40 años en primera línea
Juan Cruz es uno de los fundadores de EL PAÍS. Ahí estaba desde su salida el 4 de mayo de 1976. Y hasta ahora
En estos 40 años lo ha sido casi todo en este diario: empezó como corresponsal en Londres, luego redactor jefe de Cultura, de Opinión… Y hoy es adjunto a la dirección del periódico.
En su larga trayectoria también ha habido algún paréntesis para dedicarse a otras facetas, como la de editor durante seis años en el Grupo Santillana, y escritor de una veintena de títulos. Con Crónica de la nada hecha pedazos (Taller de Ediciones Josefina Betancor) se estrenó como novelista en 1973.
Cruz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948) ha publicado, además, otros en los que se refleja su intensa vida profesional, como Egos revueltos. La vida literaria: una memoria personal (Tusquets, 2009) con el que obtuvo el Premio Comillas. Por este libro, lleno de anécdotas jugosas, desfilan autores como Jorge Luis Borges, Guillermo Cabrera Infante, Jorge Semprún, Susan Sontag, Günter Grass…
y otros muchos con sus ambiciones y obsesiones.
Ha recibido también el Premio Nacional de Periodismo Cultural.“Me fijo en la parte
más íntima de
lo cotidiano”
Reconoce que a la hora de ponerse a escribir lo que más le inspira son los detalles y acceder al mundo privado de los personajes para verlos en su entorno, cosa en él nada difícil por su condición de periodista y editor. “Me fijo en la parte más íntima de lo cotidiano”, explica.
“Las personas tenemos algunas virtudes, enormes defectos, pero algunas cosas nos igualan a todos: el dolor, la felicidad, las pequeñas alegrías que si no se cuentan no completan el espejo de la vida que es el periodismo”.
Comenzó a escribir desde “muy chico”, afirma.
“Desde que aprendí a leer, sobre los ocho años, porque aprendí tarde, escribía las cartas a los emigrantes de mi barrio que estaban en Venezuela.
Venían sus mujeres o sus madres y yo les redactaba las cartas. Luego, a los trece años, envié mi primera crónica a un periódico. Una crónica de fútbol”.
Ese texto de cuando era un muchacho le marcó su vida, entre otras cosas, porque de alguna manera su madre estaba por ahí. “Los chicos se reunieron en el barrio a leer en voz alta esa crónica.
Y mi madre la guardó tan secretamente, en un sótano, que al final se la comieron los ratones
. Sin ese suceso callejero de mi crónica no sé qué hubiera pasado.
Quizá estaría jubilado de una empresa de repuestos de automóviles, que era lo que hacía entonces”.
La figura materna también aparece en una de las anécdotas que rememora con alegría a propósito de su trabajo.
“Cuando mi madre me compró una ropa, con corbata, para ir a hacer la entrevista más importante de mi vida hasta entonces; el entrevistado era Julio Caro Baroja.
Yo era un adolescente aún”.
Con una acreditada buena memoria recuerda la primera columna que escribió para este diario. ¿Decimos una? “Fueron tres”, precisa.
“En el primer número del periódico. La que recuerdo (la que me han recordado) es una noticia relativa a la visita del presidente de Brasil a Inglaterra”.
Luego vendrían cientos, miles.
Y entre unas y otras, él y su trabajo han evolucionado: “Creo que me he hecho más consciente de mis limitaciones y más alegre en la escritura”, opina.
Pero también ha habido algún que otro disgusto en el camino.
Pero también ha habido algún que otro disgusto en el camino. Dice que serán “muchos, supongo”, los que se habrán enfadado al leer su nombre en alguna de las columnas de este diario firmadas por él.
“Recuerdo uno que se molestó, un político canario conservador, porque mi mención podía herir a sus hijos.
Él había apoyado a un presidente autonómico que se gastó su dinero público en ir a ver a una novia en Canarias.
Y yo se lo afeé, aunque juro que con buenos modos”.
Pero también le han llamado otros, “aunque no sea muy común”, para agradecerle que le mencionara.
“Hay algunas personas que se alegran, y lo dicen, si los tratas con consideración y respeto”.
Entre sus columnas predilectas figura una que se titula El niño es el mundo entero, sobre la muerte en una playa de Turquía de un niño procedente de Siria. “En ese niño vi el sufrimiento de todos los niños”.
El autor se considera un hombre abierto a cualquier opinión diferente a la suya.
“Tengo algunas opiniones, en realidad algunas son pasiones, como mi creencia en la vigencia del periodismo o algunas convicciones más íntimas, pero ninguna de mis opiniones es incompatible con las que otras personas, a mi juicio con buena voluntad, quieran expresar”, confiesa este escritor que cita entre sus maestros a Domingo Pérez Minik, crítico, ensayista, autor teatral y canario como él; al filósofo Emilio Lledó; los periodistas Jesús de la Serna y Manu Leguineche; el escritor Manuel Vázquez Montalbán, el guionista Rafael Azcona, su madre…
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