Mario Vargas Llosa, durante un acto en Madrid.
Sergio Enriquez-Nistal
Con la periodista Pepa Roma, años pateándose el Congreso, recordamos aquellos tiempos remotos en los que todos éramos amigos "¿recuerdas lo bien que lo pasábamos?
Pero Pujol siempre parecía guardarse una bala en la recámara, nunca ha sido un hombre claro". Y concluimos que a la postre lo que acabará con Convergencia será la herencia "en Madrid podía robar un funcionario... pero es que aquí hay sospechas de que era la familia del venerado 'President'".
Hablando de dinero. La Preysler. Una vez más, Isabel ha escogido como pareja a un hombre más pobre que ella.
Le pasó con Griñón, al que tuvo incluso que dejar cuarenta millones de pesetas; le pasó con Boyer, que tan solo llevó consigo un Sorolla de pequeño tamaño cuando se fue a vivir a su casa, y le está pasando con Vargas Llosa
. Sí, sí, no amotinarse, por favor ¡tengo las pruebas! Veamos, el principal activo inmobiliario de Isabel es su casa de Puerta de Hierro, un chalé de lujo que podría valer 20 millones de euros y que le pertenece en su totalidad, es decir, eso solo ya dobla el capital que se atribuye a Mario, diez millones de euros.
Los ingresos de Isabel por contratos publicitarios son cuantiosos y constantes, mientras Vargas recibe 200.000 euros al año de un periódico nacional por escribir una columna a la semana, pero es una suma que está siendo revisada a la baja porque ya en su momento provocó malestar en la Redacción; sus conferencias le reportan 100.000 euros, es cierto, pero no son muy abundantes.
Y Alfaguara está esperando que entregue el manuscrito definitivo de su próxima novela, Cinco esquinas, aunque es de suponer que sus avatares sentimentales se comerán tiempo que habitualmente dedica al trabajo, pero debe aclararse que Vargas es un escritor de mucho prestigio pero pocas ventas. Por su obra completa la editorial pagó en 1999 doscientos millones de pesetas que no ha recuperado ni de coña, fue un negocio ruinoso.
De todo lo que posee ahora, el cincuenta por ciento pertenece a Patricia, y es que al final será verdad lo que me dijo Isabel hace años en la puerta de su casa como resumen de su vida, "te aseguro, Pilar, que lo que menos me importa en el mundo es el dinero".
Con el verano vuelven los festivales de la cosa musical y yo me estreno con Sara Baras en los Jardines de Pedralbes. Sara, a sus 44 años, ha llegado a la madurez plena de los grandes artistas, yo aún llegué a ver a Carmen Amaya y, siendo distintas, ambas tienen el mismo fuego y la misma pasión sobre el escenario.
Es curioso porque estas mujeres que parecen consumirse en las llamas poderosas de su oficio exigente, disfrutan de una vida apacible en lo privado; Sara vive en Puerto de la Cruz con su marido y su hijo de 4 años, que habla como un inglesito, "allí sólo hay colegios británicos", ríe la Baras reventando de orgullo por las costuras.
En el puño de mi camisa marco mis próximas citas: dos platos exquisitos, Melody Gardoy y Paul Weller, y el Dios Dylan.
Me cuentan que es raro, distante y orgulloso ¡pues muy bien! ¡si no lo fuera me decepcionaría!
@pilareyre
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