Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

20 jul 2016

Suyo afectísimo, Benito Pérez Galdós.................................................. Andres Trapiello

Un millar de cartas del autor de 'Misericordia' permite completar el retrato de un escritor muy celoso de su vida personal.

Benito Pérez Galdós lee en el salón del doctor Tolosa Latour, en Madrid, en 1897.
Lo dicen los autores de esta magna obra, Alan E. Smith, María Ángeles Rodríguez Sánchez y Laurie Lomask: no es fácil reu­nir todas las cartas de un escritor, tampoco las de Galdós.
 Se hace en este tomo por primera vez: más de 1.000. Comparadas con las que escribió Unamuno, 50.000, no son muchas, pero sí llenas de interés en persona tan gris y desdibujada como Galdós.
 El personaje está más o menos esbozado, pero la persona no. ¿Tienen valor, pues, estas cartas?
 Más que ningún otro testimonio directo suyo.
 Él publicó, ya viejo, en la revista La Esfera, unas memorias a las que llamó precisamente Memorias de un desmemoriado, bastante decepcionantes: no cuenta casi nada personal en ellas. Se ve que él se intrigaba poco.
 Se lo dice a Clarín, cuando este le pide datos biográficos para un estudio que escribe sobre el novelista canario:
 “Me parece a mí que los escritores, valgan lo que valieren, deben poner entre su persona y el vulgo o público como una pequeña muralla de la China, honesta y respetuosa.
 Le aseguro a V. que siempre he tenido una repugnancia instintiva a la familiaridad (como no sea con una mujer guapa).
 Las confianzas con el público me revientan.
 No me puedo convencer de que le importe a nadie que yo prefiera la sopa de arroz a la de fideos…”. 


Dejando de lado las que le escribió a su amigo José María Pereda y a Clarín (estupendas), las mejores se las mandó a sus mujeres.
 Le interesaban mucho. Galdós, un solterón vocacional, fue también monógamo (más o menos). Conocía a las mujeres muy bien y de su pluma salieron algunos de los grandes retratos femeninos de la literatura española, y en todos los registros, de doña Perfecta a Fortunata, de Isidora la Desheredada a Tristana. 
Y por tal razón son precisamente las cartas a sus amantes, casi la mitad de este epistolario, lo más llamativo de él: faltan, claro, las que le escribió a la Pardo Bazán, pero están las de Lorenza Cobián, madre de la única hija que tuvo, las de Concha Morell, las de Teodosia Gandarias y las de Conchita Catalá
. En todas observamos algo parecido: reserva, secretismo y generosidad (en realidad Galdós las mantuvo a todas ellas como mantuvieron a Fortunata algunos de sus protectores).

¿Y cómo son esas mujeres, hay un rasgo común en ellas?
 Sí, las quiere más que sumisas, discretas, cariñosas y ordenadas
. A casi todas las exige silencio cuando no romper esas mismas cartas que les escribe.
 Y si empiezan a pedir cotufas en el golfo (lo que él no puede o quiere dar: matrimonio o, en su defecto, entronizaciones oficiosas), Galdós se impacienta, y aunque jamás pierde los nervios, acaba distanciándose de ellas y buscando el amor en otro “nidito”
. Por lo demás confirman el célebre aforismo pessoano: todas las cartas de amor son ridículas, pero más ridículo es quien no ha escrito cartas de amor.
¿Y se transparenta aquí Galdós? Desde luego.
 “Más que Homero o Dante me gusta acercarme a un grupo de amigos, oír lo que dicen, o hablar con una mujer o presenciar una disputa, o meterme en una casa de pueblo, o ver herrar a un caballo, oír los pregones de la calles…”, le dirá a Clarín, éste sí un literato.
 Y pese a lo discreto de las cartas, Galdós confirma en ellas la regla: nadie que no sea una gran persona, como él, puede escribir una obra en verdad grande y llena de vida.
 Sí, por estas cartas se ve que don Benito hizo honor a un nombre que parece puesto por él mismo. (Lo de la mala uva y el arte tiene mucho más prestigio, desde luego, pero es otra cosa. 
Ahí está, para confirmarlo, Valle-Inclán, que profirió contra Galdós el insulto más injusto, gratuito y dañino, ejemplo una vez más de que lo que menos soporta un quevedesco es a un cervantino).
Darían estas cartas para escribir mucho sobre la naturaleza humana, el siglo XIX y los españoles. Pero bástenos para cerrar esta reseña esas palabras con las que Galdós se despide de una de sus amantes, un día en que estaba de especial buen humor…

Porque se me olvidaba decir: Galdós tiene gracia por arrobas: “Tuyo hasta la j[odía]… muerte”, le dijo a ella, y nos dice a todos cien años después.

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