El grupo barcelonés, con casi 60 años de carrera, se presenta esta semana en Sonorama rodeado de grupos jóvenes.
. Comenzaron en 1958, cuando nada existía: “Cantábamos, producíamos, nos hacíamos las fotos para la portada de nuestros discos.
El hecho de que estuviera todo por inventar lo ponía, casi, fácil”, recuerda el barcelonés Ramón Arcusa —el alto—, con la clarividencia que dan los años.
Y más cuando estás a punto de cumplir 80 y debutas en un festival como Sonorama —esta noche—. “Somos los primeros indies que existieron en este negocio”.
Lo proclaman con autoridad y hechos probados.
“Lo teníamos todo muy claro… desde enseguida”, comenta Manuel de la Calva (Barcelona, 1937), el otro componente del grupo.
Aunque jamás pensaron redondear una carrera que les fuera a durar ya casi 60 años.
En 2016 han cerrado 14 fechas con conciertos en escenarios tan diversos como el Sonorama y el Liceu.
Puede que fuera su fortaleza física de campeones de natación, caso de Manuel, medalla infantil a nivel nacional.
O su pasado común en Elizalde, la fábrica de motores de aviación donde se conocieron.
El manual técnico que aprendieron allí lo aplicaron en parte a su carrera posterior.
Fueron tiempos duros en la Barcelona de posguerra: “Me levantaba a las 5.30, iba a nadar, después a misa, a trabajar, a la academia, volvía a casa, cenaba, recogía la mesa y me ponía a diseñar planos…”, comenta Arcusa.
Más o menos el mismo plan llevaba su compadre. En cuanto a la música, aplicaron una fusión propia. “Yo canté jotas de pequeño pero me gustaba el bolero, Manuel era el raro: le daba al jazz”. Pero no con cualquiera. “Con Tete Montoliú y gente así, que parábamos en un bar de la calle Montaner”, apunta De la Calva.
Un día de los Santos Inocentes recalaron en el programa de radio La comarca nos visita.
Ahí comenzó su despegue. Adaptaban temas de otros. Ya se habían decantado por un estilo que mezclaba el twist hispánico balbuciente con melodías y baladas de los Platters junto a variados aromas latinos.
“Quisimos adaptar una canción de ellos al español, Prayer. La titulamos Rogar, pero la prohibió la censura”, recuerda Arcusa.
Corrieron algunas más hasta que decidieron cantar las suyas propias. “Y funcionaban igual”.
Así se puso en marcha una máquina de éxitos populares, desde 15 años a El final del verano, que hoy siguen triunfando en todas las pistas, las bodas y los karaokes como himnos nostálgicos y sentimentales.
En medio, probaron el merchandising.
“Hicimos postales que vendíamos por toda España con buen beneficio. Llegamos a vender hasta 100.000”. Colorearon las portadas de los discos: “Nos habíamos comprado un jersey rojo y nos la querían meter en blanco y negro, para ahorrar.
Si era rojo queríamos que saliera rojo y punto”.
“Nos iba de puta madre, en Colombia llegaron a colocarse 10 canciones de las 20 primeras que eran producciones nuestras”, comenta Arcusa.
La clave es saber estar en el sitio. “Cuando eres cantante, gozas de cierto estatus, al retirarte lo pierdes, pero en ese caso, si pasas a un segundo plano, no debes tener problema en llevarle las maletas a Julio Iglesias, como he hecho yo”, añade.
Se retiraron una vez porque intuyeron que los tiempos buscaban un paréntesis en el que no encajaban. “Dejamos de cantar porque imperaba la música protesta y cualquier periodista nos hacía la misma pregunta: ¿Qué mensaje lleva su canción…? Vimos que estábamos fuera de órbita.
No formábamos parte de esos 200 que actuaban en los mítines del Partido Comunista.
Llamamos a José María Íñigo y dijimos: nos vamos.
¿Podemos contarlo en tu programa?”. En 1972, retirada; en el 75, muere Franco… “Y en el 78, la gente esta ya hasta los cojones de canción protesta, así que nos vuelven a llamar”, recuerdan ambos. El empresario de la comunicación Antonio Asensio quería montar una fiesta por la salida de El Periódico de Catalunya, y les tentó.
Pero no querían regresar. Así que se les ocurrió lanzar un órdago. “¿Cuánto cobran Serrat o Víctor Manuel? ¿Tanto? Pues el doble”.
Un millón de pesetas de entonces, dijeron. Para su sorpresa, Asensio se acercó a la cifra. “Un millón no, pero 900.000, vale…”. Aceptaron.
Al rato les habían salido 90 galas… “Íbamos a Zafra con un aparatito para recordar las letras, las bajábamos medio tono y no nos salían.
Tuvimos que volver al tono normal”, recuerda De la Calva.
Desde entonces no se han vuelto a salir de la carretera.
“Hemos tenido nuestros baches. Había temporadas que todo nos iba tan bien que nos relajábamos… Hemos metido hasta porquerías de bailes y de canciones que funcionaban.
Pero, como dicen en Boss, una serie americana que me encanta, la inspiración siempre vuelve cuando tienes que pagar el recibo de la luz”, asegura Arcusa.
Otra de sus claves han sido las prioridades.
“No somos pasto del Hola. Un fallo muy común en otros es querer triunfar y solo triunfar. Siempre hemos puesto por delante nuestras vidas y familias”, añade De la Calva.
Y para asombro del personal, con 79 años cumplidos, sueltan como aviso de futuro: “Nosotros nunca seremos muñecos rotos”.
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