. Voy al
cine, al teatro, veo a los amigos, leo... Y, entre tanto y tanto, viajo a
algún sitio (normalmente a Francia) y recojo un premio», nos cuenta la
actriz sobre su día a día. Su nivel de exigencia ha aumentado.
. Nunca ha tenido la elegancia por bandera ni ha sido vista con esos atributos. Es una gran actriz, pero más orientada a la comedia».
Paredes recuerda
Motín de brujas, la obra de teatro en la que hacía de limpiadora de oficinas. «Es cuando más me he sentido de otra manera. Y en
Entre tinieblas. Pero fue al principio. Después me llegó el
glamour, y de eso no me he librado».
En la vida diaria, la gente también espera encontrarla siempre
impecable. «Me gusta ir al mercado con la cara lavada y un vaquero».
Y
así acude a la sesión.
Para ella, la clave para acertar con el
estilo a su edad es llevar los años con dignidad, encontrar lo que te
sienta bien y no tratar de ser lo que no eres. «Me encantan los
trajes sastre y los abrigos clásicos, es lo que llevaría toda la vida».
No se libra de la típica pregunta sobre cómo envejecer en la industria
del cine: «Los prejuicios vienen de Hollywood. ¿Que la imperfección no
se pueda considerar belleza? Bueno... depende».
Gádor de Carvajal, arquitecta
GÁDOR DE CARVAJAL
Esta reconocida arquitecta conforma la mitad de Carvajal + Casariego,
un estudio con oficinas en España y en Chile.
Hija del ex presidente del
Senado José Federico de Carvajal, a mediados de los años 80 fue
definida como una de las modelos más prestigiosas de nuestro país (algo
que casi nadie conoce hoy en su entorno profesional).
Gádor
vivió en primera persona el despegue de la moda española, cuando
desfilaba para Pedro del Hierro, Jesús del Pozo o Manuel Piña.
Según confiesa, la moda la ayudó a ser arquitecta, y no precisamente
para pagarse los estudios. «Tenía muchas dudas con la carrera, y
desfilar me permitió tomar distancia y relativizar».
Su interesante dicotomía profesional nos hace preguntarle por cómo se
siente siendo mujer en el terreno en el que se mueve, tradicionalmente
de hombres.
«Es innegable que existe una cierta
incomodidad
masculina, y hay tensiones añadidas que tienen que ver con el género.
Una especie de lucha de vanidades».
Sobre su forma de vestir, reconoce
que no ha habido transformaciones bruscas:
«
Ha cambiado con mi
edad, con mi posicionamiento, pero siempre ha estado definida por mi
temperamento. Hay un hilo conductor que domina».
La moda le
sigue gustando: «Me produce un poco de rechazo que haya colecciones tan a
menudo. Me interesan los materiales, las cosas bien hechas».
Tiene
claras las claves para ser elegante a cualquier edad: «No es tan
importante tener estilo. Uno solo tiene que verse bien y comportarse tal
y como es».
Sí, la edad ha cambiado el modo de enfocar su trabajo:
«Hasta mi forma de ver». El cuerpo, según la fotógrafa, es un pretexto
para conocer al ser humano. ¿Pero lo es también su estética? «Sin duda.
La moda es un arte. Lo creo.
Aunque también pienso que a veces llevamos
máscaras. Las personas más elegantes que yo he conocido pertenecían a
pueblos primitivos
. En 2000, en Etiopía, me encontré con tribus que no
conocían la luz ni la Coca-Cola. Cubrían su cuerpo con cosas tan
sencillas como hojas... Era increíble. Aunque parecían desnudos, estaban
mucho más vestidos que yo, y con muchísima libertad.
La moda es creatividad, pero depende de cómo te la tomes y la cuentes. Si te da felicidad y seguridad, adelante.
Ahora, ¿el estilo? Para mí es genético.
La elegancia viene de los
sentimientos, aunque luego se puedan aprender cosas. No depende de que
lleves un Prada o un Zara. No es cultural».
Y se marcha con un sencillo
vestido negro, su color fetiche. «Me gusta pasar desapercibida. Aunque
también es pura comodidad».
Hay una distinción en su forma de moverse,
hablar y mirar; como en esas elegantes mujeres senegalesas que tanto
admira. Y sí, tiene razón, la dignidad del ser humano es maravillosa.
Mujeres maduras que tienen claro lo quieren
«Me estoy dando el gustazo de descansar, que me hacía falta. Voy al
cine, al teatro, veo a los amigos, leo... Y, entre tanto y tanto, viajo a
algún sitio (normalmente a Francia) y recojo un premio», nos cuenta la
actriz sobre su día a día.
Su nivel de exigencia ha aumentado. Le da más importancia a su vida y disfruta de su gente.
«Si no me ofrecen algo que me estimule mucho, no lo hago. Me apetecería
hacer más comedia, lo he dicho mil veces, pero no me hacen caso.
Siempre hay sobre mí un prejuicio muy claro». Su imagen de mujer
elegante se ha convertido en una especie de sambenito. A ella le habría
gustado ser la Irene de Carmen Maura en
Volver. «Lo que sucede es que, en el caso de Carmen, ella nunca ha sido la
gran dama.
Nunca ha tenido la elegancia por bandera ni ha sido vista con esos atributos. Es una gran actriz, pero más orientada a la comedia». Paredes recuerda
Motín de brujas, la obra de teatro en la que hacía de limpiadora de oficinas. «Es cuando más me he sentido de otra manera. Y en
Entre tinieblas. Pero fue al principio. Después me llegó el
glamour, y de eso no me he librado».
En la vida diaria, la gente también espera encontrarla siempre
impecable. «Me gusta ir al mercado con la cara lavada y un vaquero». Y
así acude a la sesión.
Para ella, la clave para acertar con el
estilo a su edad es llevar los años con dignidad, encontrar lo que te
sienta bien y no tratar de ser lo que no eres. «Me encantan los
trajes sastre y los abrigos clásicos, es lo que llevaría toda la vida».
No se libra de la típica pregunta sobre cómo envejecer en la industria
del cine: «Los prejuicios vienen de Hollywood. ¿Que la imperfección no
se pueda considerar belleza? Bueno... depende».
GÁDOR DE CARVAJAL
Esta reconocida arquitecta conforma la mitad de Carvajal + Casariego,
un estudio con oficinas en España y en Chile. Hija del ex presidente del
Senado José Federico de Carvajal, a mediados de los años 80 fue
definida como una de las modelos más prestigiosas de nuestro país (algo
que casi nadie conoce hoy en su entorno profesional).
Gádor
vivió en primera persona el despegue de la moda española, cuando
desfilaba para Pedro del Hierro, Jesús del Pozo o Manuel Piña.
Según confiesa, la moda la ayudó a ser arquitecta, y no precisamente
para pagarse los estudios. «Tenía muchas dudas con la carrera, y
desfilar me permitió tomar distancia y relativizar».
Su interesante dicotomía profesional nos hace preguntarle por cómo se
siente siendo mujer en el terreno en el que se mueve, tradicionalmente
de hombres. «Es innegable que existe una cierta
incomodidad
masculina, y hay tensiones añadidas que tienen que ver con el género.
Una especie de lucha de vanidades». Sobre su forma de vestir, reconoce
que no ha habido transformaciones bruscas: «
Ha cambiado con mi
edad, con mi posicionamiento, pero siempre ha estado definida por mi
temperamento. Hay un hilo conductor que domina». La moda le
sigue gustando: «Me produce un poco de rechazo que haya colecciones tan a
menudo. Me interesan los materiales, las cosas bien hechas». Tiene
claras las claves para ser elegante a cualquier edad: «No es tan
importante tener estilo. Uno solo tiene que verse bien y comportarse tal
y como es».
LYDIA DELGADO
«Tengo menos tiempo para mí», cuenta la diseñadora al hablar sobre su
maternidad (tiene un niño adoptado de ocho años). «Pero intento vivir la
vida de manera que me siente bien. La experiencia me ha ayudado a
entender lo de “quererte a ti misma”.
Intento hacer el trabajo de no preocuparme por cosas que en realidad son bastante absurdas,
lo cual es muy fácil que pase». Esta actitud vital ha afectado a su
forma de crear: «Diseñar es raro, implica estar entre tú y los demás.
Ahora procuro hacer más lo que me gusta». En ese enfoque mental se
enmarca su nueva pasión, la ilustración (en este momento se pueden ver
sus dibujos en la Gerhardt Braun Gallery de Palma de Mallorca).
La explicación: «El dibujo es un mundo mágico, puro, infantil».
Un optimismo que enlaza con su opinión sobre cómo debe vestirse una mujer entrada en la madurez.
«Es un tema curioso. En otros países hay señoras con una edad que son
muy creativas; aquí parece que hay que pasar inadvertida. ¡Tampoco es
eso!
Hay que lucirse con una cierta alegría, porque la
indumentaria es una expresión de ti, de tu mundo interior. Si no dejas
que pase nada, ¿qué sucede por dentro? Está bien tener un poco de luz y
de creatividad. Hay cosas que te quedan peor (hay que ser realista),
pero me gusta más una señora como las de Advanced Style –tan
extravagantes, tan maravillosas– que una aburrida. Algunas de las
mujeres más
topísimas del mundo tienen mi edad».
ISABEL MUÑOZ
Le gusta sentirse sobre unos tacones, aunque hace tiempo que no lo
hacía. Isabel es una artesana visual, con dos World Press Photo y obras
en museos de Madrid, París o Nueva York, que no pide ver su retrato al
acabar la sesión. Simplemente confía. «He disfrutado con los estilistas;
son dos artistas porque saben cómo hacerte sentir bien. Y no es lo
mismo vestir a una niña de 16 años que a una mujer de 64». No es una
fotógrafa de poses.
Tiene una importante trayectoria dedicada «a la búsqueda del ser humano» por todo el planeta. Y en esas andaba cuando se implicó en sus últimos trabajos:
Álbum de familia,
un proyecto sobre los derechos del universo que retrata a varias
familias de simios (en la galería Blanca Berlín a partir del 16 de
diciembre), y la impactante
Mujeres del Congo hacia la esperanza
(en Casa de África, en enero), que denuncia el uso de las féminas como
arma de guerra. «Yo busco siempre la luz y la esperanza. Creo que
luchando se puede conseguir. No hago nada que no me emocione».
Sí, la edad ha cambiado el modo de enfocar su trabajo:
«Hasta mi forma de ver». El cuerpo, según la fotógrafa, es un pretexto
para conocer al ser humano. ¿Pero lo es también su estética? «Sin duda.
La moda es un arte. Lo creo. Aunque también pienso que a veces llevamos
máscaras. Las personas más elegantes que yo he conocido pertenecían a
pueblos primitivos. En 2000, en Etiopía, me encontré con tribus que no
conocían la luz ni la Coca-Cola. Cubrían su cuerpo con cosas tan
sencillas como hojas... Era increíble. Aunque parecían desnudos, estaban
mucho más vestidos que yo, y con muchísima libertad.
La moda es creatividad, pero depende de cómo te la tomes y la cuentes. Si te da felicidad y seguridad, adelante.
Ahora, ¿el estilo? Para mí es genético. La elegancia viene de los
sentimientos, aunque luego se puedan aprender cosas. No depende de que
lleves un Prada o un Zara. No es cultural». Y se marcha con un sencillo
vestido negro, su color fetiche. «Me gusta pasar desapercibida. Aunque
también es pura comodidad». Hay una distinción en su forma de moverse,
hablar y mirar; como en esas elegantes mujeres senegalesas que tanto
admira. Y sí, tiene razón, la dignidad del ser humano es maravillosa.
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