Este largo puente ha dejado a los periodistas huérfanos de voces autorizadas.
Los políticos que tienen que tomar las iniciativas para los pactos de investidura (se supone que de Mariano Rajoy) han dejado todo en mano de los tertulianos de la televisión y se han ido de turismo. Unos se han ido con paradero desconocido, y el principal se ha ido a cumplir con la fe mariana.
Extraña la vocación viajera de los que ahora se hablan, Rajoy y Rivera, porque, habiendo el sosiego de este larguísimo puente, podrían haber quedado para deshojar juntos la dichosa hojita de Ciudadanos.
Pero, no, se han ido.
Como no tenían nada que hacer, se supone, la huida hacia los lados de Pablo Iglesias y de Pedro Sánchez es menos sintomática; el primero se defiende enviando tuits y el segundo ha optado por la incógnita sobre su paradero y sobre los pasos que piensa dar.
Sus equipos explican esas ausencias diciendo que son asuntos propios.
Pero como los fotógrafos periodistas quieren sacar algo más que el oro y la mirra de Río los buscan como a Diógenes, y no hallan sino Perseidas.
Se suponía que la política no descansaba; en la época de Franco, Carlos Arias Navarro se fijaba en la lucecita de El Pardo, siempre encendida, para decir que Franco seguía trabajando.
Estaría trabajando en la lectura de Mientras agonizo, de Faulkner, pero no consta que la leyera nunca
. Cuando a Rajoy lo llamó el falso Puigdemont, al líder del PP no se le ocurrió otra cosa que revelar el contenido de su agenda: nada.
Si por aquel entonces le hubieran preguntado a los suyos los periodistas que ahora lo encuentran haciendo el Camino de Santiago, seguro que esos portavoces hubieran dicho que estaba metido en contactos secretos.
La ausencia de Rivera, que es más locuaz y más saltarín aún que Rajoy, es mucho más preocupante, porque, después de su irrupción de Capitán Trueno (o de Supermanalbert) el martes, se esperaba que acabara su maratón poco antes de que Rajoy se reuniera con su cónclave.
Pero ha preferido irse de veraneo, con lo cual parece que ha suspendido temporalmente su cruzada de servicio a la patria.
Los otros dos palos de esta baraja de cuatro, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, han optado por el silencio, aquel enemigo de Atahualpa Yupanqui y su carreta.
Iglesias resurgió para decir su tuit, desde la lejanía celestial (el asalto a los cielos lo tiene pospuesto, quizá indefinidamente), una vez que oyó a Rivera, con el que se habla solo en presencia de Jordi Évole.
¿Y Pedro Sánchez? Él ha entonado la canción de Raimon, Diguem no, y con ella se protege bajo las sombrillas de agosto.
Por eso digo que este largo puente ha dejado a los periodistas huérfanos de voces autorizadas; los tertulianos (que no son necesariamente periodistas) lo tienen más fácil que los periodistas de noticias, pues, al contrario que los periodistas, a los tertulianos con intuir les basta.
Y los políticos creen que con mandar unos tuits, mientras hacen turismo, la gente se siente segura de que sus elegidos están haciendo la política como Dios manda.
Y no están haciendo política, no nos engañemos, están haciendo turismo.
Y redes sociales.
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