Un millar de cartas del autor de 'Misericordia' permite completar el retrato de un escritor muy celoso de su vida personal.
Lo dicen los autores de esta magna obra,
Alan E. Smith, María Ángeles Rodríguez Sánchez y Laurie Lomask: no es
fácil reunir todas las cartas de un escritor, tampoco las de Galdós.
Se
hace en este tomo por primera vez: más de 1.000. Comparadas con las que
escribió Unamuno, 50.000, no son muchas, pero sí llenas de interés en
persona tan gris y desdibujada como Galdós.
Las ha ido uno leyendo con atención, poco a poco, intrigado casi siempre. ¿Cómo era Galdós? Ninguna biografía de las que le han hecho, incluida la de Pedro Ortiz Armengol, da con la persona.
El personaje está más o menos esbozado, pero la persona no. ¿Tienen
valor, pues, estas cartas?
Más que ningún otro testimonio directo suyo.
Él publicó, ya viejo, en la revista La Esfera, unas memorias a las que llamó precisamente Memorias de un desmemoriado,
bastante decepcionantes: no cuenta casi nada personal en ellas. Se ve
que él se intrigaba poco.
Se lo dice a Clarín, cuando este le pide datos
biográficos para un estudio que escribe sobre el novelista canario:
“Me
parece a mí que los escritores, valgan lo que valieren, deben poner
entre su persona y el vulgo o público como una pequeña muralla de la
China, honesta y respetuosa.
Le aseguro a V. que siempre he tenido una
repugnancia instintiva a la familiaridad (como no sea con una mujer
guapa).
Las confianzas con el público me revientan.
No me puedo
convencer de que le importe a nadie que yo prefiera la sopa de arroz a
la de fideos…”.
Dejando de lado las que le escribió a su
amigo José María Pereda y a Clarín (estupendas), las mejores se las
mandó a sus mujeres.
Le interesaban mucho. Galdós, un solterón vocacional, fue también monógamo (más o menos).
Conocía a las mujeres muy bien y de su pluma salieron algunos de los
grandes retratos femeninos de la literatura española, y en todos los
registros, de doña Perfecta a Fortunata, de Isidora la Desheredada a
Tristana.
Y por tal razón son precisamente las cartas a sus amantes,
casi la mitad de este epistolario, lo más llamativo de él: faltan,
claro, las que le escribió a la Pardo Bazán, pero están las de Lorenza
Cobián, madre de la única hija que tuvo, las de Concha Morell, las de
Teodosia Gandarias y las de Conchita Catalá
. En todas observamos algo
parecido: reserva, secretismo y generosidad (en realidad Galdós las
mantuvo a todas ellas como mantuvieron a Fortunata algunos de sus
protectores).
¿Y cómo son esas mujeres, hay un rasgo común
en ellas?
Sí, las quiere más que sumisas, discretas, cariñosas y
ordenadas
. A casi todas las exige silencio cuando no romper esas mismas
cartas que les escribe.
Y si empiezan a pedir cotufas en el golfo (lo
que él no puede o quiere dar: matrimonio o, en su defecto,
entronizaciones oficiosas), Galdós se impacienta, y aunque jamás pierde
los nervios, acaba distanciándose de ellas y buscando el amor en otro
“nidito”
. Por lo demás confirman el célebre aforismo pessoano: todas las
cartas de amor son ridículas, pero más ridículo es quien no ha escrito
cartas de amor.
¿Y se transparenta aquí Galdós? Desde luego.
“Más que Homero o Dante me gusta acercarme a un grupo de amigos, oír lo
que dicen, o hablar con una mujer o presenciar una disputa, o meterme
en una casa de pueblo, o ver herrar a un caballo, oír los pregones de la
calles…”, le dirá a Clarín, éste sí un literato.
Y pese a lo discreto
de las cartas, Galdós confirma en ellas la regla: nadie que no sea una gran persona, como él,
puede escribir una obra en verdad grande y llena de vida.
Sí, por estas
cartas se ve que don Benito hizo honor a un nombre que parece puesto
por él mismo. (Lo de la mala uva y el arte tiene mucho más prestigio,
desde luego, pero es otra cosa.
Ahí está, para confirmarlo,
Valle-Inclán, que profirió contra Galdós el insulto más injusto,
gratuito y dañino, ejemplo una vez más de que lo que menos soporta un
quevedesco es a un cervantino).
Darían estas cartas para escribir mucho sobre la naturaleza humana,
el siglo XIX y los españoles. Pero bástenos para cerrar esta reseña esas
palabras con las que Galdós se despide de una de sus amantes, un día en
que estaba de especial buen humor…
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