Estupor y decepción
Me carga la estética de Woody Allen para describir estos mundos
Ni el personaje ni la creación de Blanchett provocan nada memorable.
Gran parte de la cinefilia agradecemos enormemente la vocación
estajanovista de Woody Allen, que este hombre ya anciano no conciba su
existencia sin rodar todos los años una película.
Y está claro que eso no responde a necesidades económicas sino a su irrenunciable pasión por contar historias.
Y lógicamente esa permanente vena creativa a veces está bendecida por el estado de gracia y en otras flaquea, pero hasta su cine más imperfecto siempre contiene alguna idea extraordinaria, personajes, gags, diálogos y momentos con el impagable sello de la casa, el de una inteligencia tan poderosa como compleja, una mirada irremplazable e insólita sobre las personas y los sentimientos.
Y, por supuesto, desde Keaton, Chaplin y los Marx, no ha aparecido nadie con tanta gracia como él.
Hace una década Allen emigró profesionalmente de Estados Unidos para fabricar sus nuevas criaturas en Inglaterra, España, Francia e Italia.
Con resultados irregulares, pero todavía capaz de parir una trágica obra maestra sobre la codicia, la culpa, el destino, la fatalidad y el remordimiento titulada Match Point.
Y de pronto, las trompetas de Jericó anuncian a través de las entusiasmadas opiniones de la crítica norteamericana y de los que se apuntan inmediatamente a lo que conviene, que Woody Allen ha creado con Blue Jasmine su mejor película en los últimos veinticinco años, desde la incuestionablemente genial Delitos y faltas.
Aunque solo me fíe de mis gustos, es inevitable que ese generalizado deslumbramiento cree lógicas expectativas en cualquier admirador de la obra de Allen.
Cuentan que hace un retrato memorable de una mujer angustiada y desquiciada, que Cate Blanchett logra una obra de arte con su interpretación.
Algo que no te extraña al recordar la profundidad psicológica, el doloroso lirismo y la capacidad de emoción que desprendía Otra mujer, la descripción de aquella mujer de cincuenta años y aparentemente triunfadora (maravillosamente interpretada por Gena Rowlands) que acaba desolada al evocar sus recuerdos familiares y sentimentales, que siente como se derrumban las certidumbres que otorgaban estabilidad a su vida, que ya solo le quedan dudas y tristeza.
El arranque es prometedor
. Una elegante y sofisticada señora habla sola en el aeropuerto de San Francisco, para sí misma, aunque aparentemente se dirija a su perpleja compañera de vuelo.
Ha dejado Nueva York y busca desesperadamente una nueva vida al lado de una hermana que asume sin complejos su condición de perdedora.
La que lo ha perdido todo podría ser la esposa de Bernard Madoff.
Y francamente, de entrada no me importa demasiado su ruina. Pero se supone que un artista como Allen me despojará de mis prejuicios hablándome de un complejo ser humano que se siente acorralado.
Pero pasa el tiempo y descubro que ni la protagonista, ni ese antiguo, estafador y adúltero marido que resucitan los flashbacks, ni los novios que busca para rehacer su corazón y su economía, ni esa hermana entre boba y naif, ni sus niños, ni los friquis sin puta gracia de su exmarido, los amantes actuales y los amigos de los amantes, me importan lo más mínimo.
También me carga la estética y el lenguaje que emplea Allen para describir esos mundos.
Tengo la sensación de que al creador tampoco le interesan demasiado sus personajes y esa lamentable falta de empatía se contagia con facilidad al espectador.
Espero con impaciencia que mi estado glacial ante lo que me están contando empiece a caldearse, que aparezcan esos chispazos y situaciones que forman las señas de identidad de Allen incluso en sus películas menos afortunadas, pero no percibo ni huella de esos acreditados dones.
Me resulta espeso y forzado todo lo que veo y escucho.
Aseguraban que el impresionante trabajo de Cate Blanchett no tendrá rivales para que le concedan el merecidísimo Oscar.
Tal vez sea así, pero ni su personaje ni su esforzada creación me provocan nada memorable.
Junto a sus insoportables imitaciones de los universos de sus admirados Fellini y Bergman en Stardust memories e Interiores, esta es la película que menos me gusta (o sea, nada) de un artista excepcional. Afortunadamente, ya está rodando otra.
Y nos debe un testamento a la altura de su genio.
Y está claro que eso no responde a necesidades económicas sino a su irrenunciable pasión por contar historias.
Y lógicamente esa permanente vena creativa a veces está bendecida por el estado de gracia y en otras flaquea, pero hasta su cine más imperfecto siempre contiene alguna idea extraordinaria, personajes, gags, diálogos y momentos con el impagable sello de la casa, el de una inteligencia tan poderosa como compleja, una mirada irremplazable e insólita sobre las personas y los sentimientos.
Y, por supuesto, desde Keaton, Chaplin y los Marx, no ha aparecido nadie con tanta gracia como él.
Hace una década Allen emigró profesionalmente de Estados Unidos para fabricar sus nuevas criaturas en Inglaterra, España, Francia e Italia.
Con resultados irregulares, pero todavía capaz de parir una trágica obra maestra sobre la codicia, la culpa, el destino, la fatalidad y el remordimiento titulada Match Point.
Y de pronto, las trompetas de Jericó anuncian a través de las entusiasmadas opiniones de la crítica norteamericana y de los que se apuntan inmediatamente a lo que conviene, que Woody Allen ha creado con Blue Jasmine su mejor película en los últimos veinticinco años, desde la incuestionablemente genial Delitos y faltas.
Aunque solo me fíe de mis gustos, es inevitable que ese generalizado deslumbramiento cree lógicas expectativas en cualquier admirador de la obra de Allen.
Cuentan que hace un retrato memorable de una mujer angustiada y desquiciada, que Cate Blanchett logra una obra de arte con su interpretación.
Algo que no te extraña al recordar la profundidad psicológica, el doloroso lirismo y la capacidad de emoción que desprendía Otra mujer, la descripción de aquella mujer de cincuenta años y aparentemente triunfadora (maravillosamente interpretada por Gena Rowlands) que acaba desolada al evocar sus recuerdos familiares y sentimentales, que siente como se derrumban las certidumbres que otorgaban estabilidad a su vida, que ya solo le quedan dudas y tristeza.
El arranque es prometedor
. Una elegante y sofisticada señora habla sola en el aeropuerto de San Francisco, para sí misma, aunque aparentemente se dirija a su perpleja compañera de vuelo.
Ha dejado Nueva York y busca desesperadamente una nueva vida al lado de una hermana que asume sin complejos su condición de perdedora.
La que lo ha perdido todo podría ser la esposa de Bernard Madoff.
Y francamente, de entrada no me importa demasiado su ruina. Pero se supone que un artista como Allen me despojará de mis prejuicios hablándome de un complejo ser humano que se siente acorralado.
Pero pasa el tiempo y descubro que ni la protagonista, ni ese antiguo, estafador y adúltero marido que resucitan los flashbacks, ni los novios que busca para rehacer su corazón y su economía, ni esa hermana entre boba y naif, ni sus niños, ni los friquis sin puta gracia de su exmarido, los amantes actuales y los amigos de los amantes, me importan lo más mínimo.
También me carga la estética y el lenguaje que emplea Allen para describir esos mundos.
Tengo la sensación de que al creador tampoco le interesan demasiado sus personajes y esa lamentable falta de empatía se contagia con facilidad al espectador.
Espero con impaciencia que mi estado glacial ante lo que me están contando empiece a caldearse, que aparezcan esos chispazos y situaciones que forman las señas de identidad de Allen incluso en sus películas menos afortunadas, pero no percibo ni huella de esos acreditados dones.
Me resulta espeso y forzado todo lo que veo y escucho.
Aseguraban que el impresionante trabajo de Cate Blanchett no tendrá rivales para que le concedan el merecidísimo Oscar.
Tal vez sea así, pero ni su personaje ni su esforzada creación me provocan nada memorable.
Junto a sus insoportables imitaciones de los universos de sus admirados Fellini y Bergman en Stardust memories e Interiores, esta es la película que menos me gusta (o sea, nada) de un artista excepcional. Afortunadamente, ya está rodando otra.
Y nos debe un testamento a la altura de su genio.
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