Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 ago 2015

Morir en el infierno azul...............................................Oscar Gogorza

Audrey Mestre fallece al tratar de establecer en 171 metros el récord de inmersión a pulmón libre.

 

El horizonte definitivo de la modalidad de buceo en apnea (a pulmón libre, conteniendo la respiración) denominada sin límites es la muerte.
 Bien lo saben los apasionados escrutadores de las profundidades. Audrey Mestre, francesa, había heredado la pasión familiar por las aguas, atrapada por los relatos de su abuelo y su madre, ambos buceadores.
 Apenas cumplido su segundo año de vida, ganó su primera medalla.
 Fue la más rápida en una piscina de 25 metros.
 Pero fue mucho más allá: bióloga marina, redactó una tesis sobre la fisiología del buceo y experimentó sobre su propio organismo la resistencia del cuerpo humano bajo el agua.
El pasado sábado, a sus 28 años, se sumergió por última vez buscando un récord mundial que debía haberla conducido a los 171 metros de profundidad, frente a las costas de La Romana, en Santo Domingo.
 Pereció en el intento.
La víctima permaneció bajo el agua una eternidad: 8 minutos, 41 segundos
La modalidad sin límites es un ejercicio tan arriesgado como atractivo, un pulso físico y psicológico rayano en la locura, una modalidad apasionante que describió con acierto el cineasta francés Luc Besson en El gran azul.
No se trata sólo de alcanzar el abismo negro.
 Se trata de regresar vivo a la superficie.
 El apneísta depende tanto de sus aptitudes como de la obligada parafernalia mecánica que rodea la modalidad sin límites.
La prueba, a poco que falle algo, se convierte rápidamente en una trampa mortal.
En Santo Domingo, Mestre, poseedora del récord mundial femenino, con 130 metros, buscaba establecer la mejor marca de la historia, llegar donde el ser humano no había llegado nunca a fuerza de pulmones.
 Su intento debía durar no mucho más de tres minutos, según la referencia de su marido y plusmarquista mundial, Pipín Ferreras, un especialista cubano que llegó hace un año a los 162 metros y que estuvo bajo el agua 3 minutos y 12 segundos.
Rodeada de periodistas y cámaras, Mestre desapareció el sábado al mediodía de la superficie arrastrada hacia el fondo por un lastre unido a un cable o guía.
Varios buceadores velaban por su seguridad, repartidos a distintas profundidades.
 Sin embargo, sólo el propio apneísta puede decidir hasta dónde arriesgarse, juzgar cuál es su límite, imponer la prudencia sobre la ambición.
La apnea es un reto para la voluntad. El punto sin retorno es subjetivo y queda sujeto a la valentía o la inconsciencia del deportista.
Por todas estas razones, los anuncios de récord causan pánico entre las autoridades que rigen la especialidad, únicamente homologada por una de las instancias que rigen el buceo.
En las aguas de Santo Domingo, los cámaras y los reporteros, preparados para recoger la aparición de Mestre, empezaron a notar que la espera se hacía larga.
 La tensión ya se había trasladado a los submarinistas que vigilaban la inmersión de la buceadora francesa.
Se anunciaba un drama.
 La encontraron sin sentido, a medio camino de su intento.
 Cuando su cuerpo alcanzó el oxígeno de la superficie, ya había pasado una eternidad: 8 minutos y 41 segundos. Imposible resistir tanto tiempo.
 El récord del mundo de apnea estática quedo fijado en 1995 en 7 minutos y 35 segundos.
Pero Mestre todavía vivía cuando fue rescatada.
 Murió camino del hospital, ante los ojos de su atónito marido, Pipín Ferreras.
Los resultados de la autopsia no se conocen, por lo que las causas definitivas de su muerte no están claras.
 Las autoridades barajan la posibilidad de que la submarinista quedase atrapada supuestamente por un fallo del sistema mecánico de inmersión.
 Paradójicamente, el viernes había alcanzado, en un entrenamiento no homologado, una profundidad de 170 metros.
El italiano Raimondo Bucher se adjudicó el primer récord homologado de la modalidad sin límites, firmado en 1949.
Alcanzó entonces una profundidad de 30 metros, ridícula con las cifras que ahora se barajan.
 Once años después, otro italiano, Enzo Majorca, convertiría la lucha contra los límites humanos bajo el mar en el motor de su vida.
No estuvo sólo en su pelea: un francés, Jacques Mayol, se cruzó enseguida en su camino.
 Durante 15 años ambos se arrebataron mutuamente los récords mundiales en una pugna que derivó, a última hora, en una gran amistad. Luc Besson hizo suya esta historia, que también debió impresionar a Mestre.

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