Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
22 ago 2016
Mathilde Pomès, embajadora de la poesía española en Europa....................................................... Manuel Morales
La
correspondencia de la hispanista francesa, que se expondrá en la
Biblioteca Nacional, revela su papel esencial en la difusión
internacional de grandes autores del siglo XX.
Mathilde Pomès, en 1931 BIBLIOTECA NACIONAL MADRID
Cuando la joven Mathilde Pomès veía los Pirineos desde su casa, se
preguntaba qué había al otro lado. Nacida en 1886 en el pueblo de
Lescurry, su curiosidad le impulsó a aprender español y a asistir cada
verano, desde 1912, a unos cursos de verano en Burgos. Allí conoció a
escritores e intelectuales, entre ellos, un joven poeta, Pedro Salinas, que luego integró la Generación del 27. Su influencia como profesora de La Sorbona –fue la primera catedrática
de español en esa universidad– ayudó a que a Salinas le diesen allí un
puesto. Ese fue el primero de los muchos favores que, de manera
desinteresada, hizo esta mujer a los grandes de la literatura española
de la primera mitad del siglo XX. Así lo demuestra el millar de cartas
que acumuló de 160 figuras (Unamuno, Azorín, Falla, Turina, Machado,
Azaña, Gómez de la Serna, Gerardo Diego, Alberti, Jorge Guillén…) y de
las que una pequeña muestra, en torno a 40, prácticamente todas
inéditas, formarán parte de una exposición en la Biblioteca Nacional a partir del 30 de septiembre. La comisaria de la exposición, Elisa Ruiz García, catedrática emérita
de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de
Madrid, conoció a Pomès por su marido, Manuel Sito Alba, que dirigió la
Biblioteca española de París. “Ella no había tenido hijos y vivía en
una residencia. La visitábamos, nos contaba cosas, le llevábamos
fruta…”. Ruiz cree que Pomès vio en ellos a los nietos que no había
disfrutado, y quizás fue la razón por la que un día les anunció que les
regalaba las valiosas cartas que guardaba. Ruiz, nacida en 1937, se ríe
cuando dice que ahora se ve “como Mathilde, mayor” y por ello ha donado a
la Biblioteca Nacional las cartas de la hispanista y poeta, fallecida
en 1977. En esa correspondencia se aprecia su “amistad profunda” con Manuel de
Falla, al que había conocido en Granada. La hermana del músico se
dirigió a ella en febrero de 1930 para decirle que el autor de El amor brujo
estaba con depresión; con Unamuno, “el intelectual español que más le
impactó”, le confesó a la profesora Ruiz, y del que habrá en la
exposición una foto dedicada a Pomès: “Con un abrazo espiritual”. También, Baroja, Ortega y la Generación del 27,
“con los que se entendía muy bien porque eran de la misma edad”. Unos
jóvenes que se alejan de algunos de sus predecesores, como le escribe
Salinas en 1928: “La vieja Azorín con sus ridículos intentos teatrales. Baroja viviendo de las sobras de su arte. Machado, digno, noble siempre,
pero con ese aire remoto suyo”. Los escritores españoles le enviaban sus poemas y manuscritos a esta mujer inteligente, de estatura media, pelo a lo garçon y mirada penetrante. “Ella los traducía al francés y escribía artículos en Le Figaro,
donde colaboraba, para darlos a conocer. Fue clave en su difusión en
París, que entonces era la capital cultural del mundo. Si triunfabas
allí, podías tener éxito mundial”. Ramón Gómez de la Serna, del que
vertió al francés sus greguerías, la llamó “mi querida y admirada hada
madrina” en una de las 35 cartas que se conservan de él, todas escritas
en tinta roja. La triple condición de amiga, traductora y agente
literaria llevó a Vicente Aleixandre a definirla como “el verdadero
cónsul de la poesía española en Europa”. Muchos de ellos la visitaron en
su casa de París, un cuarto piso en el que al entrar solía haber un
agradable olor a sopa de verduras.
Las misivas de Pomès conforman “un fresco de la intelectualidad
española entre los años 20 y los 50 del siglo XX, un periodo crucial, y
en los textos hay referencias a la situación literaria, social y
política”. El agradecimiento de la flor y nata de la poesía española a
Pomès se reflejó en un homenaje al que ella acudió, el 10 de abril de
1931, en un restaurante de Madrid. En la Biblioteca Nacional se mostrará
una foto de aquella comida, en la que los asistentes firmaron un
tarjetón en el que Lorca dibujo a una joven con una copa. Sin embargo, en el archivo de Pomès hay un grupo de 55 cartas que tienen otra dimensión,
más emotiva, las de la esposa de Salinas, Margarita Bonmatí
(1883-1953). “En ellas describe si él está animado, si escribe…”. Un
itinerario de primera mano de su producción, como certifica una misiva
de 1931: “Hay un cambio en su poesía, lo siento como buscándose entre
nieblas, pero no acertando a dar con la luz”. Bonmatí le cuenta, un año
después, la complicada vida política española: “Los monárquicos, los
extremistas y los comunistas han avanzado con una sola idea, destruir
esta República tan humana”.
Tarjeta postal de 1931 dedicada a la hispanista por Lorca, Diego, Altolaguirre, Aleixandre.. BNE
Durante 30 años, Mathilde y Margarita forjaron una gran relación
.
“Aunque Margarita pertenecía a la alta burguesía, tuvo una vida difícil,
porque su marido conoció en 1932 a una profesora estadounidense,
Katherine Prue Reding, de la que se enamoró”. Cuando descubrió la
infidelidad, quiso suicidarse arrojándose al río Tajo, pero fue salvada
por alguien que pasaba por allí.
“En la correspondencia posterior se
aprecia, entre líneas, de manera delicada, su situación dramática”.
Cuatro años después estalla la Guerra Civil, y Salinas, significado con
la República, está con su mujer en Santander, donde dirigía los cursos
de la Universidad Menéndez Pelayo, y con Mathilde.
La francesa parte en
un barco llegado a la capital cántabra para evacuar a los extranjeros y
se lleva a los dos hijos de los Salinas, que hace pasar por suyos, para
sacarlos de España.
El autor de La voz a ti debida se lo agradecerá en una carta en la que se muestra “preocupadísimo y sin noticias de lo que ocurre” en el país.
Él y su esposa consiguieron abandonar España y partieron todos al exilio en Estados Unidos. “El que es un poco honesto o civilizado se ha ido a la desbandada”, le cuenta Bonmatí a su amiga.
La herida del exilio sigue abierta en 1950. Salinas escribe: “Estoy
resuelto a no pisar España mientras mande allí ese y esa canalla”, pero
añora su país y surge el miedo del desarraigo: “Pienso a ratos: ¿Qué
español hablo y escribo?”. La diáspora que causó la Guerra Civil diluyó
poco a poco los contactos de Pomès con sus amigos escritores. A la
profesora Ruiz le cuesta aún hoy entender el embelesamiento que Mathilde
Pomès tuvo por la cultura española, y del que da cuenta en una carta a
Guillén: “El verdadero clima de mi alma, yo lo he saboreado en España
con una emoción y un amor indecibles”.
Juan Ramón Jiménez, vendedor de bordados
La historiadora Elisa Ruiz. Alvaro García
Entre las numerosas muestras de generosidad de la hispanista Mathilde
Pomés hacia los escritores españoles, no solo las había literarias,
sino que también se preocupaba por aliviar sus aprietos económicos. El
mejor ejemplo es Juan Ramón Jiménez. El poeta encerrado en su creación
no tenía muchos ingresos, así que su esposa, Zenobia Camprubí, decidió
abrir en Madrid “una tienda de arte español, que vendía bordados,
encajes, artesanía…”, cuenta la profesora Elisa Ruiz. “Mathilde les
ayudaba enviando desde Francia materiales, como hilos de colores. Y, de
vuelta, Zenobia le mandaba los productos elaborados para que ella los
vendiese entre sus amistades de París”.
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