A Peter Grant no
le dio por comprarse un Porsche con la crisis de los 40
. Lo hizo a los
65. De hecho, el señor Grant nunca ha sentido nada parecido a la llamada
“crisis de los 40”.
Toda su existencia ha consistido en una sucesión de
crisis, victorias y derrotas, amenazas de prejubilaciones, aventuras y
reinvenciones tras media vida entre Argentina e Inglaterra, la tierra de
sus padres, y la otra media en España.
La jubilación que afrontaba con
unos suculentos ahorros tras varios lustros como directivo en la casa
Ford se presentaba para él como una oportunidad.
Y se lanzó a quemar
rueda.
Hoy, a punto de
cumplir 79 años, el mayor de sus placeres confesables sigue siendo pisar
a fondo el acelerador de su flamante Porsche gris plata, modelo 911
Carrera de 1987.
Lo compró de segunda mano en 2000 y desde aquella
adquisición ha participado en decenas de competiciones amateur
por circuitos desde el Jarama hasta Montmeló, donde comenzó a rodar
peinando canas
. Sigue pisando a fondo cada vez que tiene oportunidad,
como en la vigésima edición del rali de regularidad del pasado 24 de mayo organizada por Porsche Club España.
O como hará una vez más esta soleada mañana casi veraniega sentado
sobre los sillones de cuero negro de su bólido
. Con los ojos azul
purísima parapetados tras unas gafas de sol, el señor Grant mira al
periodista convertido en su copiloto durante un paseo por la sierra de
madrileña y, antes de poner al rojo vivo las revoluciones en una recta,
entorna una pícara sonrisa de niño malo. “¡Esto es excitación! El sonido
de esos tubos de escape saca el crío que llevo dentro. Cuando los oyes
al entrar en un túnel… es la excitación máxima. Creo que nací con un
poco de gasolina en las venas”.
No cabe duda de
que al señor Grant le va la marcha. Su esbelta silueta luce aspecto
impecable. Nada en su actitud, en su biografía, ni en su estilo de vida
hace sospechar que ronde los 79. Vive solo en su chalé en una
urbanización al norte de Madrid donde las casas están flanqueadas por
una espesa vegetación perfectamente recortada y a media mañana de un día
laborable se escucha el canto de los pájaros.
Llegó desde Buenos Aires a
la capital española con su esposa y sus dos hijos en 1976
. Continuó con
su trabajo en la compañía automovilística Ford hasta su jubilación,
tras la cual enviudó de Simonetta, su esposa.
Acababa de comprarse el
Porsche y de empezar su nueva etapa llena de desafíos sin ataduras
laborales
. No tardó en rehacer su vida sentimental con Marie Sue, una
amiga argentina del matrimonio que también había quedado viuda y acabó
convertida en la actual pareja del señor Grant.
"¿Quién me iba a decir que me jubilaría, enviudaría y, al poco
tiempo, acabaría teniendo novia y participando en carreras con mi
Porsche?”, se pregunta hoy el señor Grant. “Nuestro romance se fraguó
por e-mail. Marie Sue tiene 10 años menos que yo y vive en
Argentina, donde están sus hijos –muy amigos de los míos–.Paso temporadas allí, y ella también viene a verme a Madrid. En verano siempre nos vamos de crucero.
Hemos recorrido medio mundo así. Próximo destino: Irlanda. Nos saldrá por cinco o seis mil euros. Me ha quedado una pensión como el doble de lo que gana un mileurista.
Tengo la casa pagada y pienso disfrutar lo que me queda al máximo”.
–Y la pasión en pareja, ¿cómo la vive hoy?
–Eso, con calma… Y
hay otras cosas. Te aseguro que no me aburro un solo segundo
. Quizá la
única diferencia con mi vida anterior está en que necesito una ensalada
de pastillas cada mañana porque las tuberías están taponadas.
Me operan
el 7 de julio de la carótida. Será por la buena vida. Una vida rumbosa.
Mientras siga en
este mundo, Peter Grant ha decido vivir a muerte. Poco a poco hay más
personas que comparten su actitud entre los 600 millones de mayores de
65 años que habitan el planeta. Una cifra que se doblará en los próximos
20 años, según estimaciones de Naciones Unidas
. Viajamos sin remedio
hacia un mundo más envejecido, pero no por ello agotado y sin fuelle. En
cada vez más países desarrollados emerge un nuevo estereotipo que
arrincona los tópicos de la recta final de la existencia. Sin facturas
pendientes, con las hipotecas pagadas, los hijos fuera del nido y lo que
queda de vida –cada vez más– por delante.
Activos física e
intelectualmente
. Y con una capacidad progresivamente superior de
ejercer de factor de cambio de la economía global. “Gerontolescentes”,
les llama Alexandre Kalache, exdirector del programa de envejecimiento
de la Organización Mundial de la Salud y hoy al frente del Centro Internacional de Envejecimiento de Brasil, con sede en Río de Janeiro.
Los mayores de 65 años conforman hoy 600 millones de la población mundial. Una cifra que se doblará en los próximos 20 años
Desde esta institución, Kalache ha dado forma al término gerontolescencia.
En sus palabras: “Una transición desde la época adulta hasta la
senectud, el primer capítulo del envejecimiento.
Un concepto para
expresar el fenómeno que crece a lo largo y ancho del planeta: la
existencia de personas mayores de 65 años y hasta más allá de los 80 que
se mantienen activos y con un estado de salud mejor que el de
cualquiera de las generaciones equivalentes anteriores.
Beneficiados por
los avances tecnológicos de la medicina y por un mayor nivel de
formación, a lo que se une la emancipación de la mujer: se encuentran
mucho más a gusto con su cuerpo, saben lo que quieren y son cientos de
veces más independientes que cualquier generación anterior.
Y si
hablamos de los hombres, solo hay que mencionar la viagra para
imaginar lo que eso supone en su propia estima.
Obviamente no encuadro
este fenómeno entre los habitantes de edad avanzada en zonas deprimidas
de África o en los suburbios de Río de Janeiro, sino principalmente en
el mundo desarrollado.
Ahora bien: los nuevos estilos de vida pueden
emerger en Occidente, pero las sociedades en desarrollo acaban siguiendo
su estela”.
Quizá el más hedonista de los modelos de gerontolescencia que menciona Alexandre Kalache ha brillado recientemente en la figura del inefable Jep Gambardella, personaje protagonista de la oscarizada La gran belleza. Inmerso en una suerte de dolce vita
del siglo XXI, Gambardella proclama en este filme de Paolo Sorrentino
toda una declaración de principios tras compartir alcoba con una bella
dama mucho más joven que él a la que abandonará de inmediato para
entregarse de nuevo a sus paseos por una Roma nocturna y bohemia:
“Si a
alguna conclusión he llegado al cumplir los 65 es que no quiero perder
el tiempo con cosas que no me interesan”.
Es más, el
problema puede residir precisamente en tener demasiados intereses en
juego a partir de ese momento.
Para el pintor y arquitecto Juan Navarro Baldeweg (Santander, 1939),
cuya obra atesora un prestigioso reconocimiento internacional, seguir
en activo a las puertas de cumplir 75 años es una cuestión de pura
necesidad vital. Sentado a media mañana de un viernes en el despacho de
la planta superior de su estudio madrileño, rodeado de papeles, libros y
un torbellino de ideas merodeando su mente, este veterano creador de
espíritu renacentista, capaz de establecer nexos entre pintura y
arquitectura a través de la luz, explica por qué:
“Siempre me ha gustado
trabajar en varios frentes. Con la madurez encuentro haber ganado en
entusiasmo y libertad. Y me queda mucho por hacer. El artista es un
colonizador.
Y el arte tiene que ver con ser pionero.
Seguir
ejerciéndolo es una forma de mantener esa actitud.
Ahora preparo una
recopilación de textos y una exposición antológica de mi arquitectura
para finales de septiembre-principios de octubre. Actuar de manera
transversal ha sido algo natural a lo largo de toda mi trayectoria”.
Autor, entre
muchas otras, de la magistral obra del Palacio de Congresos de Salamanca
y de la Biblioteca Hertziana en Roma, Navarro Baldeweg ha impartido sus
conocimientos en reputados centros como el MIT de Boston y la
Universidad de Yale
. Hoy es partidario de proyectos arquitectónicos “que
trabajen sobre lo ya hecho, reinterpretando lo existente para defender
un modelo sostenible y de austeridad en tiempos de crisis que nos ayude a
cambiar de mentalidad en cuanto a la concepción de las ciudades; el
mundo está demasiado construido, hay que transformarlo”.
La planta baja de
este chalé custodia su estudio de pintura. El lugar al que Navarro
Baldeweg acude como acto de liberación.
Sobre el suelo reposan algunos
de sus últimos lienzos de gran formato que acabarán formando parte de su
próxima exposición el año que viene en la galería Marlborough de Madrid
que representa su obra pictórica
. “Lo más difícil sigue siendo para mí
la pintura. Su valor máximo es su carácter directo. Lo que eres capaz de
expresar con la mano y el papel en blanco brinda una satisfacción
estupenda con muy poco. En ciertos aspectos artísticos hay algo que solo
se consigue en la madurez”.
En España viven ocho millones de personas
mayores de 65 años.
La esperanza de vida alcanza 20 años más, una de las
tasas más altas del mundo
Pese a las
dificultades, concebir el envejecimiento como conquista.
Para los
integrantes de la generación de Navarro Baldeweg, la crisis económica no
es nada nuevo. Los setenteros españoles como él atesoran
varias debacles económicas a sus espaldas. Criados en una posguerra
repleta de carencias, han sabido inventarse y reinventarse a sí mismos.
Hoy viven en España ocho millones de personas mayores de 65 años (17% de
la población). Y subiendo. Las previsiones del Instituto Nacional de
Estadística doblan esa cifra para mediados de siglo. De los ocho
millones actuales, cinco y medio son pensionistas. Tras la jubilación se
vive de media hasta 20 años más, una de las tasas de esperanza de vida
más altas del mundo que junto a la progresiva reducción de la natalidad
vislumbran una nación paulatinamente envejecida. Las empresas tendrán
que adaptarse, así como los bienes de consumo y servicios, para este
segmento de población
. La revolución económica de las canas ya está en
marcha. Las políticas tendrán que afrontar el desafío de ajustar el
gasto público a un nuevo mapa demográfico mientras que la tozuda
realidad es que la crisis ha laminado penosamente el Estado de bienestar
español. En este contexto, cada vez más mayores de 65 años sostienen el
tejido familiar con sus ingresos, además de hacerse cargo del cuidado
de los nietos y en muchos casos también de los hijos. En 2010, el 7,8%
de familias con todos sus miembros en paro dependían de un pensionista.
Pero en esta generación que sobrepasa la edad de jubilación y está
actuando en muchos casos de punta de lanza para capear la crisis también
ha florecido un grupo de personas que se rebelan contra la imagen de la
tercera edad como mero sostén familiar.
Reclaman espacio para
desempeñar un papel de cambio social activo.
Para Myrtha
Casanova (La Habana, 1936), recibir al periodista en el Círculo del
Liceo de Barcelona a media mañana, poco antes de participar en un
encuentro bajo el tema ¿La crisis es real?, significa tener que
abrir un hueco en su apretada agenda.
Presidenta del Instituto Europeo
para la Gestión de la Diversidad y de la Plataforma de Artistas Diversos
para personas con discapacidad, Casanova arrastra una dilatada
trayectoria como emprendedora y forma parte de la Asociación de Mujeres
Empresarias de Barcelona. Los estragos de la crisis se deben en parte,
según ella, a que los cambios que nos acechan “viajan a mayor velocidad
que la capacidad de las instituciones para asimilarlos”.
Los espléndidos
78 años que luce Casanova deben mucho a la hora diaria que dedica al
yoga y a las varias que dedica los fines de semana al reiki y a la
reflexoterapia, así como a una dieta vegetariana y a llevar una vida
“activa, pero moderada”.
También se desvive en el cuidado de sus nietos y
de su hijo Mario, con parálisis cerebral. Tiene tiempo para todo y
niega la vigencia de los estereotipos. “El más ridículo de todos es el
de la edad. No soy ninguna excepción, el problema es que no soy visible.
Una cosa es que yo me jubilé fiscalmente.
Pero no me he retirado de la
aportación que puedo hacer al entorno. Hoy, en vez de hacerlo en las
empresas, lo hago a través de las ONG que he fundado.
Cortar la cabeza a
la experiencia es un coste que las compañías no tienen calculado. Pero
ya empiezan a pagarlo”.
El envejecimiento de la economía global hacia el que nos encaminamos sin remedio ha protagonizado recientemente la portada del semanario The Economist.
En sus páginas aparecía esta advertencia premonitoria:
“Una economía
cada vez más grisácea será más lenta y desigual a menos que las
políticas comiencen a adaptarse ya”.
El distanciamiento se agravará
entre los más preparados y los menos; los primeros trabajarán más años y
más horas, incide The Economist:
“La división es más extrema en Estados Unidos, donde los mejor formados baby-boomers están postergando el retiro mientras muchos jóvenes menos preparados han sido expulsados de la fuerza del trabajo”.
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