Al tiempo que declinaba su estrella taurina, alcanzaba colorido como protagonista del corazón.
Ahora el torero anuncia su regreso a las plazas el próximo año sin que nadie le reclame.
Francisco Rivera Ordóñez
(Madrid, 1974) ha anunciado este viernes que vuelve a vestirse de
torero la próxima temporada, dos años y dos meses después de que el 13
de octubre de 2012 dijera adiós en la plaza de toros de Zaragoza
. Dice que retorna para conmemorar el 20º aniversario de su alternativa, celebrada en Sevilla el 23 de abril de 1995, y, como suele ser habitual en estos casos, el torero añade que vuelve "con mucha ilusión y, sobre todo, con una gran responsabilidad, pues el objetivo es estar en todas las ferias importantes de España"
. En el comunicado asegura, asimismo, que "llevaba tiempo pensándolo", y que está convencido de que será "una temporada muy bonita"
. Ha firmado un contrato de apoderamiento con Simón Casas y José Cutiño, empresario este último de la plaza pacense de Olivenza, por lo que ya se especula que Rivera reaparecerá en público en este coso en la primera semana del próximo marzo.
En su día no explicó los motivos de su marcha, y ahora tampoco cuenta los que le inducen a sentir de nuevo los miedos toreros
. Se retiró cuando su estrella ya no lucía con el fulgor de los primeros años como matador, con más méritos como personaje del corazón que como un heroico artista delante de los toros, y vuelve ahora sin más avales que su propio interés por soplar unas velas de aniversario
. En realidad, hace tiempo que Rivera Ordóñez dejó de interesar como figura; exactamente desde que decidió que su toreo rebosante de poderío, técnica y variedad, con el que deslumbró en sus comienzos, dejara paso a su ascenso como protagonista mediático por ser hijo de quien era, por su matrimonio fallido con la representante de una noble estirpe, sus campañas publicitarias o sus constantes cambios de pareja.
Es justo reconocer, no obstante, que Rivera Ordóñez ocupó por derecho propio un lugar preeminente en el escalafón de los toreros de postín tras su alternativa sevillana, que tomó de la mano de Espartaco y con Jesulín de Ubrique como testigo.
Aquella tarde del 23 de abril de 1995 conmocionó a la Maestranza con unas formas poderosas y deslumbrantes.
Su paso triunfal al escalafón superior fue un verdadero aldabonazo al taurinismo imperante, pues no solo alcanzó un éxito de clamor, sino que dejó claro que venía dispuesto a alcanzar con rapidez la condición de figura.
Y esa fue su tónica en las temporadas siguientes, en las que las plazas más importantes y exigentes fueron testigos de su capacidad para poderle a los toros y de su entrega para no dejarse ganar la pelea. Francisco Rivera demostró que era un digno representante de la sangre torera que corre por sus venas: hijo de Paquirri, nieto del mítico Antonio Ordóñez, sobrino nieto de Luis Miguel Dominguín y hermano de Cayetano.
Fueron los tiempos más felices de su trayectoria como torero.
Pero los años no pasan en balde; ya en el siglo XXI no pudo o no supo mantener su estela como figura del toreo, y al tiempo que declinaba su estrella taurina alcanzaba colorido como protagonista del corazón; cuando menos interesaba como torero más le reclamaba el gran público preocupado por sus amores o cambios de humor.
Claro que Rivera reunía motivos para estar en el candelero: huérfano de un torero famoso muerto en la plaza de Pozoblanco en 1984 -casado entonces con una tonadillera que ahora duerme en la cárcel- y de Carmina Ordóñez, reina del papel cuché; exmarido de la única hija de la duquesa de Alba, pareja de jóvenes y guapas aspirantes a la gloria mundana, y hombre siempre arisco o simpático según los intereses del patrocinador de turno.
Poco a poco, fue perdiendo vitola en los ruedos, se alejó de los carteles comprometidos y relajó sus formas toreras.
Así, entre el desinterés general, el 13 de octubre de 2012, al término de una gris actuación en la feria del Pilar de Zaragoza, se marchó en silencio.
Desde entonces, ha seguido como responsable de la plaza de toros de Ronda, se ha casado, ha continuado su labor como empresario e, incluso, ha presentado su candidatura para ser hermano mayor de la hermandad de la Virgen de la Esperanza de Triana.
Pero se ve que todo ello no colma sus aspiraciones.
Vuelve a los ruedos sin que nadie le reclame, como ocurre con la mayoría de los coletudos que van y vienen según la curva de su cuenta corriente.
Porque eso es lo que se ha dicho siempre en el mundo de toro: que nadie vuelve por ilusión, sino por parné.
. Dice que retorna para conmemorar el 20º aniversario de su alternativa, celebrada en Sevilla el 23 de abril de 1995, y, como suele ser habitual en estos casos, el torero añade que vuelve "con mucha ilusión y, sobre todo, con una gran responsabilidad, pues el objetivo es estar en todas las ferias importantes de España"
. En el comunicado asegura, asimismo, que "llevaba tiempo pensándolo", y que está convencido de que será "una temporada muy bonita"
. Ha firmado un contrato de apoderamiento con Simón Casas y José Cutiño, empresario este último de la plaza pacense de Olivenza, por lo que ya se especula que Rivera reaparecerá en público en este coso en la primera semana del próximo marzo.
En su día no explicó los motivos de su marcha, y ahora tampoco cuenta los que le inducen a sentir de nuevo los miedos toreros
. Se retiró cuando su estrella ya no lucía con el fulgor de los primeros años como matador, con más méritos como personaje del corazón que como un heroico artista delante de los toros, y vuelve ahora sin más avales que su propio interés por soplar unas velas de aniversario
. En realidad, hace tiempo que Rivera Ordóñez dejó de interesar como figura; exactamente desde que decidió que su toreo rebosante de poderío, técnica y variedad, con el que deslumbró en sus comienzos, dejara paso a su ascenso como protagonista mediático por ser hijo de quien era, por su matrimonio fallido con la representante de una noble estirpe, sus campañas publicitarias o sus constantes cambios de pareja.
Es justo reconocer, no obstante, que Rivera Ordóñez ocupó por derecho propio un lugar preeminente en el escalafón de los toreros de postín tras su alternativa sevillana, que tomó de la mano de Espartaco y con Jesulín de Ubrique como testigo.
Aquella tarde del 23 de abril de 1995 conmocionó a la Maestranza con unas formas poderosas y deslumbrantes.
Su paso triunfal al escalafón superior fue un verdadero aldabonazo al taurinismo imperante, pues no solo alcanzó un éxito de clamor, sino que dejó claro que venía dispuesto a alcanzar con rapidez la condición de figura.
Y esa fue su tónica en las temporadas siguientes, en las que las plazas más importantes y exigentes fueron testigos de su capacidad para poderle a los toros y de su entrega para no dejarse ganar la pelea. Francisco Rivera demostró que era un digno representante de la sangre torera que corre por sus venas: hijo de Paquirri, nieto del mítico Antonio Ordóñez, sobrino nieto de Luis Miguel Dominguín y hermano de Cayetano.
Fueron los tiempos más felices de su trayectoria como torero.
Pero los años no pasan en balde; ya en el siglo XXI no pudo o no supo mantener su estela como figura del toreo, y al tiempo que declinaba su estrella taurina alcanzaba colorido como protagonista del corazón; cuando menos interesaba como torero más le reclamaba el gran público preocupado por sus amores o cambios de humor.
Claro que Rivera reunía motivos para estar en el candelero: huérfano de un torero famoso muerto en la plaza de Pozoblanco en 1984 -casado entonces con una tonadillera que ahora duerme en la cárcel- y de Carmina Ordóñez, reina del papel cuché; exmarido de la única hija de la duquesa de Alba, pareja de jóvenes y guapas aspirantes a la gloria mundana, y hombre siempre arisco o simpático según los intereses del patrocinador de turno.
Poco a poco, fue perdiendo vitola en los ruedos, se alejó de los carteles comprometidos y relajó sus formas toreras.
Así, entre el desinterés general, el 13 de octubre de 2012, al término de una gris actuación en la feria del Pilar de Zaragoza, se marchó en silencio.
Desde entonces, ha seguido como responsable de la plaza de toros de Ronda, se ha casado, ha continuado su labor como empresario e, incluso, ha presentado su candidatura para ser hermano mayor de la hermandad de la Virgen de la Esperanza de Triana.
Pero se ve que todo ello no colma sus aspiraciones.
Vuelve a los ruedos sin que nadie le reclame, como ocurre con la mayoría de los coletudos que van y vienen según la curva de su cuenta corriente.
Porque eso es lo que se ha dicho siempre en el mundo de toro: que nadie vuelve por ilusión, sino por parné.
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