Loewe triunfa en París con una colección definida por contrastes armoniosos, mientras Dior se escuda en el clasicismo a la espera de su nuevo diseñador.
Con la cara lavada y un logo rediseñado, Loewe protagonizó este viernes la jornada de desfiles en la semana parisina del prêt-à-porter
de la temporada otoño-invierno 2016-2017, donde la nueva colección
tramada por J.W. Anderson, el prodigio norirlandés de 31 años que ha logrado colocar la marca en la primera línea del lujo internacional,
recibió aplausos unánimes.
Al final del desfile, salió a saludar retraído y cabizbajo, como acostumbra, aunque podría haber levantado ambos brazos dibujando la señal de la victoria.
De fondo, se escucharon hipnóticos mantras para dejar de fumar (el propio modisto lo está "intentando"). Afirma Anderson que toda colección debe contener una parte de incomodidad y extrañeza para ser un éxito. Lo que presentó este viernes supone un buen ejemplo de esa máxima.
Unas horas más tarde, Dior presentaba su nueva colección, la segunda entregada por Lucie Meier y Serge Ruffieux, el tándem que se ha colocado provisionalmente al frente de la marca tras la dimisión inesperada de Raf Simons el pasado otoño
. A la espera del nombramiento oficial de su sucesor como director creativo —suenan nombres como Sarah Burton o Riccardo Tisci—, el atelier de la firma francesa pareció escudarse en cierto clasicismo.
El desfile tuvo lugar en uno de los espectaculares patios interiores del museo del Louvre,
donde la marca hizo construir un gran cubo reflectante en el que
destellaban los edificios del antiguo palacio real, que albergaba
distintos pasillos tubulares próximos a un futurismo minimalista. Su
presentación siguió esa misma directriz, dudando entre pasado y futuro
Al final del desfile, salió a saludar retraído y cabizbajo, como acostumbra, aunque podría haber levantado ambos brazos dibujando la señal de la victoria.
Con la cara lavada y un logo rediseñado, Loewe protagonizó este viernes la jornada de desfiles en la semana parisina del prêt-à-porter
de la temporada otoño-invierno 2016-2017, donde la nueva colección
tramada por J.W. Anderson, el prodigio norirlandés de 31 años que ha logrado colocar la marca en la primera línea del lujo internacional,
recibió aplausos unánimes. Al final del desfile, salió a saludar
retraído y cabizbajo, como acostumbra, aunque podría haber levantado
ambos brazos dibujando la señal de la victoria.
Anderson presentó una colección de una gran solidez, que parecía
estudiada al milímetro, pese a que todo manara con perfecta fluidez y
sin molestos subrayados
. La propuesta de Anderson está estructurada a partir de un admirable juego de contrastes, que sitúan sus looks en algún lugar entre la rigidez y la suavidad, lo radical y lo accesible, lo discreto y lo aparatoso
. Las texturas naturales de los abrigos de tweed y los jerséis en bambú orgánico contrastaban con materiales tirando a sorprendentes, como el alambre y la goma industrial, de los que el modisto se ha servido para dar forma a faldas y vestidos.
Como es habitual, la perseguida sofisticación de Anderson no tiene nada de ostentosa, pero tampoco se priva de ciertas excentricidades.
En la pasarela primaveral ya sorprendió con pantalones de celofán transparente o atuendos de trencadís
En esta ocasión, fueron los cortes mutantes de los abrigos, los collares cervantinos en dorado, las mangas compuestas de aros de metal o los bolsos en forma de gato, suspendidos del cuello como si fueran colgantes, los que causaron cierta sensación y prometen convertirse en best seller para los pudientes.
Tal vez sea ese el contraste más admirable: la colección, situada en la frontera con lo conceptual, nunca renuncia a la comercialidad.
De fondo, se escucharon hipnóticos mantras para dejar de fumar (el propio modisto lo está "intentando"). Afirma Anderson que toda colección debe contener una parte de incomodidad y extrañeza para ser un éxito.
Lo que presentó este viernes supone un buen ejemplo de esa máxima.
Unas horas más tarde, Dior presentaba su nueva colección, la segunda entregada por Lucie Meier y Serge Ruffieux, el tándem que se ha colocado provisionalmente al frente de la marca tras la dimisión inesperada de Raf Simons el pasado otoño.
A la espera del nombramiento oficial de su sucesor como director creativo —suenan nombres como Sarah Burton o Riccardo Tisci—, el atelier de la firma francesa pareció escudarse en cierto clasicismo.
El desfile tuvo lugar en uno de los espectaculares patios interiores del museo del Louvre,
donde la marca hizo construir un gran cubo reflectante en el que
destellaban los edificios del antiguo palacio real, que albergaba
distintos pasillos tubulares próximos a un futurismo minimalista.
. La propuesta de Anderson está estructurada a partir de un admirable juego de contrastes, que sitúan sus looks en algún lugar entre la rigidez y la suavidad, lo radical y lo accesible, lo discreto y lo aparatoso
. Las texturas naturales de los abrigos de tweed y los jerséis en bambú orgánico contrastaban con materiales tirando a sorprendentes, como el alambre y la goma industrial, de los que el modisto se ha servido para dar forma a faldas y vestidos.
Como es habitual, la perseguida sofisticación de Anderson no tiene nada de ostentosa, pero tampoco se priva de ciertas excentricidades.
En la pasarela primaveral ya sorprendió con pantalones de celofán transparente o atuendos de trencadís
En esta ocasión, fueron los cortes mutantes de los abrigos, los collares cervantinos en dorado, las mangas compuestas de aros de metal o los bolsos en forma de gato, suspendidos del cuello como si fueran colgantes, los que causaron cierta sensación y prometen convertirse en best seller para los pudientes.
Tal vez sea ese el contraste más admirable: la colección, situada en la frontera con lo conceptual, nunca renuncia a la comercialidad.
De fondo, se escucharon hipnóticos mantras para dejar de fumar (el propio modisto lo está "intentando"). Afirma Anderson que toda colección debe contener una parte de incomodidad y extrañeza para ser un éxito.
Lo que presentó este viernes supone un buen ejemplo de esa máxima.
Unas horas más tarde, Dior presentaba su nueva colección, la segunda entregada por Lucie Meier y Serge Ruffieux, el tándem que se ha colocado provisionalmente al frente de la marca tras la dimisión inesperada de Raf Simons el pasado otoño.
A la espera del nombramiento oficial de su sucesor como director creativo —suenan nombres como Sarah Burton o Riccardo Tisci—, el atelier de la firma francesa pareció escudarse en cierto clasicismo.
Su
presentación siguió esa misma directriz, dudando entre pasado y futuro
De fondo, se escucharon hipnóticos mantras para dejar de fumar (el propio modisto lo está "intentando"). Afirma Anderson que toda colección debe contener una parte de incomodidad y extrañeza para ser un éxito. Lo que presentó este viernes supone un buen ejemplo de esa máxima.
Unas horas más tarde, Dior presentaba su nueva colección, la segunda entregada por Lucie Meier y Serge Ruffieux, el tándem que se ha colocado provisionalmente al frente de la marca tras la dimisión inesperada de Raf Simons el pasado otoño
. A la espera del nombramiento oficial de su sucesor como director creativo —suenan nombres como Sarah Burton o Riccardo Tisci—, el atelier de la firma francesa pareció escudarse en cierto clasicismo.
Valorizó el patrimonio de la maison reinventando diseños históricos, como el vestido ice cream que diseñó Christian Dior o el tailleur
bar de su célebre colección New Look, además de multitud de bordados y
estampados de aires retro
. A la vez, también se vieron faldones
asimétricos, volantes a la altura del pecho o incluso elementos
procedentes del workwear masculino. Sin el genio ni la
exuberancia de Raf Simons, la colección prefirió no correr riesgos
innecesarios, y el conjunto pareció coherente.
Apostando por la acumulación y la mezcla, la propuesta de Dior abrazó
una gran diversidad de formas y materias, del terciopelo y el leopardo
hasta el jacquard o el patchwork de estampados.
En la nota de prensa del desfile, sus responsables dijeron haber querido esbozar "una feminidad en movimiento", "lúdica y excéntrica". Hubo quien salió descontento, pero también quien lo consideró una demostración práctica de las virtudes de no tener presidente.
En la nota de prensa del desfile, sus responsables dijeron haber querido esbozar "una feminidad en movimiento", "lúdica y excéntrica". Hubo quien salió descontento, pero también quien lo consideró una demostración práctica de las virtudes de no tener presidente.
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