El estereotipo patrio se perfila tímido a la hora de mostrar su verdadera personalidad y poco dado a probar cosas nuevas.
Para las españolas estar morena es sinónimo de estar guapa.
Foto: Getty
Un pasatiempo a realizar en los aeropuertos internacionales es jugar a
descubrir la nacionalidad de los transeúntes.
No hay que generalizar,
pero los estereotipos se cumplen en muchas ocasiones.
La norteamericana,
excesivamente artificial y orgullosa de serlo; la inglesa, para la que
el adjetivo excéntrico dista mucho de ser peyorativo sino algo deseable,
aunque sea en pequeñas dosis; la francesa, con su elegancia natural o
la nórdica, con su interesante versión del minimalismo coqueto y
confortable.
Las españolas somos también fácilmente identificables, aunque tal vez
necesitaría tener otra nacionalidad y vivir fuera para poder definir el
estilo patrio en una sola frase.
Lo que se conoce como perspectiva para
tener una visión de conjunto.
Si me atrevería a apuntar esa
compartimentación que divide a las compatriotas en grupos fácilmente
identificables, estéticamente, y que cumple a rajatabla ciertas reglas.
Plantillas de las que uno no puede salirse.
La señora de clase alta, con
la ropa como acabada de comprar que no olvida su pañuelo para viajar en
avión; la mochilera, a la que le está prohibido el maquillaje o
cualquier tipo de frivolidad; la funcionaria, que en sus vacaciones
visita las capitales europeas y es adicta al normcore en cuerpo y alma o la seguidora de tendencias, aunque éstas últimas no la sigan a ella.
“Lo más acusado en la mujer española es el miedo a desarrollar la propia personalidad, a sobresalir, a ser diferente”,
comenta Sara Largo, directora de tuasesordeimagen.es y presidenta de la
Asociación Española de Asesores de Imagen y Personal Shoppers (ASEDAI).
“Somos muy conservadoras, incluso en Madrid que, si la comparamos con otras capitales europeas a nivel estético, es muy poco vanguardista.
Asesoro en cuestión de imagen a muchas ejecutivas, profesionales que
han llegado muy alto gracias a su esfuerzo y siempre me piden lo mismo:
quieren estar bien y correctas pero pasar desapercibidas.
Cero concesión
a la frivolidad o feminidad en un mundo laboral dominado por hombres,
porque su mayor temor es que los demás piensen que han alcanzado su
estatus por razones al margen de los estrictos méritos profesionales”,
apunta Largo.
El alto poder adquisitivo no va siempre unido a un mismo nivel cultural.
Algo que se aprecia en todo el mundo y que, en España, deja su huella.
“Una persona cultivada lo refleja en su forma de vestir y arreglarse.
Pero, a veces, tener dinero se traduce aquí en llenarse de colores,
maquillarse en exceso o adornarse con excesivas joyas o abalorios”,
apunta esta asesora.
Envejecer con dignidad es otra de las asignaturas
pendientes de la estética nacional, que pierde con los años.
La juventud
es siempre una garantía de buen aspecto pero, una vez perdida se
encuentran pocos ejemplos de lo que es mantener la naturalidad y el
estilo.
“Más que intentar parecer más joven, lo deseable sería
conservarse lo mejor posible, dentro de la edad que uno tiene.
Yo soy
partidaria de abrazar el minimalismo a medida que se cumplen años.
Hay
que ser cada vez más austera y apostar por colores neutros, pero veo que
aquí mucha gente hace lo contrario y, por ejemplo, en ropa se decantan
por los estampados o brillos”, sostiene Sara Largo.
Al final, todas acabamos rubias
La máxima de que los tonos claros suavizan los rasgos ha hecho que la
mayoría de la población, pasados los 40, tenga el mismo color de pelo
.
Sin embargo, Yolanda Aberasturi, la prestigiosa peluquera vasca, matiza
que “esta regla es aplicable si se tiene la tez blanca, pero si la piel
es morena o aceitunada hay que tener cuidado porque se puede conseguir
el efecto contrario”.
Sara Largo es partidaria de seguir la naturaleza
con alguna ayuda extra, “nuestro color natural de pelo es, casi siempre,
el que más nos favorece porque va acorde con el tipo de piel.
Se puede
aclarar uno o dos tonos con los años, pero no más.
Yo siempre digo que
lo ideal es conseguir el que teníamos de pequeños, antes de que empezara
a oscurecerse.
Una de las primeras cosas que hacemos cuando alguien nos
pide asesoría en imagen es hacer un estudio del color para ver los que
más le favorecen.
Pero, debido a una mala elección en el tinte, en
muchos casos el color que le va bien al pelo no corresponde con el de la
piel y hay un desajuste”.
Ni que decir tiene que las canas son, todavía, el pecado nacional,
aunque cada vez hay más mujeres que se atreven a llevarlas y que deben
soportar las reprimendas de sus compañeras de género, ¡ay si te tiñeras,
parecerías 10 años más joven!
En opinión de Aberasturi, “el problema
del look con canas es que hay que cuidarlo minuciosamente.
El
corte es fundamental al igual que los cuidados para evitar tener un
aspecto desaliñado o que el pelo blanco se vuelva amarillo o crespo.
Pero, debidamente atendido, da un toque de sofisticación natural”.
El abuso de las mechas o su mala utilización tiene también un
capítulo en la estética capilar española.
“Hay muchas formas de hacerlas
para conseguir un efecto natural y no recargarlas en exceso.
Lo ideal
es dibujarlas de forma degradada, muy suaves, tanto en color como en
grosor.
Hay que partir de la zona superior e ir disminuyendo en
intensidad a medida que bajamos en largura”, señala la peluquera
bilbaína.
Maquillaje. Básicos hispanos: polvos bronceadores y kohl
“La relación de las españolas con respecto al maquillaje es más bien
extremista.
Están las que no se maquillan en absoluto y las que lo hacen
en dosis excesivas”,
apunta Pedro Cedeño, maquillador y peluquero para
Talents. Según este profesional, los errores más comunes entre las
españolas son “el abuso de los polvos bronceadores, que además se
extienden por toda la cara; el kohl negro –esa raya que va por dentro
del ojo- y el perfilador de labios, mal utilizado.
A veces, incluso, sin
el uso de color, solo con el gloss. La española tiene incrustado en su ADN que estar guapa es sinónimo de estar morena y tener buen color
y uno de los fallos más corrientes es no dar con el tono adecuado para
la base de maquillaje –tender a oscurecerla- y usar la misma para verano
e invierno”.
Las españolas son más dadas a seguir las tendencias en moda que en maquillaje.
Aquí, y según Cedeño, “suelen utilizar el mismo maquillaje toda la vida, una vez que dan con el que creen que más les favorece.
Hay que decir que esta costumbre está cambiando con las nuevas
generaciones, que parecen más preocupadas en aprender a utilizar mejor
los productos y a combinarlos adecuadamente.
La mayor parte de la gente
que me hace preguntas son chicas jóvenes a las que maquillo, ¿qué color
de labios me va mejor?, ¿cómo aplico la sombra de ojos o el antiojeras
sin que parezca un oso panda?, ¿la manera correcta de usar las sombras
de ojos? Intuyo que las nuevas generaciones se van a preocupar más en
cuidar su piel y no tanto en taparla, como han hecho sus madres. Las
mujeres de entre 40 y 50 están muy preocupadas en como hacerse pequeños
arreglos que las ayuden a mantener un buen aspecto sin que se note
demasiado, puesto que disponemos de sobrada información visual de lo que
no nos gusta”.
El escaso interés en cambiar nuestra manera de maquillarnos y de
seguir de forma inteligente las tendencias en este campo viene, según
este profesional, de una falta de información adecuada.
“La gente
desconoce las novedades y corrientes en maquillaje y creo que la culpa
de esto está en parte en los medios de comunicación.
No hay revistas
especializadas en el tema, solo las de moda tratan el asunto en unas
páginas y, a veces, de una forma no demasiado clara ni explicativa.
Cuando fui por primera vez a Nueva York me llamó la atención el hecho de
que en las tiendas de cosmética todo el mundo estaba probando los
productos.
Aquí, hasta hace muy poco, la dependienta te veía con malos
ojos si usabas el probador y te preguntaba si ibas a comprar algo.
La
televisión también parece algo desfasada y el maquillaje que llevan presentadoras y contertulios es muchas veces excesivo, sobrecargado.
La tecnología ha cambiado, tenemos pantallas de plasma que nos muestran
hasta el último poro y los maquilladores todavía usan la misma técnica
de años atrás”.
Las festividades o eventos importantes son momentos en los que la
mayoría recurre a un peluquero, pero pocas contratan a un maquillador
profesional para que saque lo mejor de una misma.
La consecuencia es,
según Cedeño, que “para muchas arreglarse es echarse años encima o
disfrazarse y perder por completo su estilo y personalidad”.
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