Al menos 12 personas han perdido la vida
esta mañana en el Mando de Operaciones de la Armada en Washington, a
menos de cinco kilómetros de la Casa Blanca y dos del Capitolio, cuando
un hombre armado con un rifle de asalto y una pistola –algunas fuentes
decían que también portaba una escopeta- abrió fuego. Según varios
medios, se trataba de un hombre de 34 años identificado como Aaron
Alexis, de Texas.
El tirador resultó muerto en el ataque, según confirmó la policía, que aseguró tener “múltiples datos” que la situaban tras la pista de otros dos posibles asaltantes, un hombre blanco y otro negro, el primero de los cuales ha sido absuelto de sospecha según avanzaba el día.
La jefa de la policía de Washington, Cathy Lanier, confirmó pasado el mediodía (hora local de Washington, seis horas más en la España peninsular) que uno de los tiradores había muerto y que su gran preocupación era que existían “otros dos potenciales tiradores sin localizar por el momento”, de entre 40 y 50 años.
Según Lanier, ambos sospechosos vestían ropas militares –aunque ese dato no implicaba que fueran miembros del Ejército- e iban armados. Lanier reforzó poco después en una nueva comparecencia ante la prensa la tesis de que el tirador no había actuado en solitario, aunque no aportó información concreta.
El alcalde de la ciudad, Vincent Gray, atajó la naturaleza del asalto diciendo que en ese momento no podía “ni confirmar ni desmentir” que se tratara de un acto terrorista. Gray añadió que se desconocían los motivos del ataque.
Aprovechando una comparecencia pública con motivo del quinto aniversario del inicio de la crisis económica provocada por el hundimiento de Lehman Brothers, el presidente de Estados Unidos condenó el tiroteo y lo calificó de “un acto cobarde”. Barack Obama informó que no se conocían todavía todos los hechos pero que sin duda se estaba ante “otro tiroteo de masas”, se lamentó el mandatario. “Sabemos que varias personas han resultado heridas y algunas han muerto”, añadió tras asegurar que los autores de la matanza serían llevados ante la justicia. “Se trata de hombres y mujeres que estaban en su trabajo, protegiéndonos a todos”, dijo Obama. “Son patriotas que conocen los riesgos de servir a su país fuera”, prosiguió el mandatario. “Y sin embargo hoy se han enfrentado a lo inimaginable: una violencia que no deberían de sufrir en casa”.
Sobre las 8.20 de la mañana, se escucharon tres disparos en el edificio 197 del Cuartel General de la Armada, desde donde se controlan algunos de los principales centros de operaciones de la Armada, situado al sureste de Washington, edificio que alberga a más de 3.000 personas. Según relató a la agencia Associated Press un testigo de los hechos, un civil que trabaja como analista de programas, el tirador disparó desde la balconada del cuarto piso hacia la cafetería que existe en el primero.
Tim Jirus, comandante de la Armada que trabaja en el edificio 197, declaró a los medios de comunicación que pudo oír mas disparos tras las primeras detonaciones y que, en medio de la confusión y poco después de conversar brevemente con un hombre sobre lo que estaba sucediendo, vio a este yaciendo en el suelo con un tiro en la cabeza.
La mañana del lunes se tornaba sangrienta en Washington y llena de incógnitas sobre lo sucedido. Las calles que rodean al Cuartel General del Mando de Sistemas de la Armada estaban cortadas y tomadas por cualquier fuerza del orden que pudo acudir a la llamada de alerta, ya fuera policía, servicio secreto o detectives con sirenas sobre los coches civiles. Varios helicópteros sobrevolaban el área. El aeropuerto Nacional cancelaba sus operaciones duarnte varias horas. Al menos cinco colegios recibieron la orden de cerrar sus puertas y no dejar entrar ni salir a nadie. Sobre la Casa Blanca, el Pentágono y el Capitolio se incrementaba la seguridad, a pesar de que no había constancia de una amenaza concreta.
“Esto no es un simulacro, esto no es un simulacro”, se oyó por la megafonía del edificio, según relató otro empleado del Centro de la Armada que controla submarinos y barcos. “Nos dijeron que corrieramos lo más lejos posible del lugar”. Terry Durham relató que según huía del lugar, ella y unas compañeras de trabajo vieron a un hombre armado con un rifle que les apuntaba y disparaba, errando el tiro y alcanzado una pared. “Era un hombre negro alto”, explicó otro testigo. “No dijo ni una palabra”.
Dos mujeres y un hombre están siendo sometidos a cirugía en un hospital de la ciudad. Una de las mujeres tenía un disparo en la cabeza y en la mano; otra en un hombro; el hombre tenía diversos impactos de bala en las piernas. Varios policías también eran atendidos en el hospital MedStar.
El mayor ataque contra un centro del Ejército sucedió en noviembre de 2009, cuando un psiquiatra militar destacado en Fort Hood (Texas) acababa con la vida de 13 personas y hería a otras 30. El asalto no fue considerado un ataque terrorista a pesar de que Nidal Malik Hasan se definiera como un yihadista que deseaba matar al mayor número posible de militares para que no pudieran matar musulmanes en Afganistán. A finales de agosto, Hasan era condenado a muerte.
La de ayer es la mayor pérdida de vidas humanas sucedida en la capital de EEUU desde que en 1982 un avión se estrellara contra el río Potomac, dejando 78 muertos. En el año 2002, una de las diez víctimas de los francotiradores de Washington moría dentro de los límites del distrito, que tiene frontera con Virginia y Maryland.
En el año 2009, un supremacista blanco mataba a un guarda de seguridad en el museo del Holocausto en Washington.
El tirador resultó muerto en el ataque, según confirmó la policía, que aseguró tener “múltiples datos” que la situaban tras la pista de otros dos posibles asaltantes, un hombre blanco y otro negro, el primero de los cuales ha sido absuelto de sospecha según avanzaba el día.
La jefa de la policía de Washington, Cathy Lanier, confirmó pasado el mediodía (hora local de Washington, seis horas más en la España peninsular) que uno de los tiradores había muerto y que su gran preocupación era que existían “otros dos potenciales tiradores sin localizar por el momento”, de entre 40 y 50 años.
Según Lanier, ambos sospechosos vestían ropas militares –aunque ese dato no implicaba que fueran miembros del Ejército- e iban armados. Lanier reforzó poco después en una nueva comparecencia ante la prensa la tesis de que el tirador no había actuado en solitario, aunque no aportó información concreta.
El alcalde de la ciudad, Vincent Gray, atajó la naturaleza del asalto diciendo que en ese momento no podía “ni confirmar ni desmentir” que se tratara de un acto terrorista. Gray añadió que se desconocían los motivos del ataque.
Aprovechando una comparecencia pública con motivo del quinto aniversario del inicio de la crisis económica provocada por el hundimiento de Lehman Brothers, el presidente de Estados Unidos condenó el tiroteo y lo calificó de “un acto cobarde”. Barack Obama informó que no se conocían todavía todos los hechos pero que sin duda se estaba ante “otro tiroteo de masas”, se lamentó el mandatario. “Sabemos que varias personas han resultado heridas y algunas han muerto”, añadió tras asegurar que los autores de la matanza serían llevados ante la justicia. “Se trata de hombres y mujeres que estaban en su trabajo, protegiéndonos a todos”, dijo Obama. “Son patriotas que conocen los riesgos de servir a su país fuera”, prosiguió el mandatario. “Y sin embargo hoy se han enfrentado a lo inimaginable: una violencia que no deberían de sufrir en casa”.
Sobre las 8.20 de la mañana, se escucharon tres disparos en el edificio 197 del Cuartel General de la Armada, desde donde se controlan algunos de los principales centros de operaciones de la Armada, situado al sureste de Washington, edificio que alberga a más de 3.000 personas. Según relató a la agencia Associated Press un testigo de los hechos, un civil que trabaja como analista de programas, el tirador disparó desde la balconada del cuarto piso hacia la cafetería que existe en el primero.
Tim Jirus, comandante de la Armada que trabaja en el edificio 197, declaró a los medios de comunicación que pudo oír mas disparos tras las primeras detonaciones y que, en medio de la confusión y poco después de conversar brevemente con un hombre sobre lo que estaba sucediendo, vio a este yaciendo en el suelo con un tiro en la cabeza.
La mañana del lunes se tornaba sangrienta en Washington y llena de incógnitas sobre lo sucedido. Las calles que rodean al Cuartel General del Mando de Sistemas de la Armada estaban cortadas y tomadas por cualquier fuerza del orden que pudo acudir a la llamada de alerta, ya fuera policía, servicio secreto o detectives con sirenas sobre los coches civiles. Varios helicópteros sobrevolaban el área. El aeropuerto Nacional cancelaba sus operaciones duarnte varias horas. Al menos cinco colegios recibieron la orden de cerrar sus puertas y no dejar entrar ni salir a nadie. Sobre la Casa Blanca, el Pentágono y el Capitolio se incrementaba la seguridad, a pesar de que no había constancia de una amenaza concreta.
“Esto no es un simulacro, esto no es un simulacro”, se oyó por la megafonía del edificio, según relató otro empleado del Centro de la Armada que controla submarinos y barcos. “Nos dijeron que corrieramos lo más lejos posible del lugar”. Terry Durham relató que según huía del lugar, ella y unas compañeras de trabajo vieron a un hombre armado con un rifle que les apuntaba y disparaba, errando el tiro y alcanzado una pared. “Era un hombre negro alto”, explicó otro testigo. “No dijo ni una palabra”.
Dos mujeres y un hombre están siendo sometidos a cirugía en un hospital de la ciudad. Una de las mujeres tenía un disparo en la cabeza y en la mano; otra en un hombro; el hombre tenía diversos impactos de bala en las piernas. Varios policías también eran atendidos en el hospital MedStar.
El mayor ataque contra un centro del Ejército sucedió en noviembre de 2009, cuando un psiquiatra militar destacado en Fort Hood (Texas) acababa con la vida de 13 personas y hería a otras 30. El asalto no fue considerado un ataque terrorista a pesar de que Nidal Malik Hasan se definiera como un yihadista que deseaba matar al mayor número posible de militares para que no pudieran matar musulmanes en Afganistán. A finales de agosto, Hasan era condenado a muerte.
La de ayer es la mayor pérdida de vidas humanas sucedida en la capital de EEUU desde que en 1982 un avión se estrellara contra el río Potomac, dejando 78 muertos. En el año 2002, una de las diez víctimas de los francotiradores de Washington moría dentro de los límites del distrito, que tiene frontera con Virginia y Maryland.
En el año 2009, un supremacista blanco mataba a un guarda de seguridad en el museo del Holocausto en Washington.
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