El director cuenta de forma admirable la educación sentimental de una cría de 17 años que se siente tan desconcertada como perdida.
Lo único que sabía de La vida de Adèle antes de que la
exhibieran en el último festival de Cannes no suponía un cebo infalible
para mis ortodoxas apetencias.
Era una película francesa de tres horas de duración (reconozco que la cuestión del metraje es relativa; por ejemplo, me hubiera hecho feliz que la saga de El padrino hubiera durado 100 horas en vez de nueve, o que David Simon hubiera concebido la serie The wire para veinte temporadas), dirigida por el francotunecino Abdellatif Kechiche, señor del que desconocía su obra anterior —tal vez por estar fervientemente recomendada por gente cuyos gustos no coinciden con los míos—, y cuya trama narraba la historia de amor entre dos mujeres a lo largo de un tiempo indefinido, aunque echando cuentas deduzco que transcurren entre siete y ocho años.
Pero no tuve que hacer ningun esfuerzo para entrar en ella y mantenerme allí en estado de hipnosis hasta su doloroso final
. Kechiche cuenta de forma admirable la educación sentimental de una cría de 17 años que se siente tan desconcertada como perdida.
Vive en los suburbios de Lille con una familia a la que le costaría demasiado entender y aceptar las heterodoxas inclinaciones sexuales de su hija, intenta ocultar sus apetencias y su mundo interior ante las compañeras y amigas de la clase, vive en la incertidumbre y en el miedo, seduce y se siente inicialmente seducida por un chaval, pero su cuerpo, su cabeza y su corazón le aseguran dolorosamente que no es lo que prefiere.
Una noche Adèle deambulará por discotecas pobladas de lobas con ansias de carne fresca, encontrará el deseo, la comunicación, el amor, la pasión y la plenitud con una mujer sofisticada, intensa, culta, con mucho mundo, que le abrirá liberadoras puertas físicas y mentales a esa cría inquietante y torturada, sin modales en la mesa, en posesión de una sensualidad tan exuberante como inexplorada.
La vida de Adèle habla con lenguaje profundo, sensible,
duro, sutil y veraz de los temblores de la iniciación y del gozoso
esplendor en la hierba, las dudas y los celos, la factura anímica que
debe pagar la infidelidad y la transformación de la armonía en odio, el
dolor incurable de la pérdida y el desgarro que provoca en el alma el
abandono, las roturas sentimentales que marcan a perpetuidad y la
temible convivencia con una soledad que no ha sido elegida, la
inaplazable necesidad del reencuentro y la lacerante constatación de que
las antiguas y apasionadas sensaciones ya no son compartidas.
Para describir el ardor de la piel y la autenticidad de los sentimientos, el director les exige a sus actrices una extenuante intensidad
. También arriesgadas y largas secuencias eróticas en las que nada parece simulado, con capacidad para turbar a las actrices que deben interpretarlas y a los receptores.
No existe ánimo pornográfico, ni gratuidad, ni morbo para excitar a los mirones
. Kechiche reproduce con el mejor realismo las cosas que le ocurren al cuerpo y al espíritu cuando la entrega es absoluta, antes de que el tiempo, el desgaste o la circunstancias machaquen el amor.
Hay fuego cruzado e infinitos reproches entre el director y la actriz Léa Seydoux.
Y parece ser que Kechiche arremete contra demasiados frentes imaginarios o reales. Esas tempestades no afectan a la gran calidad de la película, a su complejidad, a su verdad, al extraordinario trabajo de Adèle Exarchopoulos y de Léa Seydoux
. La secuencia del reencuentro en el bar está más allá del elogio.
Su fuerza trágica, su humanidad, su desesperación, sus matices, lo que expresan, sugieren y callan los personajes me remiten a la despedida entre Romy Schneider y Dutronc en Lo importante es amar.
Era una película francesa de tres horas de duración (reconozco que la cuestión del metraje es relativa; por ejemplo, me hubiera hecho feliz que la saga de El padrino hubiera durado 100 horas en vez de nueve, o que David Simon hubiera concebido la serie The wire para veinte temporadas), dirigida por el francotunecino Abdellatif Kechiche, señor del que desconocía su obra anterior —tal vez por estar fervientemente recomendada por gente cuyos gustos no coinciden con los míos—, y cuya trama narraba la historia de amor entre dos mujeres a lo largo de un tiempo indefinido, aunque echando cuentas deduzco que transcurren entre siete y ocho años.
Pero no tuve que hacer ningun esfuerzo para entrar en ella y mantenerme allí en estado de hipnosis hasta su doloroso final
. Kechiche cuenta de forma admirable la educación sentimental de una cría de 17 años que se siente tan desconcertada como perdida.
Vive en los suburbios de Lille con una familia a la que le costaría demasiado entender y aceptar las heterodoxas inclinaciones sexuales de su hija, intenta ocultar sus apetencias y su mundo interior ante las compañeras y amigas de la clase, vive en la incertidumbre y en el miedo, seduce y se siente inicialmente seducida por un chaval, pero su cuerpo, su cabeza y su corazón le aseguran dolorosamente que no es lo que prefiere.
Una noche Adèle deambulará por discotecas pobladas de lobas con ansias de carne fresca, encontrará el deseo, la comunicación, el amor, la pasión y la plenitud con una mujer sofisticada, intensa, culta, con mucho mundo, que le abrirá liberadoras puertas físicas y mentales a esa cría inquietante y torturada, sin modales en la mesa, en posesión de una sensualidad tan exuberante como inexplorada.
LA VIDA DE ADÈLE
Dirección: Abdellatif Kechiche.
Intérpretes: Léa Seydoux, Adèle Exarchopoulos, Salim Kechiouche, Aurélien Recoing, Catherine Salée.
Género: drama. Francia, 2013.
Duración: 179 minutos.
Dirección: Abdellatif Kechiche.
Intérpretes: Léa Seydoux, Adèle Exarchopoulos, Salim Kechiouche, Aurélien Recoing, Catherine Salée.
Género: drama. Francia, 2013.
Duración: 179 minutos.
Para describir el ardor de la piel y la autenticidad de los sentimientos, el director les exige a sus actrices una extenuante intensidad
. También arriesgadas y largas secuencias eróticas en las que nada parece simulado, con capacidad para turbar a las actrices que deben interpretarlas y a los receptores.
No existe ánimo pornográfico, ni gratuidad, ni morbo para excitar a los mirones
. Kechiche reproduce con el mejor realismo las cosas que le ocurren al cuerpo y al espíritu cuando la entrega es absoluta, antes de que el tiempo, el desgaste o la circunstancias machaquen el amor.
Hay fuego cruzado e infinitos reproches entre el director y la actriz Léa Seydoux.
Y parece ser que Kechiche arremete contra demasiados frentes imaginarios o reales. Esas tempestades no afectan a la gran calidad de la película, a su complejidad, a su verdad, al extraordinario trabajo de Adèle Exarchopoulos y de Léa Seydoux
. La secuencia del reencuentro en el bar está más allá del elogio.
Su fuerza trágica, su humanidad, su desesperación, sus matices, lo que expresan, sugieren y callan los personajes me remiten a la despedida entre Romy Schneider y Dutronc en Lo importante es amar.
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