Según la OCDE,
quienes constituyen el 1% más rico en España acumulan el 8% de la
totalidad de las rentas.
Si aquí hay unos 45 millones de habitantes, eso
significa que unos 450.000 individuos se reparten el 8% de los
beneficios globales
. Pero no se apuren: la cosa es mucho más llamativa
en otros lugares, sobre todo en los Estados Unidos, donde ese 1% acapara
hasta el 20% del total.
En 1981 “sólo” poseía en torno al 8% de la
riqueza, así que ya ven lo bien que le han ido los negocios en los
últimos treinta años (o las especulaciones, o quién sabe si la
progresiva explotación de sus empleados).
Por su parte, en el Reino
Unido el famoso 1% ha pasado de atesorar el 6,7% a casi el 13% en el
mismo periodo, y algo parecido sucede en el Canadá y en Alemania.
Respecto al crecimiento, la OCDE alerta: desde 1975, el 47% del total
fue para ese 1% en los Estados Unidos; el 37% en el Canadá; en Australia
y el Reino Unido el 20%
. En España, “sólo” el 10% del crecimiento fue
para el dichoso 1%, mientras que, si ampliamos al 10% más acaudalado,
éste se llevó el 20%.
Con la crisis, avisa la OCDE, el nuestro es uno de
los países en que la desigualdad más ha aumentado.
Ante semejante
situación, uno diría que lo que les tocaría a los más ricos del mundo
sería: a) no llamar mucho la atención, y menos aún alardear de su
exuberancia; b) hacerse “perdonar” sus fortunas, sobre todo los que no
las hayan obtenido limpiamente y sin perjudicar a nadie (también los hay
así, desde luego: basten como ejemplo los deportistas, que no son
culpables de que millones de personas estén dispuestas a verlos
evolucionar en una cancha o en un estadio; es más, su virtuosismo trae
beneficios a muchos otros individuos); c) no quejarse de los impuestos
que han de pagar (muy pocos, proporcionalmente, en la mayoría de los
países); d) no mostrarse nunca despreciativos hacia los menos
favorecidos, sino, por el contrario, respetuosos al máximo; e) no pedir
“más” de nada, en concreto aplausos.
Quienes lean las
columnas del Premio Nobel de Economía Paul Krugman estarán al tanto de
que los millonarios estadounidenses (con excepciones) suelen hacer
exactamente lo puesto.
No sólo quieren ganar más, y pagar menos
impuestos; no sólo se quejan de los enormes gastos que conlleva el tren
de vida al que se han obligado a sí mismos, sino que además exigen
admiración, gratitud y afecto del resto de la población, y no toleran
una crítica.
Se consideran “benefactores”, “creadores de empleo”,
“impulsores de la economía”, y por tanto dignos de toda alabanza
. (Puede
ser, pero callan que se benefician e impulsan principalmente a sí
mismos.)
Y da la impresión de que no les basta con incrementar las
ganancias, sino que necesitan que otros no las obtengan, para
así poder lucir más ellos
. Esto último es novedoso, al menos desde que
yo tengo memoria.
Debió de ser así antes de la Revolución Francesa, tras
la cual empezó a procurarse no subrayar las diferencias y que el grueso
de los habitantes fueran mejorando sus condiciones.
Los ricos siempre
quisieron serlo más, pero no precisaron que el resto fuera muy pobre, ni
desde luego aspiraron a ser venerados por éste.
Hace pocos años, unas declaraciones como las recientes de la
Presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol, habrían sido
inimaginables.Ojo, lo inimaginable no es que sujetos como ella pensaran así, o incluso lo dijeran en sus cenas, en privado y entre pares; lo inconcebible habría sido que alguien privilegiado hablara en público de cualesquiera otros en tono tan despectivo e insultante, y protestara por tener que abonar el salario mínimo (bajísimo en España) a quienes “no valen pa nada”.
Oriol, recuerdan, puso a caldo a los jóvenes que abandonaron sus estudios para trabajar en la construcción durante la burbuja inmobiliaria, porque al ganar “1.000, 1.500 euros al mes” (para tales matados, según ella, una fortuna), los viernes y sábados se creían “los reyes del mambo” y ligaban mucho.
Oriol omitió que sus colegas y representados, los empresarios, eran quienes tentaban y convencían a esos jóvenes, quienes los inducían a dejar los estudios
. Y olvidó, asimismo, que algunos de éstos se verían forzados a traer un sueldo a su hogar si todos los miembros de su familia estaban en paro, por ejemplo
. Pero aunque todos esos “inútiles” hubieran interrumpido su educación para bailotear en las pistas con sus dinerales (¡1.000, 1.500 euros!) …
Cierto que nadie les puso una pistola en la sien para que aceptaran, como tampoco al resto de la población para que solicitara créditos a los bancos para cualquier chorrada (una comunión o un viaje al Caribe).
Pero todos sabemos que tanto los empresarios de la construcción como los banqueros instigaron y persuadieron (a menudo mintiendo) a los chicos a convertirse en paletas y a la gente a entramparse. Ahora la culpa es sólo de los ignorantes incautos; de los tentados y nunca de los tentadores; de los corrompidos y no de los corruptores; de los pardillos y no de los pícaros.
Ya digo: hace pocos años unas declaraciones así no habrían sido posibles, por la sencilla razón de que Mónica de Oriol y sus equivalentes habrían temido por sus puestos y por su imagen
. Y, que yo sepa, esa señora no ha sido destituida ni ninguno de sus iguales le ha retirado el saludo. Eso es lo más preocupante: que la chulería y el desdén de los ricos no les pase factura.
(Ojo, es lo más preocupante para ellos mismos, y no se dan cuenta.)
Más o menos como antes de la Revolución Francesa.
elpaissemanal@elpais.es
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