7-5-1989. “No respondía. Sólo soltaba consignas”.
El personaje que más me ha gustado? Probablemente Muhamad Yunus,
el economista bengalí inventor del microcrédito, a quien concedieron un
Nobel de la Paz (muy injusto: tendrían que haberle dado el de
Economía), y que me pareció un ser luminoso, generoso, inteligente,
sensato, modesto, colosal en su humanidad.
Si con Arafat creí estar ante
uno de los grandes tiranos de la historia, con Yunus me sentí ante uno
de sus grandes benefactores. Un Mandela, un Gandhi.
¿Y el más fastidioso? Quizá Orhan Pamuk, ese gran escritor turco, con
quien me encontré en Estambul poco antes de que le concedieran el Nobel.
Fue una de las entrevistas más disparatadas de mi vida; verán, es
posible que Pamuk sea un hombre proclive a los sentimientos
persecutorios, y resulta que por entonces era verdad que lo perseguía
media Turquía, lo cual debía de tenerlo, con toda la razón, bastante
angustiado.
No era un asunto baladí: las amenazas eran ciertas,
peligrosas, desoladoras.
De manera que creo que lo pillé con los nervios
de punta.
Estuvo impertinente, irritante, respondón e incómodo.
Y, a
pesar de ello, me cayó muy bien.
Siempre he tenido debilidad por los
tipos raros.
Dije antes que El País Semanal ha ido recogiendo y reflejando
los cambios sociales.
Y cuánto, cuantísimo han cambiado España y el
mundo en estas décadas.
Recuerdo ahora, por ejemplo, la entrevista de
2006 con el juez Fernando Marlaska, en la que habló con generosa y
valiente naturalidad de su matrimonio con Gorka Arotz, su marido.
El
primer número de El País Semanal, del 3 de octubre de 1976, llevaba en portada un reportaje titulado Abortar en Londres,
porque por entonces las españolas que necesitaban interrumpir su
embarazo se veían obligadas a salir al extranjero o bien a exponer su
vida en una carnicería sin anestesia efectuada sobre una mesa de cocina.
Y no sólo estaba prohibido el aborto: también el divorcio, y los
homosexuales seguían siendo condenados por la Ley de Peligrosidad
Social.
De aquellos tiempos oscuros a los derechos democráticos de
Marlaska hay un largo trayecto.
Pero el paso del tiempo no ha sido
siempre igual de favorable: la última entrevista que voy a citar, que
además fue la última que he hecho para El País Semanal, nos
habla por desgracia del ruido y la furia de la actualidad mundial.
Me
refiero a la charla que mantuve hace poco más de un año con Malala, la
niña a la que los talibanes metieron una bala en la cabeza tan sólo por
querer estudiar.
Entre esas dos mujeres, aquella Ana Belén que era la
musa de la libertad y la Transición y esta monumental Malala que es la
heroína de la resistencia contra el delirio criminal de los fanáticos,
han pasado casi cuarenta años.
Muchos días, muchos muertos, tanta vida.
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