No salieron del armario, pero Elena Fortún y Matilde Ras supieron sortear tiempos adversos.
Cuando en los años sesenta fuimos adolescentes, muchos quisimos ser
Tintín, algunos todavía lo queremos.
Ser como ese joven periodista tan cosmopolita, educado, valiente, aventurero y “moderno”.
Muchas chicas, las que más me gustaban, querían ser como Celia: lista, independiente, guapa, curiosa, sentimental y nada cursi.
Ninguno de los dos se parecía al modelo oficial de los jóvenes crecidos en aquella dictadura que sufrimos sin merecerlo ni despeinarnos.
Justo antes de desmelenarnos, de soltar el lastre del franquismo.
Eran dos fugas en colores de un tiempo en blanco y negro
. Dos maneras de escaparnos de la moral oficial sin consciencia de éticas ni yugos, ni flechas.
Un tiempo, un país, el de nuestros mayores que estaba empedrado de miedos y silencios.
El mismo tiempo en que muchos de nosotros crecimos leyendo los episodios nacionales, e internacionales, de dos jóvenes a los que deseábamos parecernos
. Tintín marcó mi existencia y mis oficios. Celia fue esencial para los pensamientos y las vidas de las que más me gustaban.
Sobre todo de una.
Los dos llegaron a nosotros por editoriales que superaron la Guerra Civil y la mezquina posguerra. Los dos se escaparon de los censores
. Los dos, Tintín y Celia, fueron culpables de nuestra educación sentimental.
Deuda y reconocimiento a aquellos editores que supieron navegar en procelosos tiempos; a esas editoriales, Juventud y Aguilar, que con su transversalidad fueron capaces de sacarnos de las cursiladas en masculino y femenino.
Una de las responsables, Elena Fortún, ahora es noticia por un esencial libro que acaba de publicar la Fundación Banco de Santander: Elena Fortún y Matilde Ras: el camino es nuestro
. No solo es un imprescindible resumen de dos vidas extraordinarias y atípicas, es además un libro que nos ayuda a conocer dos ocultamientos, dos modernas españolas que no consiguieron vivir como desearon aunque consiguieran vivir con una dignidad que nos admira.
No pudieron salir del armario, quizá no quisieron, pero nada las impidió ser dos modernas, dos mujeres libres que supieron sortear tiempos adversos
. Dos damas muy serias. Dos ejemplos de mujeres crecidas en la dificultad de ser como hubieran deseado ser.
Dos liberales, regeneracionistas, republicanas, católicas, racionales, soñadoras, cultas en las que “su ciudadanía íntima es tan importante como su ser público”.
De Elena Fortún sabíamos bastantes cosas, no tanto de su tendencia sexual, pero sí de su obra más conocida, Celia.
Uno de los mayores éxitos editoriales de la literatura juvenil española desde los años treinta hasta casi nuestros días.
Un referente, un “modelo” de chica independiente en nuestro idioma así que pasen décadas, guerras, dictaduras o transiciones.
Católica, republicana, sentimental, exiliada y vuelta para morir cerca de donde su alter ego, Celia, creció y se hizo más madura y sensata
. Aún mejor de lo que aquella encantadora, sensible y pequeñoburguesa nunca fuera, desde sus inicios de niña bien del barrio de Salamanca hasta la “madrecita” que nunca fue o la “roja” que nunca quiso ser.
De su amiga, de esa relación de amistad amorosa, de bisexualidad rota por exilios y disimulos, de esa desconocida llamada Matilde Ras, periodista, quijotista, grafóloga y autora de una notable y desconocida obra, confesamos no tener noticia hasta la aparición de este revelador libro
Una joya para reivindicar algunas de nuestras modernas, a una estirpe de mujeres que se adelantaron muchas décadas en su ejemplo de que este país podría haber sido mucho mejor si la historia trágica se hubiera podido reescribir.
Vidas ejemplares que nos pueden enseñar cómo en tiempos de guerra, según receta de Fortún, se puede hacer una tortilla sin huevos ni patatas, chuletas sin carne o croquetas sin leche ni harina.
O cómo vivir con la melancolía de lo que no pudimos hacer, como escribe Matilde Ras: “Mis deseos eran como bandada de pájaros.
Volaban. Se dispersaban. Iban lejos.
¡Oh, si hubiera podido seguirlos!”.
Ser como ese joven periodista tan cosmopolita, educado, valiente, aventurero y “moderno”.
Muchas chicas, las que más me gustaban, querían ser como Celia: lista, independiente, guapa, curiosa, sentimental y nada cursi.
Ninguno de los dos se parecía al modelo oficial de los jóvenes crecidos en aquella dictadura que sufrimos sin merecerlo ni despeinarnos.
Justo antes de desmelenarnos, de soltar el lastre del franquismo.
Eran dos fugas en colores de un tiempo en blanco y negro
. Dos maneras de escaparnos de la moral oficial sin consciencia de éticas ni yugos, ni flechas.
Un tiempo, un país, el de nuestros mayores que estaba empedrado de miedos y silencios.
El mismo tiempo en que muchos de nosotros crecimos leyendo los episodios nacionales, e internacionales, de dos jóvenes a los que deseábamos parecernos
. Tintín marcó mi existencia y mis oficios. Celia fue esencial para los pensamientos y las vidas de las que más me gustaban.
Sobre todo de una.
Los dos llegaron a nosotros por editoriales que superaron la Guerra Civil y la mezquina posguerra. Los dos se escaparon de los censores
. Los dos, Tintín y Celia, fueron culpables de nuestra educación sentimental.
Deuda y reconocimiento a aquellos editores que supieron navegar en procelosos tiempos; a esas editoriales, Juventud y Aguilar, que con su transversalidad fueron capaces de sacarnos de las cursiladas en masculino y femenino.
Una joya para reivindicar algunas de nuestras modernas, a una estirpe de mujeres que se adelantaron muchas décadas
. No solo es un imprescindible resumen de dos vidas extraordinarias y atípicas, es además un libro que nos ayuda a conocer dos ocultamientos, dos modernas españolas que no consiguieron vivir como desearon aunque consiguieran vivir con una dignidad que nos admira.
No pudieron salir del armario, quizá no quisieron, pero nada las impidió ser dos modernas, dos mujeres libres que supieron sortear tiempos adversos
. Dos damas muy serias. Dos ejemplos de mujeres crecidas en la dificultad de ser como hubieran deseado ser.
Dos liberales, regeneracionistas, republicanas, católicas, racionales, soñadoras, cultas en las que “su ciudadanía íntima es tan importante como su ser público”.
De Elena Fortún sabíamos bastantes cosas, no tanto de su tendencia sexual, pero sí de su obra más conocida, Celia.
Uno de los mayores éxitos editoriales de la literatura juvenil española desde los años treinta hasta casi nuestros días.
Un referente, un “modelo” de chica independiente en nuestro idioma así que pasen décadas, guerras, dictaduras o transiciones.
Católica, republicana, sentimental, exiliada y vuelta para morir cerca de donde su alter ego, Celia, creció y se hizo más madura y sensata
. Aún mejor de lo que aquella encantadora, sensible y pequeñoburguesa nunca fuera, desde sus inicios de niña bien del barrio de Salamanca hasta la “madrecita” que nunca fue o la “roja” que nunca quiso ser.
De su amiga, de esa relación de amistad amorosa, de bisexualidad rota por exilios y disimulos, de esa desconocida llamada Matilde Ras, periodista, quijotista, grafóloga y autora de una notable y desconocida obra, confesamos no tener noticia hasta la aparición de este revelador libro
Una joya para reivindicar algunas de nuestras modernas, a una estirpe de mujeres que se adelantaron muchas décadas en su ejemplo de que este país podría haber sido mucho mejor si la historia trágica se hubiera podido reescribir.
Vidas ejemplares que nos pueden enseñar cómo en tiempos de guerra, según receta de Fortún, se puede hacer una tortilla sin huevos ni patatas, chuletas sin carne o croquetas sin leche ni harina.
O cómo vivir con la melancolía de lo que no pudimos hacer, como escribe Matilde Ras: “Mis deseos eran como bandada de pájaros.
Volaban. Se dispersaban. Iban lejos.
¡Oh, si hubiera podido seguirlos!”.
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