Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

10 feb 2015

En la arcadia vasca de Orson Welles....................................................................... Borja Hermoso

El cineasta rodó en 1955 dos rarezas que el Festival de Documentales de Navarra recupera.

Orson Wells y el niño Chris Wertenbaker, en un fotograma del documental de 1955.

Un Orson Welles entre meditabundo y juguetón, un algo épico y se un algo épico y se

diría que un punto impostor, mira hacia el lugar donde el contorno de los Pirineos va muriendo hacia el mar de San Juan de Luz, de Sokoa, de Guéthary, de la costa vascofrancesa. Susurra:

“No son mediterráneos, ni alpinos, magiares, celtas, germanos, semíticos, escandinavos ni arios. Nadie sabe quiénes fueron sus antepasados.
Según ellos, Adán y Eva eran vascos puros
. Son como los pieles rojas de América. Estaban aquí antes de que llegaran otros europeos.
 Hablan una lengua propia y extraña de origen desconocido. No. Los que aquí viven no son ni franceses ni españoles.
 Son vascos, y el surgimiento y caída de otras repúblicas y de otros reinos nunca les han hecho olvidar que son… vascos”.
¿Un vademécum, un nuevo eslogan para un nuevo partido nacionalista vasco? No.
 La peliculita en cuestión se titula La tierra de los vascos y, junto a una segunda pieza del mismo Welles, La pelota vasca, constituye uno de los platos más apetecibles (por la rareza y dificultad de verlos en pantalla grande) del Festival Internacional de Cine Documental de Navarra Punto de Vista, cuya IX edición arrancó este lunes en el Baluarte de Pamplona y que este año dedica todo un ciclo a la vieja fascinación del mundo el cine por el microcosmos incrustado a ambas orillas del Bidasoa.
 Este año se cumplen tanto el centenario del nacimiento como los 30 años de la muerte del cineasta.
Verano de 1955.
El cineasta que 14 años antes —apenas 26 cumplidos— había asombrado al mundo con su Ciudadano Kane, paseaba su físico masivo y su cabeza privilegiada por los valles y los montes de Iparralde, el País Vasco francés.
 Seguramente escapando de las tempestades (tradicionales, por otra parte, en su relación con la industria) ocasionadas por la postproducción, montaje y estreno mundial de su película Mister Arkadin, ciudadano Welles había aceptado un encargo de la BBC para contar, a través de minidocumentales para televisión sus personales e intransferibles visiones del mundo.
 Y decidió empezar la serie Around the world por allí, por aquella arcadia misteriosa de la que no tenía ni muchos ni pocos datos.

Chris Wertenbaker, este lunes, en Pamplona / EL PAÍS
Pero tenía uno: su amigo, el periodista estadounidense Charles Wertenbaker, antiguo editor de la revista Time y su mujer, la periodista y escritora Lael Tucker, y los hijos de ambos, Chris y Timberlake, se habían instalado allí, concretamente en el encantador pueblecito de Ciboure (Ziburu en su nombre vasco).
¿Qué mejor contacto para arrancar?
Pero poco antes de viajar a la tierra de los vascos, Charles Wertenbaker murió. Orson Welles no se desanimó
. Había conocido a su querido amigo en los Sanfermines y con él había compartido dos aficiones: la fiesta y Shakespeare
. Ahora compartirían otra cosa: a Chris, el hijo menor de los Wertenbaker.
 El cineasta contrató a la madre, que acabaría firmando el montaje y prácticamente el guion de los dos documentales, y le pidió que el pequeño Chris (de 11 años) fuera su guía.
“Orson Welles era una persona muy imponente.
Lo pasé muy bien con él , pero tampoco puedo decir que conocerlo me impactara hasta el extremo de convertirme en un profundo admirador suyo.
 Lo disfruté, eso sí, como un cinéfilo más, sobre todo como actor en El tercer hombre”, rememoraba Chris Wertenbaker, recién llegado a Pamplona desde Nueva York, donde alterna su vida entre las obligaciones profesionales de la neuroftalmología y la afición por el flamenco y los instrumentos de cuerda orientales.
De hecho, este lunes ofreció un pequeño recital tras la inauguración, que llegó en forma de conferencia del escritor Bernardo Atxaga.
El autor de Obabakoak es un experto en las aproximaciones que el mundo del cine, y en especial Orson Welles, han hecho al País Vasco a lo largo del tiempo.
 “Euskal Herria siempre fue ese lugar al que según la visión romántica de Humboldt, de El buen salvaje o de Merimée se consideró diferente… la República del Bidasoa, como le llamaban… y además, en la guerra fue un lugar de paso clave entre el norte y el sur de Europa, y sobre todo de los pilotos aliados que caían en combate en Bélgica, en Inglaterra, en Francia… Florentino Goikoetxea, por ejemplo, era un mugalari (pasador de fronteras) de Hernani que pasó a 227 pilotos, y a quien condecoró el mismo Eisenhower”.
Atxaga considera, no sin un deje de sorna, que Welles se permitió “bastantes licencias poéticas” rodando las andanzas de pelotaris, taberneros, pastores y dantzaris.
 Y tiene bastante claro cuál pudo ser el detonante del interés del cineasta: un artículo que su amigo Charles Wertenbaker publicó en 1950 en la revista The New Yorker sobre… la caza de palomas en la localidad navarra de Etxalar, a dos pasos de la frontera.
Ahí pudo empezar a forjarse la arcadia vasca del ciudadano Welles…

 

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