La OIC (Organización Internacional del Café) acaba de informar de que
el precio medio mensual de su compuesto de café de referencia ha
sufrido un aumento del 20% respecto a febrero.
Esta burbuja de precios esta vez encuentra su explicación en la
posible falta de suministro provocado por la actual sequía del primer
productor del mundo, Brasil.
Pero las situaciones de alta volatilidad de
precios durante los últimos años son cada vez más recurrentes y en
absoluto son coyunturales.
El café es un ejemplo nítido de cómo funciona el actual sistema
agroalimentario en el mundo, así observamos que el 80% del cultivo del
café mundial es producido por 25 millones de pequeños agricultores que
reciben un precio miserable; están condenados a sobrevivir con menos de
dos dólares al día.
Los pequeños productores de los países del sur están
dedicando sus mejores tierras a un producto para exportación que
reproduce una pobreza eterna, en lugar de dedicarlo a cultivos
destinados a la alimentación y al estímulo de los mercados y economías
locales.
Entonces si el campesinado no aumenta su renta ni siquiera en
momentos de alza del precio, ¿quién se lleva la ganancia de este
producto superventas?
Pues ya pueden imaginar, empresas transnacionales
que controlan el mercado.
Además en los últimos años estas empresas han
ido más allá y ahora quieren controlar también el último eslabón, la
producción: para ello desarrollan estrategias de acaparamiento de
tierras en países del sur.
Los Estados europeos no pueden seguir ignorando su responsabilidad en
este asunto, urge abordar una regulación y control de la actuación de
las empresas fuera de las fronteras europeas, así como abordar una
regulación estricta que acabe con el fenómeno de la especulación
alimentaria que condena al hambre y la miseria a millones de personas en
el mundo.— Javier Guzmán. Director de VSF Justicia Alimentaria Global
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