En vísperas del Congreso de la Lengua que se celebra en Puerto Rico.
A los colombianos se les ocurren estas
cosas
. Cuando los congresos de la lengua empezaron a ser célebres, y a
celebrarse, por cierto, fue un colombiano, Gabriel García Márquez,
el que propuso que se le diera una patada a la sintaxis como para que
la lengua empezara de nuevo, sin tantas letras como tiene, sin tantas
complicaciones como le enseñaban a él en las escuelas, sin tantas
preposiciones.
Hubo quienes temblaron, pero las academias se lo tomaron
tan bien que incluso invitaron luego a Gabo a que visitara la cuna de
todas ellas, la sede de Felipe IV, en Madrid.
Luego ya fue como un
académico in péctore; pocos escritores tienen tantas entradas
en las explicaciones del diccionario de autoridades como esta autoridad
que fue autor de El amor en los tiempos del cólera
.
Pues ahora ha sido otro colombiano, Darío Jaramillo Agudelo,
el que se trajo en su mochila a un congreso, este que comienza el
martes próximo, una píldora para despertar a los académicos antes de que
empiecen a ocuparse de la lengua.
Lanzó su gabada ayer mismo, hablando con la muy buena novelista Milena Busquets, la autora de También esto pasará;
fue a mediodía y hablaron del amor y de la lengua, cuando la gente en
Puerto Rico está distraída, pero relumbró lo que dijo: los académicos
hablan mucho de la lengua, pero no se ocupan de ponerla en su sitio,
físicamente hablando.
Pues la lengua es una parte muy placentera del
cuerpo, y no solo para escribir gracias a su poderoso influjo.
Sí, de eso habló Darío, el poeta: de
que en el diccionario de la lengua no se dice ni media de algunos usos
que la lengua, lo que tenemos en la boca para articular sonidos, también
presta para gustar y para deglutir cuando casi nadie nos ve.
Dijo el
escritor colombiano, para abrir boca:
“Que en un congreso de la lengua
se proponga una mesa con el tema del amor, ineludiblemente lleva a
establecer unas relaciones que, no por obvias o por salaces, deben
dejarse de señalar.
Sin prevenciones, para una mente menos zumbona que
la mía, el amor y la lengua pueden querer aludir a las palabras para
decir el amor y, en mi caso particular, la expresión poética del amor”.
A
lo que quería llegar Jaramillo era al “lado lúbrico (y lubricante) del
asunto: la lengua como instrumento del amor, la lengua que no está
modulando palabras de amor sino la lengua, cómo decirlo, ejecutando el
amor.
La lengua que besa, la lengua que lame, la lengua que chupa, la
lengua que explora”.
A los colombianos se les ocurren estas
cosas. Cuando los congresos de la lengua empezaron a ser célebres, y a
celebrarse, por cierto, fue un colombiano, Gabriel García Márquez,
el que propuso que se le diera una patada a la sintaxis como para que
la lengua empezara de nuevo, sin tantas letras como tiene, sin tantas
complicaciones como le enseñaban a él en las escuelas, sin tantas
preposiciones. Hubo quienes temblaron, pero las academias se lo tomaron
tan bien que incluso invitaron luego a Gabo a que visitara la cuna de
todas ellas, la sede de Felipe IV, en Madrid. Luego ya fue como un
académico in péctore; pocos escritores tienen tantas entradas
en las explicaciones del diccionario de autoridades como esta autoridad
que fue autor de El amor en los tiempos del cólera.
Pues ahora ha sido otro colombiano, Darío Jaramillo Agudelo,
el que se trajo en su mochila a un congreso, este que comienza el
martes próximo, una píldora para despertar a los académicos antes de que
empiecen a ocuparse de la lengua. Lanzó su gabada ayer mismo, hablando con la muy buena novelista Milena Busquets, la autora de También esto pasará;
fue a mediodía y hablaron del amor y de la lengua, cuando la gente en
Puerto Rico está distraída, pero relumbró lo que dijo: los académicos
hablan mucho de la lengua, pero no se ocupan de ponerla en su sitio,
físicamente hablando. Pues la lengua es una parte muy placentera del
cuerpo, y no solo para escribir gracias a su poderoso influjo.
Sí, de eso habló Darío, el poeta: de
que en el diccionario de la lengua no se dice ni media de algunos usos
que la lengua, lo que tenemos en la boca para articular sonidos, también
presta para gustar y para deglutir cuando casi nadie nos ve. Dijo el
escritor colombiano, para abrir boca: “Que en un congreso de la lengua
se proponga una mesa con el tema del amor, ineludiblemente lleva a
establecer unas relaciones que, no por obvias o por salaces, deben
dejarse de señalar. Sin prevenciones, para una mente menos zumbona que
la mía, el amor y la lengua pueden querer aludir a las palabras para
decir el amor y, en mi caso particular, la expresión poética del amor”. A
lo que quería llegar Jaramillo era al “lado lúbrico (y lubricante) del
asunto: la lengua como instrumento del amor, la lengua que no está
modulando palabras de amor sino la lengua, cómo decirlo, ejecutando el
amor. La lengua que besa, la lengua que lame, la lengua que chupa, la
lengua que explora”.
A él mismo le parecía que este
comienzo podría considerarse inadecuado para un congreso así, pero ya
basta de pudores y denunció uno, el pudor del idioma castellano, “cuya
pudibundez es casi beatería, pues transfiere a otros idiomas los nombres
de las faenas de la lengua utilizada como instrumento de goce. Para
precisarlo de una vez: salvo el beso, que tiene su palabra en nuestro
idioma, quizás porque, como decía Juan Legido, ´el beso en España lo
lleva la hembra muy dentro del alma`, salvo el beso, las más mentadas y
deliciosas funciones eróticas de la lengua llevan su nombre en otros
idiomas. Miné, fellatio, cunnun lingus son palabras sin
equivalente exacto en español, que nos llevan a Francia y a la
antigüedad latina para designar asuntos incorporados a nuestros más
placenteros instintos sexuales”.
Acudió Jaramillo a una autoridad nueva
en estos trances, la Wikipedia, que sí habla del “sexo oral”. “Por puro
reflejo de quien rindió tantos exámenes”, explicó el poeta, “el sexo
oral suena como lo contrario a sexo escrito
. Pero no”. Y desde ahí se
lamentó: “El habla adopta expresiones de otros idiomas para designar los
usos de la lengua como potenciador del sexo.
Para esas prácticas parece
no haber nombres en el castellano de la academia
. Se pone uno a buscar y
resulta que la labor de los labios y de la lengua sobre el órgano
sexual masculino se llama felatio y la misma labor sobre el clítoris y la vagina también está bautizada con una expresión latina, cunnun lingus aunque también es llamada la miné.
A propósito, en este contexto tengo que citarlo con regocijo, busqué en el DRAE la definición de miné y me dio un significado que podría muy bien ser una metáfora de la miné como actividad de la lengua salaz: “abrir caminos o galerías por debajo de tierra”.
Partidario de la igualdad en todo,
también en los usos de la lengua, Darío Jaramillo hizo este
reconocimiento que es también una protesta: “Debo reconocer que el
diccionario de la Real Academia reconoce la castellanización de la felatio con la palabra felación,
que define lacónicamente con cuatro palabras: ´estimulación bucal del
pene`. Pero el Diccionario oficial comete una injusticia, una
discriminación entre los sexos, pues ¿por qué se castellaniza la
estimulación bucal del pene pero no se castellaniza la estimulación
bucal de las intimidades de la mujer?”
Ese retraso para poner la lengua en
los sitios por donde transita le sirvió a Darío Jaramillo a elogiar
tanto el latín como “el habla del común” que van por delante en el acto
de expresar “ese mundo lascivo y lujurioso del mismo instrumento del
habla”.
No se detuvo ahí, claro, el poeta;
para rematar este aperitivo lingüístico al congreso que dentro de nada
amanece citó a grandes poetas (desde Quevedo y Lope a Vallejo y Rubén)
para explicar hasta qué punto la poesía ha acariciado con maestría (y
sin pudor, a veces) lo que el amor dice y no sólo con la lengua.
Fue un aperitivo exquisito que agarró a
San Juan de Puerto Rico haciendo la siesta y quién sabe, hablando de
amor, como estuvieron haciendo Milena Busquets y Darío Jaramillo. Gabo,
que tanto escándalo logró, fue un conservador al lado de su paisano, que
luego se fue a escuchar por la radio cómo el Medellín ganaba al fútbol.
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