De acción son las mejores películas que he visto en los últimos años del cine español, con la excepción de 'El artista y la modelo'.
Hace veinte años vi en el festival de Berlín la ópera prima de un
director español (o vasco o catalán, no sé, me pierdo en eso de las
nacionalidades) llamado Daniel Calparsoro titulada Salto al vacío.
Y existía vértigo en ella y las transparentes huellas de un director con pretensiones de estilo, de originalidad, de destroyer.
Como la mayoría de los experimentos, me resultaban fatigosos los suyos, aunque había secuencias, como la de esa actriz atractiva pero con vocación de parecer rarita llamada Nawja Nimri pasando con su boca y a toda hostia papelas de caballo en un paisaje siniestro, que revelaban a alguien que sabía retratar sensaciones con su cámara.
Y la continuidad de la carrera de este señor tan desgarrado, airado y
moderno no me fascinó durante demasiado tiempo.
Y vale, todos evolucionamos, excepto los tontos irremediables (yo lo soy), y el tiempo
puede lograr que renuncies parcialmente a tu furiosa autoría para convertirte en un profesional, uno de los conceptos más nobles y admirables que existen (no hay muchos que tengan lo que hay que tener, que hagan muy bien su trabajo sin reclamar el título de artista), que incluso en un universo tan cutre y degradado como el de las series de televisión españolas, te las ingenies para hacer cosas dignas, que decidas convertirte en un buen narrador de películas de acción. Hay quien menosprecia o desdeña el género.
Allá ellos. Yo creo que Hawks, Ford y Hitchcock hacían películas de acción y que transmitían sentimientos en medio de ella. No conozco a nadie mejor.
En Guerreros, Calparsoro mostraba su dotes para hacer cine bélico, sin abandonar el nihilismo.
Y seguí con interés la muy profesional Combustión, cine muy digno que podía haber sido rodado en Hollywood, aunque con un presupuesto cien veces menor.
Y la protagonizaba una señora muy sensual, Adriana Ugarte, que debe ser tan buena actriz que no la he reconocido en la vida real cada vez que me he cruzado con ella en el festival de San Sebastián.
Y en Cien años de perdón (ojalá que pudiéramos robar a los grandes ladrones y obtener no ya cien años de innecesario perdón, sino de agradecimiento popular), apoyándose en el guion de Jorge Guerricaechevarría, un señor que escribe cosas distintas y con sello propio, Calparsoro logra una película tensa, entretenida, rodada con personalidad y oficio, con actores competentes (espléndido e inquietante el argentino Rodrigo de la Serna), que gira alrededor del asalto a un banco donde guardan su rapiña los rufianes más poderosos, los padres de la patria.
Y me aclaro.
No esperen la versión española de Heat, la película que más me ha enamorado en los últimos veinte años, pero sí un producto tan visible como audible.
Y existía vértigo en ella y las transparentes huellas de un director con pretensiones de estilo, de originalidad, de destroyer.
Como la mayoría de los experimentos, me resultaban fatigosos los suyos, aunque había secuencias, como la de esa actriz atractiva pero con vocación de parecer rarita llamada Nawja Nimri pasando con su boca y a toda hostia papelas de caballo en un paisaje siniestro, que revelaban a alguien que sabía retratar sensaciones con su cámara.
CIEN AÑOS DE PERDÓN
Dirección: Daniel Calparsoro.
Intérpretes: Luis Tosar, Patricia Vico, Rodrigo de la Serna, Raúl Arévalo.
Género: thriller. España, 2016.
Duración: 98 minutos.
Dirección: Daniel Calparsoro.
Intérpretes: Luis Tosar, Patricia Vico, Rodrigo de la Serna, Raúl Arévalo.
Género: thriller. España, 2016.
Duración: 98 minutos.
Y vale, todos evolucionamos, excepto los tontos irremediables (yo lo soy), y el tiempo
puede lograr que renuncies parcialmente a tu furiosa autoría para convertirte en un profesional, uno de los conceptos más nobles y admirables que existen (no hay muchos que tengan lo que hay que tener, que hagan muy bien su trabajo sin reclamar el título de artista), que incluso en un universo tan cutre y degradado como el de las series de televisión españolas, te las ingenies para hacer cosas dignas, que decidas convertirte en un buen narrador de películas de acción. Hay quien menosprecia o desdeña el género.
Allá ellos. Yo creo que Hawks, Ford y Hitchcock hacían películas de acción y que transmitían sentimientos en medio de ella. No conozco a nadie mejor.
Hace veinte años vi en el festival de Berlín la ópera prima de un
director español (o vasco o catalán, no sé, me pierdo en eso de las
nacionalidades) llamado Daniel Calparsoro titulada Salto al vacío. Y existía vértigo en ella y las transparentes huellas de un director con pretensiones de estilo, de originalidad, de destroyer.
Como la mayoría de los experimentos, me resultaban fatigosos los suyos,
aunque había secuencias, como la de esa actriz atractiva pero con
vocación de parecer rarita llamada Nawja Nimri pasando con su boca y a
toda hostia papelas de caballo en un paisaje siniestro, que revelaban a
alguien que sabía retratar sensaciones con su cámara.
Y la continuidad de la carrera de este señor tan desgarrado, airado y
moderno no me fascinó durante demasiado tiempo.
Y vale, todos evolucionamos, excepto los tontos irremediables (yo lo soy), y el tiempo puede lograr que renuncies parcialmente a tu furiosa autoría para convertirte en un profesional, uno de los conceptos más nobles y admirables que existen (no hay muchos que tengan lo que hay que tener, que hagan muy bien su trabajo sin reclamar el título de artista), que incluso en un universo tan cutre y degradado como el de las series de televisión españolas, te las ingenies para hacer cosas dignas, que decidas convertirte en un buen narrador de películas de acción.
Hay quien menosprecia o desdeña el género. Allá ellos. Yo creo que Hawks, Ford y Hitchcock hacían películas de acción y que transmitían sentimientos en medio de ella. No conozco a nadie mejor.
Y de acción son las mejores películas que he visto en los últimos años del cine español, con la excepción de la admirable El artista y la modelo, de Fernando Trueba, que nunca he sabido a que género pertenece.
Alberto Rodríguez hace películas de acción y más cosas. Enrique Urbizu hace películas de acción y más cosas. Daniel Monzón hace películas de acción y más cosas.
Su cine aspira a ser visto por muchos, como el de cualquier persona sensata que se dedique al espectáculo.
Proponen una oferta que aspira a la demanda.
Y además de entretenimiento, intriga, tensión, esas películas intentan provocar emociones. Y responden a su visión del mundo.
No están destinadas a cuatro onanistas mentales convencidos de que tienen un paladar selectivo, con una sensibilidad especial para captar el auténtico arte, sino para esa cosa tan diversa, heterodoxa y necesaria llamada público.
CIEN AÑOS DE PERDÓN
Dirección: Daniel Calparsoro.
Intérpretes: Luis Tosar, Patricia Vico, Rodrigo de la Serna, Raúl Arévalo.
Género: thriller. España, 2016.
Duración: 98 minutos.
Dirección: Daniel Calparsoro.
Intérpretes: Luis Tosar, Patricia Vico, Rodrigo de la Serna, Raúl Arévalo.
Género: thriller. España, 2016.
Duración: 98 minutos.
Y vale, todos evolucionamos, excepto los tontos irremediables (yo lo soy), y el tiempo puede lograr que renuncies parcialmente a tu furiosa autoría para convertirte en un profesional, uno de los conceptos más nobles y admirables que existen (no hay muchos que tengan lo que hay que tener, que hagan muy bien su trabajo sin reclamar el título de artista), que incluso en un universo tan cutre y degradado como el de las series de televisión españolas, te las ingenies para hacer cosas dignas, que decidas convertirte en un buen narrador de películas de acción.
Hay quien menosprecia o desdeña el género. Allá ellos. Yo creo que Hawks, Ford y Hitchcock hacían películas de acción y que transmitían sentimientos en medio de ella. No conozco a nadie mejor.
Y de acción son las mejores películas que he visto en los últimos años del cine español, con la excepción de la admirable El artista y la modelo, de Fernando Trueba, que nunca he sabido a que género pertenece.
Alberto Rodríguez hace películas de acción y más cosas. Enrique Urbizu hace películas de acción y más cosas. Daniel Monzón hace películas de acción y más cosas.
Su cine aspira a ser visto por muchos, como el de cualquier persona sensata que se dedique al espectáculo.
Proponen una oferta que aspira a la demanda.
Y además de entretenimiento, intriga, tensión, esas películas intentan provocar emociones. Y responden a su visión del mundo.
No están destinadas a cuatro onanistas mentales convencidos de que tienen un paladar selectivo, con una sensibilidad especial para captar el auténtico arte, sino para esa cosa tan diversa, heterodoxa y necesaria llamada público.
En Guerreros, Calparsoro mostraba su dotes para hacer cine bélico, sin abandonar el nihilismo.
Y seguí con interés la muy profesional Combustión, cine muy digno que podía haber sido rodado en Hollywood, aunque con un presupuesto cien veces menor.
Y la protagonizaba una señora muy sensual, Adriana Ugarte, que debe ser tan buena actriz que no la he reconocido en la vida real cada vez que me he cruzado con ella en el festival de San Sebastián.
Y en Cien años de perdón (ojalá que pudiéramos robar a los grandes ladrones y obtener no ya cien años de innecesario perdón, sino de agradecimiento popular), apoyándose en el guion de Jorge Guerricaechevarría, un señor que escribe cosas distintas y con sello propio, Calparsoro logra una película tensa, entretenida, rodada con personalidad y oficio, con actores competentes (espléndido e inquietante el argentino Rodrigo de la Serna), que gira alrededor del asalto a un banco donde guardan su rapiña los rufianes más poderosos, los padres de la patria.
Y me aclaro.
No esperen la versión española de Heat, la película que más me ha enamorado en los últimos veinte años, pero sí un producto tan visible como audible.
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