Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

9 sept 2013

Daniel Sánchez Arévalo, un director en perpetua huida


El cineasta Daniel Sánchez Arévalo, fotografiado en Madrid. / carlos rosillo

De un plumazo, cambió las sesiones de psicoanálisis, tras 16 años, por la brega en la dirección de cine, y la pantalla se lo agradeció.
 “Dejé la terapia porque cuando filmas no hay tiempo para más.
 Y al acabar mi primer rodaje, descubrí que estaba bien. Por eso tengo que seguir haciendo películas”.
 Cuatro largometrajes —y un puñado de cortos con su correspondiente pedigrí festivalero— más tarde, Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970) asegura que es capaz de coger distancia de su trabajo.
 “Me regodeo menos
. Acabo la película y lo único que quiero es empezar mi siguiente proyecto.
 Tengo hitos en mi trabajo: uno es cuando los jefes, mis productores, se entusiasmaron con el resultado; otro, cuando vio la película mi familia, y mi madre me llamó emocionada a la salida, llorando.
 Te calmas: ya está, lo he logrado”.
No necesita Sánchez Arévalo muchos respaldos.
 En plena crisis de taquillas, el cineasta siempre ha contado con un beneplácito general. Azuloscurocasinegro (2006), su debut como director de un largo, tras dedicarse a los guiones de series y a los cortometrajes, superó el millón de euros y llamó la atención sobre su potencial, con tres goyas de acompañamiento; Gordos (2009), arriesgadísima y ambiciosa pirueta, llegó a los 1,8 millones de euros; Primos (2011), una comedia ligera escrita del tirón, recaudó 3,5 millones de euros.
 Y con él, ha ido madurando su “escudería” de actores amigos: Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo y Antonio de la Torre. El trío participa en La gran familia española, el devenir de la boda del pequeño de cinco hermanos —cuya vida está íntimamente ligada a los protagonistas de Siete novias para siete hermanos, la película que Sánchez Arévalo más veces ha visto en una sala— la misma tarde de la final del Mundial de fútbol de Suráfrica, una terrible coincidencia porque ¿quién se iba a creer que la selección española iba a pasar de cuartos aunque hubieran ganado la Eurocopa?
En La gran familia española, que se estrena el viernes, Sánchez Arévalo da un puñetazo en la mesa del cine español: ha hecho suya la fina línea que une la ironía amorosa de Pequeña Miss Sunshine con la perplejidad cotidiana de las películas de Wes Anderson; sin perder frescura el cineasta ha madurado.
Y de paso, ha colocado a toda su familia, cosa que en los tiempos que corren…
“Es la gran familia dentro de La gran familia...: están mi hermana, mi madre, mi hermano hizo el making of, actúa mi padrastro [el actor Héctor Colomé], aparecen los dibujos de mi padre [el dibujante José Ramón Sánchez], que es la mascota del equipo de la peli…”. Para lograr destilar el mejor sanchezarevalismo, el cineasta empezó buscando lo opuesto: “Cuando acabé Primos, busqué algo que no tuviera nada que ver conmigo. Estoy huyendo de mí mismo todo el rato. Supongo que estaba dentro de una batería de ideas que tengo por ahí, a las que no hago caso hasta que me llega la zozobra del ‘Y ahora, ¿qué?’.
 Así estalló el concepto de la boda del hermano pequeño, del padre que enferma y se detiene la celebración”. En realidad, la semilla deviene de su corto Traumalogía, del que la nueva película hereda algo de la historia y una cuidadosísima planificación de los planos:
“Me quedé con ganas, sabía que ahí había un largo.
 Y seguí su línea… aunque cambiando los personajes. En realidad no hay nada nuevo dentro de mi universo, pero intento perfeccionarlo. He buscado hacer una comedia con sentimientos, con una parte dramática que al final se apodera de la película. Para mí, la mejor comedia de la última década es Los descendientes, que no es en realidad una comedia".
Me costó aceptar que es imposible que mis películas gusten a todos”
Y el fútbol, la ya mítica final del Mundial de Suráfrica 2010, con su patada voladora de De Jong, su prórroga, su “Iniesta de mi vida”…
“Fue el último elemento en llegar al guion, surgió al pensar en cómo enmarcar la boda, y nace de mi afán habitual por poner trabas a los protagonistas. Te casas con 18 años recién cumplidos y tu novia embarazada, con lo que ya tienes a la familia cabreada, y encima coincide con ese partido”.
A Sánchez Arévalo le relaja poder resumir sus películas en una frase.
Con esta ha sido fácil. “En Azuloscurocasinegro lo pasé fatal. ‘¿De qué va?’, me preguntaban. Y no tenía una respuesta sencilla”. De guinda, la familia, otro tema recurrente en su cine.
 “Claro, no hay nada más cercano”.
 Chesterton decía que los amigos eran el regalo de Dios para compensar habernos dado la familia. “Mis amigos tienen muy mala baba, que por otro lado está bien porque son unos Pepito Grillo, y los considero parte de mi familia…”.
 Y ríe travieso. “Soy muy mundo cochinilla, de encerrarme en mí mismo, de aislarme”.
Sánchez Arévalo se define “de naturaleza complaciente”. Y desgrana: “No soporto el conflicto. De crío estaba obsesionado con ser un chaval bueno. Fue una pelea constante, porque era gamberro, caprichoso, egoísta… y a la vez buscaba no decepcionar.
 Me sigue pasando. Esa fantasía de que mis películas gusten a todo el mundo es imposible… pero me ha costado aceptarlo”.
 De ahí pasa a la taquilla:
 “La gente está dejando de ir al cine y nadie hace nada por remediarlo. Intento no pensar mucho en ello, porque si no, te bloqueas, dejas de hacer cosas
. Soy muy permeable a lo que le pasa a la industria, y te entran ganas de salir corriendo. Y reconozco que yo soy un privilegiado. En fin, debemos reflexionar ante este cambio.
 Amenábar decía:
‘No quiero hacer cine que no vea nadie’. No quiere ser un grito en el desierto. Lo firmo. Yo nunca escribí un diario, no encontraba el sentido de escribir algo para ti. Necesito compartir”.
Soy permeable a lo que pasa y te entran ganas de salir corriendo”

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