Es lo que tiene tirarse tres meses en una isla sin hacer otra cosa que pescar, comer, dormir y mostrar a la ciudadanía lo que es el trastorno afectivo bipolar.
El programa de la final fue, como era de prever, largo, muy largo.
Mucho abrazo, mucho beso, mucho aplauso, mucho chiste de Jorge Javier, mucho meter el dedito propio en el ojo ajeno a ver si salta la bronca, mucho helicóptero y mucho recibimiento al insigne Nacho Vidal como si fuera Haile Selassie en sus mejores tiempos rastafarianos
. Es lo que tiene tirarse tres meses en una isla sin hacer otra cosa que pescar, comer, dormir y mostrar a la ciudadanía lo que es el trastorno afectivo bipolar, ese paso espectacular de la alegría a la depresión, del abatimiento a la agresividad, aunque quizá ese didactismo psiquiátrico es lo que justifica su excelencia de la especie.
Del resto de los finalistas, ¿qué decir?
Que ganó los 200.000 euros del premio el joven Cristopher (¡ojito con Hacienda, que se lleva una pasta, querido!), que en una de las últimas pruebas de eliminación hubo que repetir el tinglado por un fallo técnico, con perdón de la técnica, y que incluso se intuyó que hizo una pequeña trampa en la repetición que la cadena no quiso mostrar de nuevo, por si acaso.
Que Isabelita Pantoja, Rafa Camino y Rubén demostraron cómo se puede vivir en una isla sin hacer nada y no morir en el intento, y que Fortu-prepárate-va-a-estallar-el-obús tiene un mal perder tan espectacular como la montaña rusa anímica del famoso Nacho Vidal
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