Se mantiene como si fuera la prolongación de la imagen de la niña Alaska, musa de una época en la que maduró para seguir siendo la misma.
De lo que le ha ocurrido, ¿qué le ha conmovido más?
Ver la fragilidad en el otro. Todos creemos que somos más fuertes de lo
que somos; he visto a personas que pensaban que iban a luchar y a
sobrevivir y al final ni lucharon, ni sobrevivieron.
A muchos de su generación les tocó decir adiós muy pronto… Todas las generaciones tienen accidentes, enfermedades tempranas. La nuestra fue la generación del caballo y del sida.
Siendo muy jóvenes perdimos a gran parte de la gente que teníamos alrededor por unos motivos u otros
. He perdido antes a gente de mi edad que a mis mayores.
A muchos de su generación les tocó decir adiós muy pronto… Todas las generaciones tienen accidentes, enfermedades tempranas. La nuestra fue la generación del caballo y del sida.
Siendo muy jóvenes perdimos a gran parte de la gente que teníamos alrededor por unos motivos u otros
. He perdido antes a gente de mi edad que a mis mayores.
¿Le dio miedo? No. Está bien que me preguntes eso porque nunca me lo había planteado. No, no me dio miedo.
¿Cómo se salvó usted? Del caballo fue fácil, porque si no consumes no hay peligro. Y del sida supongo que porque nunca he tenido unas prácticas de riesgo. No tiene misterio: no soy una persona arriesgada en lo físico, me dan miedo hasta las montañas rusas. Me alimento mal, tendría que tener todas las enfermedades, pero me tenía que castigar de alguna forma.
¿De qué huían aquellos compañeros suyos? No se trataba de huir hacia un paraíso artificial, nunca lo vi así. Conozco a gente que bebe para quitarse de en medio. Lo nuestro era pura extroversión. Diversión en la España de los 70 y 80, que no era divertida: nosotros la hicimos divertida.
De lo que le ha ocurrido, ¿qué le ha conmovido más?
Ver la fragilidad en el otro.
Todos creemos que somos más fuertes de lo que somos; he visto a personas que pensaban que iban a luchar y a sobrevivir y al final ni lucharon, ni sobrevivieron.
A muchos de su generación les tocó decir adiós muy pronto… Todas las generaciones tienen accidentes, enfermedades tempranas. La nuestra fue la generación del caballo y del sida. Siendo muy jóvenes perdimos a gran parte de la gente que teníamos alrededor por unos motivos u otros. He perdido antes a gente de mi edad que a mis mayores.
¿Le dio miedo? No. Está bien que me preguntes eso porque nunca me lo había planteado. No, no me dio miedo.
¿Cómo se salvó usted? Del caballo fue fácil, porque si no consumes no hay peligro. Y del sida supongo que porque nunca he tenido unas prácticas de riesgo. No tiene misterio: no soy una persona arriesgada en lo físico, me dan miedo hasta las montañas rusas. Me alimento mal, tendría que tener todas las enfermedades, pero me tenía que castigar de alguna forma.
¿De qué huían aquellos compañeros suyos? No se trataba de huir hacia un paraíso artificial, nunca lo vi así
. Conozco a gente que bebe para quitarse de en medio. Lo nuestro era pura extroversión. Diversión en la España de los 70 y 80, que no era divertida: nosotros la hicimos divertida.
Aparte de los problemas evidentes, ¿aceleró al menos la creatividad? Por mi carácter y por mi experiencia personal tengo mis dudas.
Si estoy mal y me han dejado no sirvo creativamente, si estoy ebria tampoco: solo funciono en condiciones.
Entiendo que exista ese artista maldito al que las musas se le presentan en estado de embriaguez o de enorme desolación.
A mí no me ocurre. Soy muy metódica, muy germánica.
Ha mantenido una energía similar. ¿Qué le alimenta, aparte de los malos alimentos? ¡Los malos alimentos que no me alimentan! No tengo la sensación de que sea la misma energía… Cuando Carmen Maura habla de nuestro primer encuentro en Pepi, Lucy y Bom de Almodóvar y la energía que mostramos cada una allí dice que vio a una niña segura de sí misma, y que eso la ayudó en la primera escena que tuvimos en la película, la de la lluvia dorada, y que pensaba: “¡Pues esta niña va tan segura…!” Y yo no iba nada segura.
La energía a veces es lo que manifiestas… Antes tenía una energía más de aire, muy poco de la realidad.
¿Y ahora? Una energía consistente, alimentada por lo que tengo. Me alimento de la vorágine, que es el trabajo que yo he elegido, y que en el fondo es una afición por la que nos pagan. Y tengo una estructura de vida asentada
Piensa que soy hija de refugiados en México, de cubana y español republicano; siempre me pareció que cuando cumpliera cierta edad me tendría que ir corriendo del país, porque esa huida permanente era la posibilidad en la que me había criado.
Ahora tengo mi sillón y mi apego.
¿Qué más heredó de esa mezcla? ¡Nada bueno, me he quedado con lo malo de cada uno! Mi madre es vibrante, vital, con 86 años tiene organizada su propia vida con sus amigas de 40 que le siguen el juego.
Mi padre murió en México un poco enfadado con el mundo. Por carácter me parezco más a mi padre que a mi madre, y de los dos he heredado la convivencia con los diferentes: eran muy distantes ideológicamente, pero se entendieron y de ellos salí yo.
Todos creemos que somos más fuertes de lo que somos; he visto a personas que pensaban que iban a luchar y a sobrevivir y al final ni lucharon, ni sobrevivieron.
A muchos de su generación les tocó decir adiós muy pronto… Todas las generaciones tienen accidentes, enfermedades tempranas. La nuestra fue la generación del caballo y del sida. Siendo muy jóvenes perdimos a gran parte de la gente que teníamos alrededor por unos motivos u otros. He perdido antes a gente de mi edad que a mis mayores.
¿Le dio miedo? No. Está bien que me preguntes eso porque nunca me lo había planteado. No, no me dio miedo.
¿Cómo se salvó usted? Del caballo fue fácil, porque si no consumes no hay peligro. Y del sida supongo que porque nunca he tenido unas prácticas de riesgo. No tiene misterio: no soy una persona arriesgada en lo físico, me dan miedo hasta las montañas rusas. Me alimento mal, tendría que tener todas las enfermedades, pero me tenía que castigar de alguna forma.
¿De qué huían aquellos compañeros suyos? No se trataba de huir hacia un paraíso artificial, nunca lo vi así
. Conozco a gente que bebe para quitarse de en medio. Lo nuestro era pura extroversión. Diversión en la España de los 70 y 80, que no era divertida: nosotros la hicimos divertida.
Aparte de los problemas evidentes, ¿aceleró al menos la creatividad? Por mi carácter y por mi experiencia personal tengo mis dudas.
Si estoy mal y me han dejado no sirvo creativamente, si estoy ebria tampoco: solo funciono en condiciones.
Entiendo que exista ese artista maldito al que las musas se le presentan en estado de embriaguez o de enorme desolación.
A mí no me ocurre. Soy muy metódica, muy germánica.
Ha mantenido una energía similar. ¿Qué le alimenta, aparte de los malos alimentos? ¡Los malos alimentos que no me alimentan! No tengo la sensación de que sea la misma energía… Cuando Carmen Maura habla de nuestro primer encuentro en Pepi, Lucy y Bom de Almodóvar y la energía que mostramos cada una allí dice que vio a una niña segura de sí misma, y que eso la ayudó en la primera escena que tuvimos en la película, la de la lluvia dorada, y que pensaba: “¡Pues esta niña va tan segura…!” Y yo no iba nada segura.
La energía a veces es lo que manifiestas… Antes tenía una energía más de aire, muy poco de la realidad.
¿Y ahora? Una energía consistente, alimentada por lo que tengo. Me alimento de la vorágine, que es el trabajo que yo he elegido, y que en el fondo es una afición por la que nos pagan. Y tengo una estructura de vida asentada
Piensa que soy hija de refugiados en México, de cubana y español republicano; siempre me pareció que cuando cumpliera cierta edad me tendría que ir corriendo del país, porque esa huida permanente era la posibilidad en la que me había criado.
Ahora tengo mi sillón y mi apego.
¿Qué más heredó de esa mezcla? ¡Nada bueno, me he quedado con lo malo de cada uno! Mi madre es vibrante, vital, con 86 años tiene organizada su propia vida con sus amigas de 40 que le siguen el juego.
Mi padre murió en México un poco enfadado con el mundo. Por carácter me parezco más a mi padre que a mi madre, y de los dos he heredado la convivencia con los diferentes: eran muy distantes ideológicamente, pero se entendieron y de ellos salí yo.
Mi madre no lo es, va con la cara despejada. Yo soy un poco más circunspecta.
¿Qué le cabrea? Me cabrea no poder defenderme de lo que me rodea. Pero más ceñluda que conmigo estoy cabreada con lo que observo.
Mi madre te diría: “Ella nunca se va a decepcionar porque nunca deposita su confianza en nadie”.
En el fondo debe tener razón.
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