Televisión Española interrumpió sus emisiones a las 19.40 horas para transmitir la alocución de Adolfo Suárez, a continuación del rótulo Declaración del presidente del Gobierno.
Adolfo Suárez, vestido con chaqueta oscura, camisa azul celeste y corbata azul oscura a rayas blancas, apareció sentado tras su mesa de despacho en un plano general.
A la izquierda de la cámara, la bandera española; al fondo, en el mismo ángulo, un retrato del Rey y un tapiz enmarcado que representaba a una mujer.
Sobre la mesa, un mechero, un cenicero, y, a la izquierda del presidente, un micrófono sobre trípode. La cámara se acercó en un zoom rápido hasta un plano medio del presidente, con aire alrededor del busto, los ojos húmedos, dos motas de luz en las pupilas y un reflejo luminoso en la frente
.El presidente leyó con firmeza su alocución y miró constantemente a la cámara, es decir, a los telespectadores, probablemente ayudado por el sistema de lectura denominado autocue.
La telecámara intentó corregir, con poco tino, los ligeros movimientos del presidente al hablar. Durante la transmisión se oyeron cinco campanadas de un carillón
. Fuentes de Televisión Española afirman que se registró el programa alrededor de las 15.30 horas
. El discurso concluyó, visualmente, con apertura del zoom, que retrocedió al plano general del inicio: Adolfo Suárez tenía las manos entrecruzadas sobre unos folios y los codos apoyados sobre la mesa.
El texto íntegro del discurso, que duró doce minutos, es el siguiente:
«Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad.
Yo creo haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno
. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor.
Hoy tengo la responsabilidad de explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que me invistieron como presidente constitucional, las razones por las que presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno y mi decisión de dejar la presidencia de la Unión de Centro Democrático.
No es una decisión fácil
. Pero hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él.
He llegado al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia.
Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento de que este comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento.
No me voy por cansancio
. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje.
No me voy por temor al futuro.
Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos la que somos y lo que queremos.
Nada más lejos de la realidad que la imagen que se ha querido dar de mí como la de una persona aferrada al cargo.
Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios
. Pero un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación.
Yo creo saberlo, tengo el convencimiento, de que esta es la situación en la que nos hallamos y, por eso, mi decisión es tan firme como meditada.
He sufrido un importante desgaste durante mis casi cinco años de presidente
. Ninguna otra persona, a lo largo ce los últimos 150 años, ha permanecido tanto tiempo gobernando democráticamente en España.
Mi desgaste personal ha permitido articular un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo de Estado.
Creo, por tanto, que ha merecido la pena. Pero, como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España.
Lealtad
Trato de que mi decisión sea un acto de estricta lealtad.De lealtad hacia España, cuya vida libre ha de ser el fundamento irrenunciable para superar una historia repleta de traumas y de frustraciones; de lealtad hacia la idea de un centro político que se estructure en forma de partido interclasista, reformista y progresista, y que tiene comprometido su esfuerzo en una tarea de erradicación de tantas injusticias como todavía perviven en nuestro país; de lealtad a la Corona, a cuya causa he dedicado todos mis esfuerzos, por entender que sólo en torno a ella es posible la reconciliación de los españoles y una patria de todos, y de lealtad, si me lo permiten, hacia mi propia obra.
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