ha convertido en un clásico, no solo en América, sino en otros países de Occidente.
¿Es cierto que estamos sumidos en una ola antiintelectual?
Y si fuera así, ¿responde a nuevas necesidades de la sociedad o nos estamos volviendo cada vez más vacíos e intrascendentes?
Hay autores que afirman que las corrientes antiintelectuales de las que hablaba Hofstader, en sus clases de la Universidad de Columbia, "han superado sus predicciones más apocalípticas sobre el futuro de la cultura americana”.
Así de rotunda es Susan Jacoby en sus afirmaciones.
La autora y columnista de The Washington Post opina que los americanos "tienen un gran problema intelectual debido a que su capital cultural se encuentra amenazado por una mezcla de antiintelectualismo, antirracionalismo y bajas expectativas”.
En esta línea, han ido surgiendo otros libros como The Dumbest Generation (La generación más tonta) de Mark Bauerlein o Idiot America (América idiota) del periodista Charles Pierce
. Ambas obran acusan a los medios de comunicación de todos los males de nuestro tiempo y, especialmente, de una falta de cultura manifiesta en la que "se idolatra la estupidez".
De hecho, gracias a la sociedad de consumo y a pesar de la crisis, “tenemos más cultura, más barata y accesible que nunca, algo que ha permitido en España una nueva politización, nuevas manifestaciones artísticas, gente que ha inventado negocios y jóvenes con gran formación y curiosidad”.
No en vano, no dejamos de escuchar que la actual es la generación más formada de la historia de este país.
Para Manuel Arias Maldonado, profesor de la Universidad de Málaga y habitual columnista en medios de comunicación, más que una involución cultural, lo que hace saltar las alarmas es un problema de excesiva visibilidad, que muestra una falta de interés por lo intelectual que antes permanecía callada
. "¿Las redes sociales han propiciado una masa opinativa que revela una realidad a la que antes permanecíamos ciegos?", se pregunta.
Para este profesor, el verdadero problema social es que existe un desprestigio de la enseñanza.
En España tenemos muchos buenos profesores, pero la figura del docente no goza del reconocimiento que merece y que sí se tiene en otros lugares del mundo como Japón, donde es una profesión contemplada con relevancia y muy bien remunerada.
Según este docente, esto tendría que ver con que la educación ya no pertenece a un espacio elitista y privilegiado donde la formación se permitía ser exigente:
“Los alumnos venían de un bachillerato muy duro y la cultura gozaba de un prestigio social del que ahora carece”, comenta.
Es la alta cultura, o la Cultura, con mayúscula, la que se encuentra atacada, según Arias Maldonado. Como apuntaba Gascón, las diferentes generaciones no comparten referentes y, hoy en día, la intelectualidad ya no se encuentra en el epicentro cultural de los jóvenes.
“Ya no es, como pasaba en las décadas de los 60 y 70, un aspecto cool: llevar un libro de Kafka en el bolsillo no garantiza mucho éxito social o sexual.
Y esa falta de interés no contribuye demasiado a la difusión de los contenidos más elevados”, añade el editor.
El antiintelectualismo de los reality shows, el pop o el gran interés que suscita lo intrascendente de la vida de Paris Hilton, de las Kardashian o de los ego-bloggers nacionales más influencers, "podría definirse como el ataque de los profanos contra los expertos”, explica Arias Maldonado, que asegura que esto es el fruto de "un sentimiento de inferioridad incubado durante años y que emerge cuando una crisis parece indicar, a sus ojos, que la élite ha fracasado".
Según este historiador, un ejemplo de cómo permea esta tendencia a todas las capas sociales es la frase del político británico Michael Gove, durante su campaña a favor del Brexit:
"Este país ha tenido ya bastante con los expertos".
El autor se pregunta cuáles son las consecuencias de esta inclinación, que, afirma, cambia la ciencia, las artes y las humanidades, por la distracción ociosa o el culto a la ignorancia.
La obra se ha convertido en un clásico, no solo en América, sino en otros países de Occidente.
¿Es cierto que estamos sumidos en una ola antiintelectual?
Y si fuera así, ¿responde a nuevas necesidades de la sociedad o nos estamos volviendo cada vez más vacíos e intrascendentes?
Hay autores que afirman que las corrientes antiintelectuales de las que hablaba Hofstader, en sus clases de la Universidad de Columbia, "han superado sus predicciones más apocalípticas sobre el futuro de la cultura americana”.
Así de rotunda es Susan Jacoby en sus afirmaciones.
La autora y columnista de The Washington Post opina que los americanos "tienen un gran problema intelectual debido a que su capital cultural se encuentra amenazado por una mezcla de antiintelectualismo, antirracionalismo y bajas expectativas”.
En esta línea, han ido surgiendo otros libros como The Dumbest Generation (La generación más tonta) de Mark Bauerlein o Idiot America (América idiota) del periodista Charles Pierce
. Ambas obran acusan a los medios de comunicación de todos los males de nuestro tiempo y, especialmente, de una falta de cultura manifiesta en la que "se idolatra la estupidez".
Una queja transgeneracional
Existen muchas voces clamando en contra de estas teorías. “La decadencia de la juventud es un lamento que ha existido a lo largo de toda la historia”, explica Daniel Gascón, escritor y editor de la revista Letras Libres, hablando de la presunción anticultural que pesa sobre las nuevas generaciones. “Han cambiado los referentes y lo que, tradicionalmente, se consideraba cultura ha variado”. Sabemos otras cosas: “el canon se ha ampliado y dispersado, la cultura letrada ha cedido terreno y la conversación se ha disgregado”, aclara Gascón.De hecho, gracias a la sociedad de consumo y a pesar de la crisis, “tenemos más cultura, más barata y accesible que nunca, algo que ha permitido en España una nueva politización, nuevas manifestaciones artísticas, gente que ha inventado negocios y jóvenes con gran formación y curiosidad”.
No en vano, no dejamos de escuchar que la actual es la generación más formada de la historia de este país.
Para Manuel Arias Maldonado, profesor de la Universidad de Málaga y habitual columnista en medios de comunicación, más que una involución cultural, lo que hace saltar las alarmas es un problema de excesiva visibilidad, que muestra una falta de interés por lo intelectual que antes permanecía callada
. "¿Las redes sociales han propiciado una masa opinativa que revela una realidad a la que antes permanecíamos ciegos?", se pregunta.
Para este profesor, el verdadero problema social es que existe un desprestigio de la enseñanza.
En España tenemos muchos buenos profesores, pero la figura del docente no goza del reconocimiento que merece y que sí se tiene en otros lugares del mundo como Japón, donde es una profesión contemplada con relevancia y muy bien remunerada.
Según este docente, esto tendría que ver con que la educación ya no pertenece a un espacio elitista y privilegiado donde la formación se permitía ser exigente:
“Los alumnos venían de un bachillerato muy duro y la cultura gozaba de un prestigio social del que ahora carece”, comenta.
Es la alta cultura, o la Cultura, con mayúscula, la que se encuentra atacada, según Arias Maldonado. Como apuntaba Gascón, las diferentes generaciones no comparten referentes y, hoy en día, la intelectualidad ya no se encuentra en el epicentro cultural de los jóvenes.
“Ya no es, como pasaba en las décadas de los 60 y 70, un aspecto cool: llevar un libro de Kafka en el bolsillo no garantiza mucho éxito social o sexual.
Y esa falta de interés no contribuye demasiado a la difusión de los contenidos más elevados”, añade el editor.
El antiintelectualismo de los reality shows, el pop o el gran interés que suscita lo intrascendente de la vida de Paris Hilton, de las Kardashian o de los ego-bloggers nacionales más influencers, "podría definirse como el ataque de los profanos contra los expertos”, explica Arias Maldonado, que asegura que esto es el fruto de "un sentimiento de inferioridad incubado durante años y que emerge cuando una crisis parece indicar, a sus ojos, que la élite ha fracasado".
Según este historiador, un ejemplo de cómo permea esta tendencia a todas las capas sociales es la frase del político británico Michael Gove, durante su campaña a favor del Brexit:
"Este país ha tenido ya bastante con los expertos".
El enemigo es la élite
Por un lado, los autores consideran que el viraje a la frivolidad y al desinterés por los productos elevados es un cambio natural en los referentes culturales y, por otro, un resorte que salta en situaciones difíciles contra el modelo anterior, al que se le acusa de no haber tenido éxito.En este último caso, es interesante oservar cómo esta tendencia es instrumentalizada para ganar votos.
“Han cambiado los referentes y lo que tradicionalmente se consideraba cultura ha variado”, Daniel Gascón
Si bien, a priori, esta democratización del discurso parece lo deseable en la política, los autores advierten de que, en ocasiones, no es más que un papel adoptado por conveniencia.
"Muchas veces los movimientos supuestamente populares y antielitistas parten de las mismas elites, disfrazadas de gente común”, apunta Gascón:
“Hay un elemento cínico y frívolo, una especie de culto a la autenticidad y al desprecio a los expertos y a lo intelectual”.
Más allá del marketing político, Arias Maldonado asegura que la sociedad, e incluso "las propias élites, poseen una educación humanista más débil que antes".
Generación tras generación, nuestros referentes culturales cambian, los conocimientos son otros y los intereses marcan caminos diferentes, "pero eso no significa, ni mucho menos, que seamos más tontos”, concluye el profesor.
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