El periodista Bru Rovira cuenta las historias sencillas o increíbles de un grupo de indigentes alcohólicos de Barcelona en el libro ‘Solo pido un poco de belleza’.
Con un estilo que desafiaba a Hemingway (publicó un libro de cuentos que tituló ¡Échate un pulso, Hemingway!) volvió a la carga
. Su asunto fueron los marginados, los pobres, y su estilo era él, un charnego que siempre vivió en los barrios de Montjuïc, al final de su vida acompañado de un pajarito con el que hablaba.
En esta estela se encuentra el periodista Bru Rovira (Barcelona, 1955) un reportero de guerras (fue enviado especial de La Vanguardia a conflictos africanos y de otros continentes, premio Ortega y Gasset de periodismo en 2004) que hace una década conoció a un grupo de indigentes alcohólicos o exalcohólicos, con quienes compartió vidas y fiestas benévolas (la Navidad de siempre).
Esas personas, un conjunto de seres humanos con historias sencillas o increíbles, terminaron siendo sus amistades más cercanas.
Con aquel estilo entre Candel y Hemingway, el reportero que es Rovira se convirtió en un escritor que hace de la sencillez de contar las vidas una divisa convertida en libro, Solo pido un poco de belleza (Ediciones B).
El libro es tranquilo y sobrecogedor; el autor camina con sus personajes, los acompaña a resolver trámites muy engorrosos, sanitarios o civiles, los anima y ellos lo animan a él.
Es una historia de amor entre personas narrada por un periodista; se suele decir que los cínicos no sirven para este oficio.
Porque no es cínico Bru Rovira, lo ejerce con la solvencia que muestra en un libro bien singular.
Un mercenario
Él llegó a este grupo de habitantes de la Ciutat Vella de Barcelona a través de Vittorio, “un mercenario que viene a Barcelona buscando otra vida”.Cuando acaba su convivencia con el peligro, decide viajar a Lloret de Mar, con un contrato de cocinero; en la barcelonesa estación de Francia le roban todo, “cae en un pozo”, alquila una habitación en una pensión y empieza a beber alcohol hasta caer en lo que Rovira llama “un suicidio alcohólico”.
En ese estado halla a Vittorio la patrona de la pensión.
Una amiga del periodista, asistenta social, le avisa de que en el hospital hay un tipo extraño que habla todo el rato de África.
Hay una historia, intuyen la asistenta social y el periodista. “Así empieza la relación”.
Luego viene la amistad con los indigentes que acompañan a Vittorio, que se reúnen todos los miércoles.
Rovira ya forma parte de ese grupo. Todo lo que ocurre y aparece en el libro es real.
Apuñalamientos, muertes, desahucios… Vittorio quiere que Bru cuente su vida, pero el periodista es consciente de que le ha contado “muchas bolas, y así no se puede”. Vittorio concede: “Bueno, 60% de bolas…”. Y dice Bru: “¡Hostia! Un 60% de bolas ya es mucha verdad!”.
Lo primero que encontró Bru Rovira en esas personas de las que ahora habla fue amistad. “Al final fue un diálogo.
Entraba en sus vidas y ellos entraban en la mía… Descubrí con ellos también a mujeres extraordinarias.
Una que a mí me apasiona es la que tocaba el piano, venía de Argentina y viajaba con unos pájaros; vivía sola, brindando con sus recuerdos.
El administrador de fincas la quiere echar y la putea hasta el extremo de meterle ratones para que se coman el piano, pero ella sigue tocando.
Cuando le comento que ya había teclas que no sonaban me dice que le daba igual, porque las teclas sonaban en su cabeza.
Tenía la música metida dentro”.
Esa mujer sobrevive. “Fue como una victoria frente a los elementos agresivos y el acoso de la ciudad sobre la gente mayor, para que se vayan porque quieren los pisos para especular… En esa época, en Barcelona se veían anuncios en la prensa que decían, literalmente, Se vende piso con bicho, era brutal”.
Marsé es mi geografía humana, en sus libros están mis fronteras personales: el Carmelo, los cines de barrio”.
Y de alguna manera el libro “es una queja contra la destrucción de una Barcelona de la convivencia y de las diferencias sociales”. “En toda esta parte de Barcelona hay un acoso turístico brutal; es tristísimo ver calles en las que había tiendas populares de todo tipo y que hoy están ocupadas por marcas de ropa”.
Y eso se ha hecho sobre las espaldas de los vecinos, “se ha sacrificado lo social, lo convivencial, por un crecimiento que no se sabe muy bien qué es”.
—Dice que estos personajes son invisibles.
—Y lo son. La gente sabe lo que es la especulación, pero no conoce la hermosa vida que hay detrás de una vivienda en la que se ha formado una familia, en la que ha habido hijos, en la que se han enamorado.
Hoy en una información solo vemos a la persona protestando, llorando porque otro la echa.
Esa gente no tiene nombre ni pie de foto.
Es una vida, generaciones que han trabajado y a las que están jodiendo la existencia.
Solo pido un poco de belleza, es un pulso, pero no al estilo de Hemingway o el de Candel, sino al periodismo tal y como se hace hoy.
“Candel, por cierto, dice el barcelonés Rovira, “es brutal”. “Si la gente lo leyera, alucinaría, sabría mucho más de la vida y de la tragedia del extrarradio de Barcelona”.
Las historias de Solo pido un poco de belleza no acaban nunca, esta es la divisa del escritor y periodista Rovira.
Él reivindica que hay que “hacer que la lectura de un diario sea emocionante”, porque el resto “es cotilleo de Internet”.
Si sabes escuchar, dice Bru Rovira, tienes historias. “Es el periodismo de toda la vida. Detrás de una pequeña historia hay una gran historia. Si escuchas. Hoy en el periodismo hay una enorme desconfianza ante las historias. Hemos dejado de contarlas”.
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