Me acaba de llegar por Internet, que es un mar que regurgita objetos del pasado, la foto tomada en 1990 por el Voyager 1
a 6.000 millones de kilómetros de la Tierra en la que se ve la negrura
cósmica atravesada por un polvoriento rayo de luz; parece una de esas
líneas de sol que, llenas de ínfimos corpúsculos, cruzan el aire de los
cuartos oscuros
. Y resulta que, en la foto del Voyager,una de
esas motas de polvo apenas visible, una brizna de nada en la inmensidad,
es nuestro planeta. El Punto Azul Pálido, lo bautizaron.
Somos menos que microbios en el universo pero nos las apañamos para
ser microbios perversos. ¿Cuánto dolor, cuánto fanatismo cabe en un
grumo de polvo? Estoy pensando en las atroces crucifixiones del Estado
Islámico.
Pero esa apoteosis de maldad no sale de la nada: los humanos
podemos ser ignorantes y crueles de muchas otras maneras. Por ejemplo,
hay una continuidad moral (o inmoral) entre la crucifixión de los
islamistas y la tortura necia y sádica del Toro de la Vega en
Tordesillas: en ambos casos disfrutan provocando terror e intolerable
sufrimiento en un ser vivo y se justifican con argumentos delirantes. El
martes que viene, un pobre animal volverá a ser salvaje y lentamente
acuchillado hasta la muerte en Tordesillas
. Eso no es arte, eso no es
cultura, eso es una psicopatía social que fomenta la ausencia de
empatía. Los energúmenos de Tordesillas se sienten importantes porque
matan: igual que los del Estado Islámico
. Que alcen un poco la cabeza de
sus manos ensangrentadas; que miren al cielo; que se vean en lo que
son, menos que microbios.
El próximo sábado 13, a las 17.00, en la plaza
de Colón de Madrid, manifestación contra el Toro de la Vega y contra el
maltrato animal.
Porque hay demasiado dolor en el Punto Azul Pálido.
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