Estamos a dos centímetros de que lo que escandalice no sea dónde se guarde el dinero, sino que se lo posea.
Hará unos meses escribí una columna (“Siempre tarde y con olvido”)
en la que señalaba cómo en poco tiempo los españoles habían pasado de
ser enormemente comprensivos con la corrupción, y aun defensores de ella
(“El que no trinque es tonto”, sería el resumen de lo que opinaba una
considerable parte de la población), a no tolerar el menor
aprovechamiento o desvío de dinero público o privado. Ese artículo tuvo
escaso eco, que yo sepa, así que una de dos: o era soso e inane –culpa
mía–, o a los españoles no les gusta que se les refresque la memoria, se
les hagan notar sus múltiples contradicciones y su permanente
chaqueteo, se les exponga su cinismo
. En una época en la que por culpa de Internet nada se borra y ya no hay que ir a las hemerotecas para saber lo que cada cual dijo en cada momento, España sigue obrando el milagro de que el pasado no exista, ni el más reciente.
Han transcurrido unas semanas y observo que ese puritanismo de boquilla y sobrevenido va a más.
Por poner un ejemplo, el cobro de 425.000 euros por parte de Monedero, dirigente de Podemos, y su posterior puesta al día con Hacienda, han hecho correr ríos de tinta y saliva escandalizadas, sin que apenas nadie reparara en lo más turbio de ese asunto, a saber: que al parecer dicho político dispusiera de despacho en el Palacio de Hugo Chávez, un militar golpista (es decir, como Franco, Videla y Pinochet), y que percibiera una porción de esos emolumentos sirviendo a un régimen cuasi dictatorial.
No de todo el mundo se pueden aceptar encargos y retribuciones si se quiere luego presumir de ser “gente decente”. La cantidad es lo de menos.
Pero el paso de un extremo a otro se ha visto con aún más claridad al empezar a conocerse nombres de la llamada lista Falciani.
De pronto parece que los españoles ya no entiendan nada ni sepan distinguir.
He visto a reporteros preguntarles a individuos, en tono acusatorio: “¿Tiene o ha tenido dinero en el extranjero?”, como si eso fuera un grave delito y hubiéramos vuelto –también en eso– al patrioterismo franquista.
Resulta inverosímil que a estas alturas haya que explicar que es perfectamente legal y lícito tener dinero fuera de España, siempre y cuando las cuentas no sean ocultas, estén declaradas y se tribute al fisco lo que corresponda.
Sobre todo si dichas cuentas se encuentran en países de la Unión Europea.
Muchos compatriotas parecen no haberse enterado de que la UE (antes Comunidad Económica Europea) no es ya “el extranjero”, ni de que para lo primero que cayeron las fronteras de nuestras naciones fue para la libre circulación de capitales.
Ustedes pueden guardar sus ahorros en Alemania, Francia o Gran Bretaña si se les antoja (y quizá hagan bien, dado que de España lo pueden a uno “exiliar” en cualquier instante, según se ha comprobado históricamente), con tanta legitimidad como si los conservaran en Madrid, Barcelona o Bilbao.
Siempre que sea dinero ganado limpiamente, declarado y tributario a
la Hacienda española, repito. Incluso tenerlo en Suiza (que no pertenece
a la UE) es legítimo también, si se dan esas condiciones. No digamos en
Irlanda, pese a que allí existan ventajas fiscales
. Enfurecerse porque alguien no mantenga todo su capital en España es como indignarse porque un madrileño lo deposite en Gerona, un catalán en San Sebastián o un andaluz en Santander.
A este paso acabaría estando mal visto que un señor de Tarazona ponga sus ahorros fuera de Tarazona, o una señora de Covarrubias fuera de Covarrubias.
Una actitud semejante a la de muchos comerciantes de lugares que conozco, que lamentaban que el equipo de fútbol de la ciudad ascendiera a Primera, porque eso hacía que los hinchas se desplazaran a animar al equipo en sus visitas a clubs famosos y no gastaran en su propia localidad durante los fines de semana, sin apreciar que los aficionados de otros sitios también venían a su pequeña población cuando jugaban en ella esos clubs y sin duda gastaban más que los parroquianos habituales.
Y así, estamos a dos centímetros de que lo que empiece a escandalizar y soliviantar no sea ya dónde se guarde el dinero, sino que se lo posea.
“Hay que ver”, he leído u oído hace poco, “¡Fulano tiene en sus cuentas 300.000 euros!”, como si eso fuera un pecado, o como si el mero hecho de haberlos reunido lo hiciera sospechoso de haberlos malganado, o de haber estafado o robado
. ¿No habíamos quedado, hace cuatro días, en que enriquecerse era lo mejor que podía hacerse, y además sin escrúpulos, “pegando pelotazos”, cobrando comisiones, echando mano a la caja, tirando de tarjeta de empresa o valiéndose de un cargo para sacar tajada?
Todo esto se ha aplaudido, y bien está que ya no sea así
. Pero no que de pronto se alce un clamor contra cualquiera más o menos adinerado, aunque haya hecho su fortuna sin explotar ni engañar ni sisar ni defraudar a nadie, honradamente y gracias a su talento o a su suerte o a su mucho esfuerzo, tanto da. Seguimos siendo un país analfabeto e histérico, si todavía hay que explicar semejantes obviedades.
Pero más vale insistir en ellas, pese a todo, antes de que se empiece a señalar con el dedo a ciudadanos íntegros y con fiereza se grite: “¡Está forrado, tiene dinero, es intolerable!”.
elpaissemanal@elpais.es
. En una época en la que por culpa de Internet nada se borra y ya no hay que ir a las hemerotecas para saber lo que cada cual dijo en cada momento, España sigue obrando el milagro de que el pasado no exista, ni el más reciente.
Han transcurrido unas semanas y observo que ese puritanismo de boquilla y sobrevenido va a más.
Por poner un ejemplo, el cobro de 425.000 euros por parte de Monedero, dirigente de Podemos, y su posterior puesta al día con Hacienda, han hecho correr ríos de tinta y saliva escandalizadas, sin que apenas nadie reparara en lo más turbio de ese asunto, a saber: que al parecer dicho político dispusiera de despacho en el Palacio de Hugo Chávez, un militar golpista (es decir, como Franco, Videla y Pinochet), y que percibiera una porción de esos emolumentos sirviendo a un régimen cuasi dictatorial.
No de todo el mundo se pueden aceptar encargos y retribuciones si se quiere luego presumir de ser “gente decente”. La cantidad es lo de menos.
Pero el paso de un extremo a otro se ha visto con aún más claridad al empezar a conocerse nombres de la llamada lista Falciani.
De pronto parece que los españoles ya no entiendan nada ni sepan distinguir.
He visto a reporteros preguntarles a individuos, en tono acusatorio: “¿Tiene o ha tenido dinero en el extranjero?”, como si eso fuera un grave delito y hubiéramos vuelto –también en eso– al patrioterismo franquista.
Resulta inverosímil que a estas alturas haya que explicar que es perfectamente legal y lícito tener dinero fuera de España, siempre y cuando las cuentas no sean ocultas, estén declaradas y se tribute al fisco lo que corresponda.
Sobre todo si dichas cuentas se encuentran en países de la Unión Europea.
Muchos compatriotas parecen no haberse enterado de que la UE (antes Comunidad Económica Europea) no es ya “el extranjero”, ni de que para lo primero que cayeron las fronteras de nuestras naciones fue para la libre circulación de capitales.
Ustedes pueden guardar sus ahorros en Alemania, Francia o Gran Bretaña si se les antoja (y quizá hagan bien, dado que de España lo pueden a uno “exiliar” en cualquier instante, según se ha comprobado históricamente), con tanta legitimidad como si los conservaran en Madrid, Barcelona o Bilbao.
No de todo el mundo se pueden aceptar encargos y retribuciones si se quiere luego presumir de ser “gente decente”
. Enfurecerse porque alguien no mantenga todo su capital en España es como indignarse porque un madrileño lo deposite en Gerona, un catalán en San Sebastián o un andaluz en Santander.
A este paso acabaría estando mal visto que un señor de Tarazona ponga sus ahorros fuera de Tarazona, o una señora de Covarrubias fuera de Covarrubias.
Una actitud semejante a la de muchos comerciantes de lugares que conozco, que lamentaban que el equipo de fútbol de la ciudad ascendiera a Primera, porque eso hacía que los hinchas se desplazaran a animar al equipo en sus visitas a clubs famosos y no gastaran en su propia localidad durante los fines de semana, sin apreciar que los aficionados de otros sitios también venían a su pequeña población cuando jugaban en ella esos clubs y sin duda gastaban más que los parroquianos habituales.
Y así, estamos a dos centímetros de que lo que empiece a escandalizar y soliviantar no sea ya dónde se guarde el dinero, sino que se lo posea.
“Hay que ver”, he leído u oído hace poco, “¡Fulano tiene en sus cuentas 300.000 euros!”, como si eso fuera un pecado, o como si el mero hecho de haberlos reunido lo hiciera sospechoso de haberlos malganado, o de haber estafado o robado
. ¿No habíamos quedado, hace cuatro días, en que enriquecerse era lo mejor que podía hacerse, y además sin escrúpulos, “pegando pelotazos”, cobrando comisiones, echando mano a la caja, tirando de tarjeta de empresa o valiéndose de un cargo para sacar tajada?
Todo esto se ha aplaudido, y bien está que ya no sea así
. Pero no que de pronto se alce un clamor contra cualquiera más o menos adinerado, aunque haya hecho su fortuna sin explotar ni engañar ni sisar ni defraudar a nadie, honradamente y gracias a su talento o a su suerte o a su mucho esfuerzo, tanto da. Seguimos siendo un país analfabeto e histérico, si todavía hay que explicar semejantes obviedades.
Pero más vale insistir en ellas, pese a todo, antes de que se empiece a señalar con el dedo a ciudadanos íntegros y con fiereza se grite: “¡Está forrado, tiene dinero, es intolerable!”.
elpaissemanal@elpais.es
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