¿Qué pintura retrata mejor el amor?
El amor romántico no lo inventó Hollywood, ni tan siquiera el mismísimo Shakespeare.
A diferencia de lo que cierta posmodernidad extraviada pretende,
estaríamos ante un rasgo común a todas las culturas y épocas, que abarca
desde los indígenas americanos a los aborígenes australianos, y nos
incluye a todos los que quedamos en medio.
Al menos así lo concluye este sesudo artículo:
«Parece mucho más plausible que los seres humanos son, por naturaleza,
el tipo de animales que se enamoran».
Muy bien, es un padecimiento
universal, pero ¿qué más sabemos de él? ¿Es cierto eso que dicen de que
gracias a él un cielo en un infierno cabe? ¿Tiene cura? ¿Queremos
siquiera curarnos?
Puede que el amor sea la respuesta pero desde luego
genera a su vez muchas dudas y ya no tenemos el consultorio de Elena
Francis para guiarnos.
En realidad tenemos algo mucho mejor: esta revista.
Quizá no solucione su vida sentimental pero al menos viene con un bloc
de regalo, y solo por quince euros.
Si bien el número estará agotado
como no se den prisa, el tema que aborda no podrá estarlo jamás.
Se ha
escrito, se ha cantado y se ha pintado muchísimo al respecto (¡y lo que
aún queda!) pero ahora será en esto último, en la pintura, donde nos
centraremos para la siguiente encuesta.
Voten y añadan si quieren algún
otro ejemplo
El beso, de Gustav Klimt
Como
polillas incapaces de apartarse de una bombilla, a lo largo de los
siglos infinidad de artistas han vivido obsesionados por capturar la belleza femenina.
Fue, entre tantos, el caso de Gustav Klimt, a quien además de mujeres desnudas —en ocasiones masturbándose—
también le gustaba dibujar gatos.
Habría sido feliz en internet. El
cuadro que le hizo entrar por la puerta grande en la historia del arte
como podemos ver no era pornográfico, aunque sí está teñido de un suave
erotismo.
En esta obra que recogió tradiciones pictóricas muy diversas,
desde japonesas hasta bizantinas, vemos a su pareja, Emilie Flöge,
arrodillada en una actitud de entrega aunque al mismo tiempo apartando
su rostro de forma esquiva.
Cómo no enloquecer con ese tira y afloja tan
reconocible.
La túnica de él, adornada con figuras rectangulares, y la
de ella, de formas redondeadas, aunque ambas del mismo color y de
límites casi indistinguibles, sugieren una naturaleza masculina y otra
femenina que se complementan en un solo ser.
.
Pigmalión y Galatea, de Jean-Léon Gérôme
Ya hablamos aquí de este mito griego mil veces reinterpretado, a veces en versiones tan aparentemente distantes entre sí como My Fair Lady y Ex Machina.
Este rey de Creta y escultor que «célibe de esposa vivía y de una
consorte de su lecho por largo tiempo carecía» terminó enamorándose de
su propia creación y logrando, por intercesión de los dioses, que
cobrara vida. El mayor anhelo de todo artista.
En la cama: el beso, de Toulouse-Lautrec
Toulouse-Lautrec describió
como «el epítome del placer sensual» este retrato que realizó de dos
prostitutas parisinas besándose, cuya finalidad era, precisamente,
decorar un burdel. Pero más que deseo sexual lo que transmite es
ternura
. El motivo sirvió para otro cuadro similar.
Off, de Edmund Blair Leighton
No
podía faltar la representación de unas buenas calabazas. La postura de la chica, con las piernas cruzadas, las manos sobre ellas como reforzando su actitud de cierre y mirando hacia otro lado ya da cierta idea de cuál ha sido su respuesta a la petición de matrimonio
. Por si algún observador aún no lo tiene claro, este pintor prerrafaelita de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, también nos mostró el ramo de flores tirado en medio del camino y finalmente al desdichado batiéndose en retirada, caminando cabizbajo con las manos a la espalda, intuimos que pensando en qué pudo salir mal esta vez, repasando inútilmente cada frase y cada gesto.«Te quiero pero como amigo», ñiñiñiñi
El cumpleaños, de Marc Chagall
Cantantes
y poetas han empleado siempre metáforas en torno a cómo uno se siente
flotando en compañía de la persona amada, así que Chagall se retrató en compañía de su esposa Bella
en un fiel reflejo de su estado de ánimo, volando como un globo al
desinflarse después de que esta aceptara el ramo de flores que le ha
entregado.
Podían contar el uno con el otro y ya poco importaba la
austeridad en la que vivían en aquel momento, que también muestra el
cuadro.
En el jardín, de Pierre-Auguste Renoir
A diferencia de los prerrafaelitas, que eran capaces
de contar una película entera en una imagen, los pintores impresionistas
tendían a rehuir esas escenas tan declamativas y cargadas de
significado.Pese a dicha preferencia por una mayor ligereza, aquí Renoir nos mostró a una joven pareja disfrutando de un día campestre.
Ella al menos, que su novio permanece tan absorto contemplándola que no sabe si es de día o de noche
. Los protagonistas son Aline Charigot, la novia en ese momento del artista y futura esposa, y un amigo de este, Henry Laurent. Ambos fueron retratados también en este dibujo de Renoir.
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