El crepúsculo de los dioses. Imagen: Paramount Pictures.
Como
otras disciplinas artísticas —principalmente la literatura y la
pintura—, el cine se ha valido de sus propias herramientas para
reflexionar sobre su naturaleza y sus procesos de creación.
Ya sea
mediante la metaficción, el ensayo documental u obras de género ubicadas
en el contexto de la industria cinematográfica, la cámara se ha puesto
al servicio de una suerte de colonoscopia artística que hurga, pertinaz,
en las entrañas del cine y sus circunstancias
. Lo que muestran las
imágenes, claro está, no es siempre halagador, pero demuestra la
fascinación —e incluso obsesión— por un arte adictivo también en sus
representaciones más obscenas y ridículas.
Sin ir más lejos, unos tipos
aparentemente tan distantes del mundanal cacareo hollywoodiense como son
los hermanos Coen no pueden evitar cierta mirada enternecida a
la hora de recrear el esplendor clásico de los grandes estudios de
Hollywood en los que las acrobacias sincronizadas de Esther Williams
se rodaban junto a abigarrados y sacros péplums, musicales de sinuosas y
sonrientes coreografías o wésterns sin mácula ni polvo de llanura.
La
magia para crédulos del cartón piedra. En 2011 la francesa The Artist apostó por el homenaje dulce y nostálgico en su remedo de las historias románticas silentes
. Más cáustico y turbio se muestra David Cronenberg en Maps to The Stars (2014), desoladora cartografía de las miserias que asolan fuera del encuadre y los focos embellecedores.
Por
otra parte, el cine también ha rastreado en la vida y los milagros de
sus creadores.
Buenos y recientes ejemplos son el abisal Pasolini (2014) de Abel Ferrara y el documental Hitchcock/Truffaut (2015),
que recrea los encuentros del crítico y cineasta francés con su maestro
propiciando una conspicua conversación que desembocaría en uno de los
libros fundamentales sobre la creación cinematográfica.
Y esperamos con
curiosidad el próximo estreno de la versión de James Franco sobre Zeroville, extravagante y magnético artefacto cinéfilo del novelista y crítico de cine Steve Erickson.
Estas
líneas, y siempre dentro de las fronteras de la ficción, reseñan
treinta películas que se centran en el cine desde tres perspectivas
distintas: la industria, la creación y sus creadores, y la recepción
cinéfila. Treinta películas ensimismadas y con un único objeto de deseo,
pasión y odio: el cine.
En cualquier caso, si tuviera que quedarme con
una única definición sobre el cine, escogería sin lugar a dudas la que Sam Fuller gruñe entre bocanadas del humo de su puro en Pierrot le Fou (1965), de Jean-Luc Godard:
«Una película es como un campo de batalla. Es amor. Odio. Acción. Violencia. Y muerte. En una palabra: emociones».
El crepúsculo de los dioses (1950), Billy Wilder
El guionista es el último mono en Hollywood.
Lo sabía bien Billy Wilder y si no que se lo pregunten a William Holden flotando en una piscina de Sunset Boulevard.
Acidez inmisericorde de Wilder. Inmensa Gloria Swanson
interpretándose en la grandilocuencia caduca y patética de Norma
Desmond.
Para la memoria cinéfila, su bajada por las escaleras hacia el
infierno del olvido, succionada por la cámara de su fiel Erich von Stroheim. Víctima de una maquinaria devoradora de carnaza.
Wilder vuelve a las muñecas rotas de Hollywood en Fedora (1978) con discreto resultado.
El desprecio (1962), Jean-Luc Godard
Basado en la novela homónima de Alberto Moravia,
El desprecio inaugura la época experimental de Godard.
Entre referencias a la obra de Homero y homenaje en persona al maestro Fritz Lang,
la reflexión cinematográfica sirve al cineasta francés para reubicarse y
emprender su intrincado desentrañamiento del lenguaje audiovisual. El
avasallador artefacto intelectual de Godard queda suavizado por la
sensualidad solazosa de Brigitte Bardot .
Fellini, ocho y medio (1963), Federico Fellini
Partiendo del usual pretexto de la crisis creativa, Fellini (mediante su alter ego Marcello Mastroianni)
exorciza fantasmas y convoca a moradores de su extravagante y
exuberante universo.
No faltan mujeres ni sobran prelados. El
egocentrismo del genio italiano volvió a las andadas con Entrevista
(1987), otro autohomenaje a las singularidades de una filmografía que
configura un universo cinematográfico propio.
Y demasiadas veces
imitado.
Fellini, ocho y medio. Imagen: Cineriz / Francinex.
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