Hoy yo brindaré por la República, pero no me lamentaré nada por la situación que vivimos.
Yo aprecio el regalo, porque sigo sin poder resistirme a los encantos de la nostalgia de un acontecimiento no vivido, es decir, del que no se han sufrido los hechos negativos, aunque sí han llegado los ecos positivos, como la alegría callejera y el jolgorio popular.
Decir República para los que vivimos una parte importante de nuestra vida bajo la dictadura del que León Felipe bautizó como
“Sapo Iscariote”, significa decir Libertad, Progreso, Igualdad, Cultura… Muchas cosas.
Hace unos meses vivimos una situación en la que bordeamos como país el ridículo.
Se nos pedía por la calle que lucháramos por la República, para acabar con este régimen bochornoso que es la Monarquía.
Por suerte la cosa no llegó a mayores, y los españoles no nos peleamos entre nosotros por la cuestión. Resultó, además, que teníamos los mejores Borbones desde Carlos III, y fue fácil escapar de la tentación de asistir a un cambio de régimen, que no sé por qué abundaba tanto en un país que había visto caer la ominosa dictadura.
Como si no fuera bastante para una vida ver algo así.
Hoy yo brindaré por la República, por los que la celebraban en la Puerta del Sol de Madrid y por los que se asomaron al balcón de la Casa de Postas, sobre todo por Manuel Azaña.
Pero no me lamentaré nada por la situación que vivimos.
Tenemos un Gobierno sin sensibilidad social, que odia la cultura, pero podremos cambiarlo si los españoles así lo deciden con su voto.
Así que, con permiso del respetable, hoy escucharé el himno de Riego en esa maquinita tan primitiva, y me iré a dormir con un par de copitas en el coleto, tan confortable bajo el reinado de Felipe VI, y con Rajoy nada más que en funciones, aunque en todas ellas.
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