Se ha dado en el primer cuarto de 2014 una alineación de hypes con denominador común en la figura del actor Matthew McConaughey, referencia múltiple por haber conseguido un Óscar y protagonizar la serie del momento, True Detective, el sabor de la semana, como reza el dicho anglosajón.
Hasta el periodista deportivo Santiago Segurola ha dejado reseña.
Y es que cuando el F.C. Barcelona declina en la liga, Segurola tira hacia las páginas de cultura.
Por lo alfabético Matthew figura en la subcategoría de los actores con misma letra en el nombre y el apellido, como Kevin Kline, Keira Knightley o Victoria Vera.
Tras haberle hecho un lifting
a su carrera, el actor ha estado en las noticias por sobresalir en la
vieja pero aún prestigiosa disciplina del cine así como en el escenario
de las series que, dicen, han relevado al cine como producto entretenido
de calidad.
Entre ambos océanos yo destacaría además sus anuncios
televisivos para una marca de perfumes.
En particular aquel en el que se
lanza a un diván para dejarse retratar por el sonido de decenas de flashes.
En la época del selfie,
Matthew, que no abre la boca en el comercial, parece decirle a la plebe
narcisista que él no hace fotos. Se las hacen.
Un estrellón.
«Quién es esa chica, señorita tan linda». Madonna, «Who’s that girl».
El
fenómeno Matt podría calificarse de resurgir de una estrella si es que
alguna vez este pudo haberse considerado como tal.
El caché potencial lo
tuvo allá cuando despuntó a mediados de los noventa.
Entonces apareció
por las revistas como un supuesto nuevo Paul Newman en virtud de
su parecido físico con aquel.
Si la belleza de Paul se representaba en
tormentos, mirada y morritos, en MM sobresalía la sonrisa.
Era entonces
un vitalista, como Patrick Swayze.
La competencia dentro del star-system era feroz en esos noventa. Con Tom Cruise sosteniéndose en blockbusters a su variada medida, Mel Gibson y hasta Kevin Costner estaban siendo relevados por una generación que encontraba su hueco en diversos nichos.
Brad Pitt, Keanu Reeves o Hugh Grant copaban papeles con directores de renombre. Daniel Day-Lewis monopolizaba el favor de la crítica.
Denzel Washington encarnaba a los negros guays, Samuel L. Jackson a los negros macarras y Wesley Snipes hacía películas de aviones.
Andy García y Antonio Banderas se repartían a los latinos.
Y Johnny Depp brillaba en cintas de prestigio independiente y como muso de Tim Burton.
Fue en una película de ese sello, el alternativo, la etiqueta por
excelencia de esos noventa, donde surgió la figura de McConaughey, un
apellido complicadísimo para uno de esos concursos americanos de
deletrear palabras.
La peli, estrenada en 1996, es Lone Star, de John Sayles.
Un drama en escenario sureño y con paisajes desérticos. Un muerto, mexicanos, esqueletos entre la arena, alacranes, cactus, slide-guitar, requiebros del pasado y esas cosas.
Matt hacía de secundario en un reparto capitalizado por Kris Kristofferson y un Chris Cooper que en su madurez se había consolidado como uno de los actores del momento tocando todos los palos.
Viendo Lone Star me preguntaron: «¿Quién es el rubio ese que acompaña a Chris Cooper?».
«Clap for ‘em, clap for ‘em, clap for ‘em, hey / Everyday a star is born». Jay Z, «A Star is Born»
En materia de premios y consolidación de carrera en el santoral actoral los noventa suponen la década de Tom Hanks,
que procedía de la comedia.
De las tablas adquiridas en los ochenta le
venía esa capacidad para cargar con todo el peso de una historia —de Forrest Gump (1994) a Naúfrago (2000), ambas de Robert Zemeckis— o el carisma para liderar a grupos heroicos en Apolo XIII (Ron Howard, 1995) y Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg,
1998).
Una carrera hábil en la elección de películas con la plena
actualidad del momento en lo social y lo moral.
En 1993 se estrena Algo para recordar, una comedia romántica ubicada en la ciudad de moda de entonces, Seattle, a las órdenes de Nora Ephron y haciendo Hanks pareja con Meg Ryan.
Y ese mismo año el espaldarazo de Philadelphia (Jonathan Demme), su primer Óscar por el papel de un afectado de sida que sería punta de lanza de la presencia gay en los guiones mainstream primero como sensibilización reivindicativa, después como normalización.
«Chained and shadowed to be left behind». Metallica «Metal Militia»
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